Los siete pájaros negros
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Opinión

Tómelo con calma

Los siete pájaros negros

 


• FERNANDO A. CALDERÓN Y RAMÍREZ DE A. •

(Cuento corto)

Un desafortunado leñador tenía una progenie de siete hijos varones y ninguna hija a pesar de lo mucho que él y su esposa la deseaban. Al fin, su querida costilla volvió a darle buenas esperanzas y, efectivamente, al llegar la hora, dio a luz una hermosa criatura de ojos vivarachos, mejillas sonrosadas y una bella sonrisa, pero enclenque. Acordaron que le pondrían el nombre de Bonita.
Como tenía miedo de que la niña muriera, el padre envió a uno de sus hijos a la fuente para buscar agua para bautizarla. Sus otros seis hijos quisieron acompañarlo y, rivalizando todos en ser el primero en llenar de agua el jarro, éste cayó al fondo del manantial. Helos allí sin saber qué hacer y sin atreverse a volver a casa. Ante su tardanza, el padre se impacientó y dijo:
– De seguro que esos diablos estarán jugando sin acordarse del agua.
Cada vez más angustiado, y temiendo que su querido retoño muriera y quedara sin bautismo, en un arrebato de cólera grito:
– Ojalá que se volvieran pájaros negros.
Apenas había dicho estas palabras cuando oyó un zumbido en el aire y, al levantar la vista, vio que revoloteaban en el cielo siete pájaros negros como la noche.
Los padres no pudieron reparar la maldición lanzada y quedaron muy tristes por la pérdida de sus siete hijos, sin embargo, algo les consolaba: la compañía de su hija, la cual, vencido el peligro, fue adquiriendo fuerzas y haciéndose cada día más hermosa y robusta.
Durante muchos años Bonita no supo que había tenido hermanos, pues sus padres se guardaron bien de mencionarlos, hasta que por azar un día oyó que unas personas comentaban que en realidad era muy bonita, pero tenía la culpa de la desgracia de sus hermanos.
Profundamente afligida, la niña fue a preguntarles a sus padres si había tenido hermanos y que había sido de ellos. Los padres no pudieron ya seguir guardando el secreto, pero le aseguraron que todo había sido un designio del cielo, y su nacimiento sólo la ocasión para que se cumpliera el destino. Sin embargo, desde aquel día la muchachita se creyó culpable y consideró que era un deber redimir a sus hermanos. Y ya no tuvo un momento de reposo, hasta que un buen día, sin decirle nada a nadie, se lanzó al mundo por esos caminos de Dios dispuesta a libertarlos, costase lo que costase. Sólo llevó consigo como prenda una sortija de sus padres como recuerdo y una hogaza de pan para matar el hambre, un jarrito de agua para apagar la sed y una sillita para sentarse cuando se cansara.
Y anduvo lejos, muy lejos, hasta el fin del mundo. Y llegó al Sol, pero éste era terrible y ardoroso, y se comía a los niños pequeños.
Luego echó a correr y llegó a la Luna, que era terriblemente fría y, además, cruel y malvada. Cuando descubrió a la niña dijo:
– Huele a carne humana.
Bonita escapó a toda prisa y se fue a las estrellas, las cuales, muy cariñosas, la acogieron amablemente, sentada cada una en su silla. El lucero del agua se levantó y dándole una patita de pollo, le dijo:
– Sin esto no podrás abrir la montaña de cristal en donde están tus hermanos.
La niña tomó la patita, la envolvió en un pañuelo y reemprendió el camino. Anduvo y anduvo hasta el cansancio, hasta que llegó a la montaña de cristal. Como la puerta estaba cerrada, se dispuso a sacar la patita, pero al desenvolver el pañuelo lo encontró vacío: la había perdido en el camino. Era el regalo que bondadosamente la estrella le había dado. Triste, Bonita se preguntó:
– ¿Qué hago ahora?
Quería salvar a sus hermanos, pero no tenía la llave que abría la puerta de la montaña de cristal. Llena de bondad, escuchó una voz que le decía:
– ¿De veras quieres entrar? ¿No te importa el sacrificio que tengas que hacer?
– Ninguna cosa me importa más que eso, así que dime que debo hacer.
– Es muy sencillo, pero también muy doloroso. Córtate el dedo meñique e introdúcelo en la cerradura
Así lo hizo y, enseguida, se abrió la puerta. Una vez dentro, se le presentó un enanillo mal encarado y fastidioso que le preguntó:
– ¿Qué cosa buscas aquí? No está permitido entrar cuando los siete pájaros negros, mis amos, no están en ésta que es su morada desde hace mucho tiempo cuando su padre lanzó la maldición que los trajo aquí. Así que niña, dime qué vienes a buscar.
– Busco a mis hermanos.
– Sé que ésta es su morada, bien le dijo el fastidioso enano. Siéntate y espera a que lleguen.
El enano sirvió la comida de los cuervos en siete platitos y siete copitas, y de cada platito comió su sacrificada hermana un bocado, y de cada copita bebió un sorbo. En la última copita dejó caer la sortija que se había llevado de su casa. De pronto, percibió un rumor en el aire y un fuerte aleteo. El fastidioso enano dijo:
– Ya llegan mis amos los siete pájaros negros con sus alas bien cuidadas y brillosas como el azabache.
Y efectivamente, entraron hambrientos y sedientos buscando sus respectivos platitos y sus pequeños vasitos. Y uno tras otro exclamaron sorprendidos y le preguntaron al enano:
– ¿Quién ha comido de nuestro plato y bebido de nuestra copa? ¡Ha sido una boca humana!
Cuando el séptimo de los pájaros llegó al fondo de su pequeña copa apareció la sortija. Mirándola, la reconoció como la perteneciente a sus padres y con entusiasmo y gran alegría dijo:
– Ojalá y fuese nuestra querida hermanita la que ha venido a nuestra morada con intención de desencantarnos, pues así sería y volveríamos a ser hombres y no pájaros.
Cuando Bonita que escuchaba detrás de la puerta escuchó alegre este deseo, entró rápidamente a la sala en donde se encontraban sus siete hermanos y al momento todos recuperaron su forma humana y se abrazaron y besaron con gran ternura. Emprendieron el regreso a casa llevándose consigo al enano que tan bien les había servido y protegido durante su estancia.
Al escuchar una gran algarabía, el leñador abrió la puerta y salió de la casa junto con su esposa. Cuál no sería su sorpresa que se encontró ante sus hijos que creía haber perdido para siempre, los abrazó y besó, felicitó a la hermosa niña por su valor y heroísmo y dio gracias al cielo prometiendo nuevamente no lanzar nunca más una maldición.