La mayor riqueza de este país
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Opinión

Toltecáyotl

La mayor riqueza de este país

 


Verdaderamente es asombroso cómo el pueblo en general, pero las personas con una preparación académica en especial, no tienen ni la más remota idea de, “en qué país viven y cuál es su verdadero potencial”. Piénselo bien, amable lector, como persona, familia y pueblo, somos lo que recordamos. Somos, nuestros recuerdos, vivimos de nuestro pasado. Con ellos, formamos todo lo que somos. Pero cuando carecemos de esta memoria, estamos en calidad de amnésicos por la vida, por lo tanto, totalmente vulnerables, indefensos y ajenos a nosotros mismos.

Suponga usted, que los diez mil años que tiene nuestra civilización fueran los 40 años de un ser humano. Por el sistema neocolonial en el que vivimos, es decir, por la SEP, el INAH, telerisa, la radio comercial y Hollywood, el conocimiento promedio de “la historia de México”, cuando mucho llega a los “famosos aztecas”. Bueno, cuando alguien se refiera a la llamada “historia prehispánica”, solo existen los aztecas y los mayas, más nada.

Y lo que sabe de ellos es bastante confuso y contradictorio. “Que eran guerreros y hacían sacrificios humanos y, por otra parte, que hacían increíbles pirámides para adorar al agua y al fuego”. Los mexicas fundaron Tenochtitlán en 1325, o sea, hace 694 años. La pregunta es, qué representan este tiempo en los diez mil años de historia que tenemos como civilización. La respuesta es impresionante.

Un hombre de 40 años solo recordaría poco menos de tres años de su vida. Imagine los problemas que tendría que enfrentar una persona que no sabe nada de su infancia, adolescencia y de gran parte de su vida de adulto. No sabría en dónde nació, no sabría quiénes fueron sus padres y hermanos, su familia en general.

No sabría qué estudió y cuáles son sus gustos y preferencias. Como escribió Octavio Paz, viviría en un “laberinto de la soledad”.
Eso es justamente lo que nos pasa como pueblo. Esta ausencia de nosotros mismos, este gran vacío interior lo hemos tratado de llenar en estos cinco siglos de dos maneras. Tratando de parecernos a nuestros colonizadores-explotadores, es decir, que primero quisimos ser como los españoles, después como los franceses y ahora como los gringos. Pero siempre de manera burda, mal hecha, superficial y hemos recibido el rechazo y el desprecio de los colonizadores extranjeros.

Como dice el dicho popular, “aunque la changa se vista de seda, changa se queda”. El otro camino que hemos tomado es el de convertirnos en feroces “conquistados-conquistadores y colonizados-colonizadores”. En efecto, en vez de desarrollar la conciencia de liberarnos de los invasores-colonizadores extranjeros, nos hemos convertido en conquistadores y colonizadores de nosotros mismos, al servicio de los patrones extranjeros. Este estereotipo de persona está dispuesto a echarse a los pies del poderoso pero, al mismo tiempo, exige que el que cree que está por debajo de él, se tire a sus pies para que él lo pueda pisar.

Personas que ante los extranjeros son serviciales buscando la dádiva y la supuesta igualdad pero que, al mismo tiempo, se comportan déspotas, groseros y despreciativos con las personas que llegan de una comunidad anahuaca.

Éste es, justamente, amable lector, el punto de esta entrega. Cuando los mexicanos en general, pero los oaxaqueños en particular, sintamos admiración, orgullo y respeto por una persona que es portadora de nuestra milenaria Cultura Madre, esa que tiene más de diez mil años, en ese momento podríamos decir que hemos recuperado nuestra memoria histórica y nuestra identidad cultural ancestral, que estamos en vías de descolonización y que somos personas con dignidad y conciencia.

En efecto, los portadores de la Toltecáyotl a través de sus valores y principios, en sus lenguas ancestrales, en sus saberes comunitarios, en sus tradiciones, fiestas, usos y costumbres, deben de ser nuestro máximo orgullo, porque ellos y sus antepasados han vencido a la injusticia, el genocidio y la exclusión, que en estos cinco siglos las poderosas clases económicas y políticas que usan y detentan al Estado Mexicano, literalmente los han tratado de desaparecer, sea con matanzas, enfermedades producto del abandono, la injusticia y la desigualdad, o a través de “incorporarlos al sistema”, en calidad de minusválidos, con programas asistenciales que tienen como fin desorganizarlos, volverlos inútiles y dependientes… ¡corruptos!

Los pueblos mal llamados indios, indígenas, originarios, nativos, aborígenes, desde hace miles de años le llamaron por común acuerdo a esta su tierra, Anáhuac, y con propiedad su gentilicio es anahuaca. Si usted leyera “las fuentes históricas”, leería que los invasores y misioneros reconocían a esta tierra como Anáhuac. Estos pueblos, sus culturas y lenguas son nuestro mayor orgullo y la mayor riqueza, porque han resistido lo irresistible, son verdaderos sobrevivientes de la voracidad, ignorancia y maldad, de los que llegaron y siguen llegando a “rescatar oro”, es decir, “hacer la América” a base del genocidio y el epistemicidio. Descolonizar es dignificar.

Educayotl AC.
www.toltecayotl.org