La cuarta transformación y el México profundo
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Toltecáyotl

La cuarta transformación y el México profundo

 


La única transformación de un país, se da en la cabeza y el corazón de sus habitantes. Porque es solo el cambio interior de los ciudadanos, lo que puede transformar de raíz a una nación. Para el caso de México, tenemos dos desafíos: Primero, activar la memoria histórica y la identidad cultural ancestral, es decir, concientizarnos de lo que somos en verdad, como nación y como pueblo. Diez mil años de una de las seis civilizaciones más antiguas de la humanidad, con toda su sabiduría y gran potencial. Y segundo, desactivar la actitud de “colonizador-colonizado”, que se ha implantado en el periodo Colonial y neocolonial en los últimos cinco siglos.

Guillermo Bonfil le llamó al país de apenas cinco siglos, “El México imaginario”. Y al país cimentado en diez milenios de existencia, “El México profundo”. Afirma que estos “dos Méxicos” han estado luchando permanentemente durante cinco siglos. Unos a “civilizar”, cristianizar, castellanizar, independizar, afrancesar, modernizar, progresar, neoliberalizar, agringar y globalizar, y los otros tercamente, a resistir estoicamente los intentos de transformación. Esta lucha permanente es a veces violenta, las más de las veces silenciosa, “bajo el agua, calladita”. Como dos masas continentales tectónicas, con tensiones sociales, religiosas, culturales y económicas. Dice Bonfil Batalla, que el “México imaginario”, no es imaginario porque no exista, pues siempre ha tenido el poder. Es imaginario, porque nunca ha tomado en cuenta al México profundo, en sus grandes cambios y transformaciones.

Después de 36 años de neoliberalismo, es decir, entregar al pueblo y a los recursos naturales al capital trasnacional, el país inicia su necesaria, urgente y penosa reconstrucción. La nación no solo fue entregada, sino a propósito, fue desmantelada y boicoteada, ¡destruida! No solo en su patrimonio material e institucional, sino, fundamentalmente, en su patrimonio espiritual. En efecto, la corrupción llegó a ser el arma demoledora, no solo de las instituciones, empresas, planes y programas, sino fundamentalmente de la conciencia, los valores, los principios, que, a lo largo de milenios se formó en nuestro “ser esencial”.

Esos valores y principios con los que se inventó el maíz, la milpa, el cero matemático y el Nepohualtzinzin, la cuenta perfecta del tiempo, la democracia y la educación más antiguos de la humanidad. Esos valores y principios del ser humano, la vida y la interrelación con el universo, son los que han esculpido a través del tiempo nuestro ancestral “rostro propio y corazón verdadero”. Eso que es la raíz y la esencia de la identidad. Lo que nos ha permitido resistir la injusticia, la exclusión, la explotación y las matanzas. Que nos permite ser, en esencia quienes en verdad somos. Eso que llamamos “La Cultura Madre, el rostro moreno de México”.

Lo que hoy es México, tiene, por lo menos, diez transformaciones. La primera, la invención de la agricultura y la sedentarización. La segunda, la creación de la cultura olmeca. La tercera, la creación de la cultura tolteca. La cuarta, la partida de Quetzalcóatl y el colapso. La quinta, la creación de la cultura mexica y la trasgresión de la Toltecáyotl. La sexta, la invasión y la creación de la Colonia. La séptima, la Guerra de Independencia, la creación de México y la Constitución de 1824. La octava, la Guerra de Reforma y la Constitución de 1857. La novena, la Revolución y la Constitución de 1917. La décima, la que estamos iniciando y que pretende salvar este país en ruinas.

El más grave error que han tenido los líderes del “México imaginario”, es que nunca han tomado en cuenta al “México profundo” en sus proyectos. No solo lo ignoran, sino que, no lo conocen. Por la educación colonizada y la visión occidentalizada y eurocéntrica, “no saben que no saben”. Para ellos, “el México prehispánico” desapareció con la caída de Tenochtitlán y no existe en la realidad nacional. Los hijos de los hijos de la civilización Madre, son, para ellos, ignorantes, folclóricos, idolátricos, sin aspiraciones de progreso y modernidad. Su forma de ver y entender el mundo y la vida está equivocada y no tiene valor alguno.

Las ideas del “México imaginario” siempre han venido de fuera. No son propias y han sido adaptaciones desafortunadas, mal hechas y a destiempo, sin ningún proceso social, histórico y cultural que las respalde. Son y han sido “adaptaciones tropicalizadas” venidas de fuera, que en general, han tenido trágicos resultados. Por el contrario, “el México profundo” tiene conocimientos y sabiduría milenaria que han sobrevivido por su eficiencia y eficacia, en la alimentación, la salud, la educación y la organización. Estos conocimientos siempre han sido menospreciados y desvalorados, pero son los que le han permitido al pueblo y a la nación sobrevivir en sus momentos más oscuros. Pero en especial, son los valores y principios, éticos y morales, en donde radica el mayor potencial transformador. Esos que brotan telúricamente en los terremotos, y que, nos hacen consientes, fraternos y solidarios. La transformación de México solo se logrará, si se recuera la memoria histórica y la identidad cultural ancestral, es decir, los valores esenciales que nos hacen ser auténticos y verdaderos. Descolonizar es dignificar.