Sofoco en Capitol Hill
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Opinión

Tamiz de realidad

Sofoco en Capitol Hill

 


Si en un ejercicio de memoria razonable recordáramos sucesos históricos que conjuguen ironía, surrealismo e indignación quedaríamos con pocos ejemplos. Lamentablemente, lo sucedido este miércoles en Washington D.C. es uno de ellos.

En un episodio de ira y fanatismo, simpatizantes del presidente irrumpieron en el capitolio para convertir su indignación en un obstáculo para la confirmación de la victoria del candidato demócrata. Alimentados por el violento pero ya conocido discurso de su líder, invadieron las inmediaciones del congreso a efecto de interrumpir la sesión que implica el último clavo en el ataúd de la era Trump.

Independientemente de los medios por los cuales se expresó la más reciente manifestación de su discurso, se presenta la oportunidad de analizar el clímax del culto a una personalidad particular pero nada novedosa. Los aires de superioridad, patrones mesiánicos y la soberbia dotada de herramientas políticas son rasgos que varios países –muchos de ellos latinoamericanos– han tenido que enfrentar en búsqueda de lo que hoy parece ser la forma de gobierno con menores desventajas. Si no hay nada nuevo bajo el sol, es evidente que este tipo de personalidades –que varios analistas y opositores se atreven a denominar como sociópatas– seguirán tratando de hacer su aparición en la vida pública en cada ocasión que las crisis lo permitan. Simultáneamente, armonizan la identificación de culpas en terceros y el descubrimiento de soluciones infinitas en su figura; ciclo que legitima la aparente necesidad de conservarlos en el poder.

La reciente victoria del partido demócrata implica precisamente la interrupción de este deletéreo patrón. Como salido de la ficción, parecía que el soberano príncipe estaba siendo despojado del divino poder conferido por Derecho natural y exigido por sus seguidores, opacando la existencia de un sólido proceso institucional del cual los Estados Unidos es estandarte.

Resulta complicado no obviar una similitud con México. Tras nuestro paso por difíciles sexenios, el tejido social demandó un cambio de paradigma. Hoy nos enfrentamos a sus manifestaciones a través de, curiosamente, dicha repartición diaria de culpa y brújula de soluciones en la perpetración del régimen. En un contraste todavía más evidente, la vemos en los recientes ataques a nuestro órgano electoral a través de un discurso que ya no parece tan inocente. No es atrevimiento concluir este fin de semana que la peroración diaria escala y se convierte en acciones peligrosas, sobre todo si su fuente es un alto cargo público.

La doctrina y la jurisprudencia de la Suprema Corta nos han dejado claros los criterios de identificación y justificación de los órganos constitucionales autónomos y en este especial contexto, del INE. Representan una evolución del principio de división de poderes dado su despacho de funciones primarias que requieren eficaz atención pero sobre todo, por su relación de coordinación con otros poderes, de la mano con su autonomía e independencia funcional y financiera. Dejando de lado un intento de jerarquizar –dado que todas las funciones que desempeñan son igualmente importantes– aquella que ejerce nuestro órgano electoral se ve priorizada en momentos como este. Ocasiones que deben servir como escarmiento para defender aquello que garantiza la supervivencia democrática de los Estados. Si logramos fortalecer y perfeccionar la trascendencia de los elementos que la dotan de vigencia, será menos probable que seamos víctimas de bochornosas coyunturas como las vividas por Capitol Hill, en caso de un escenario desfavorable para el partido gobernante.

En su obra, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt sirven útilmente a las lecciones por delante: “La democracia es una iniciativa compartida”. Lejos estamos de la perfección institucional y de la liberación del potencial del Estado mexicano como estandarte democrático, pero el retroceso de lo construido implica desconocer errores propios y ajenos, pasados y presentes.

*Estudiante de la carrera de abogado en la Escuela Libre de Derecho.

Twitter: @richievidales