El recuento de los (d)años
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Opinión

Sin cuentos chinos

El recuento de los (d)años

 


Llegamos al final del año; quién sabe cómo ni cuándo, pero aquí estamos. Llegamos entre sobreviviendo y viviendo.

Entre llorando y riendo.

Entre aliviados y preocupados.

Entre una pandemia que nos quitó mucho y una esperanza llamada vacuna.

Entre propósitos incumplidos y nuevos brotes de sueños.

En general, las últimas semanas del año suelen ser emotivas para mí. Cumplo años, viene Navidad, Año Nuevo, y entre tanto y tanto suelo reflexionar mucho sobre mí; sobre el camino que he recorrido y el que me falta por recorrer.

 

Pienso en lo mucho que hemos evolucionado como sociedad pero también en los muchos aspectos en los que seguimos flaqueando. Paso lista a mis propósitos y veo cuáles puedo tachar y cuáles tendrán que quedarse en ahí un año más.

Me regaño, me aplaudo, me exijo pero, sobre todo, agradezco. Agradezco por las oportunidades tomadas y desperdiciadas. Por los errores que costaron mucho y por aquéllos que fueron insignificantes. Agradezco por las personas nuevas que llegaron y por aquellas que se mantuvieron. Agradezco los cambios, pues aunque pueden ser difíciles de afrontar, siempre son un buen pretexto para sacudir tu mente, tu alma y, en consecuencia, reinventarte.

El año pasado terminaba con un sentimiento bastante agridulce luego de un confinamiento que parecía eterno, una pesadilla que parecía no cesar y una serie de lecciones que estuvieron presentes en ese andar.

Pero si tuviera que ponerle un calificativo a la sensación que me inunda hoy, a escasos días de dar carpetazo al 2021 y recibir al 2022, sería “crecimiento”. Pese a que el año pasado fue un knock-out en muchos sentidos, podría decir que éste ha sido uno de los años en los que más me he visto crecer (y no necesariamente porque todo haya sido color de rosa).

Empecé el año con el viejo pensamiento de que hay que ‘quedar bien con todos es lo correcto aún si eso es a costa de tu felicidad’ y hoy lo cierro creyendo que la vida es tan fugaz, que de poco vale perturbarse por todo lo que haría feliz a los demás si, de entrada, eso no te hace feliz a ti.

Seguí caminando rezongándome por no estar en el ‘trabajo de mis sueños’, por no estar en una posición que me permitiera cambiar más vidas, tocar a más personas, o por no estar aprovechando mis cualidades y habilidades al máximo para ser parte activa de una transformación de la que desde hace tiempo tengo sed.

Pronto descubrí que cumplir mis sueños no se trata ni de algo inmediato ni de algo fortuito sino de perseguirlos, como dice una frase que leí alguna vez, “sin prisa pero sin pausa”. Y es que a veces nos empeñamos tanto en juzgarnos por ver todo lo que nos falta por escalar, que no nos damos la oportunidad de voltear hacia abajo y descubrir que ya estamos a miles de pies de altura.

También, éste fue un año en el que aprendí a valorar y a soltar como nunca antes. A valorar los momentos, las personas, las pequeñas cosas. Y a soltar los momentos, las personas, y las pequeñas (o grandes) cosas a las que tanto me aferraba.

Me di cuenta que todo tiene una razón de ser y que ni un plato de salmón con ensalada nutre tanto como aquéllas conversaciones que te permitan conocer y adentrarte en el mundo de otras personas.

Me vacuné y me emocioné cuando a mi gente la vacunaron también, me enojé cuando vi que aún así podías padecerlo y experimenté la mayor tristeza que he experimentado hasta el momento cuando perdí a dos de las personas más importantes en mi vida con tan sólo 36 horas de diferencia.

Aprendí sobre el duelo y lo sigo aprendiendo. Entendí que no hay segundas oportunidades. Que si no priorizas bien las cosas y que si das todo por sentado vivirás lleno de ‘hubieras’.

Me reí, me frustré, me sentí en paz, entendí que sí se puede amar y que te amen con todo lo que eres. Aprendí que era real lo que rezaban los memes de tías sobre el hecho de que la familia y los amigos son el tesoro más grande que encontrarás, y que sobre éstos últimos, no necesitas 50 para ser feliz, sino unos cuantos que te recuerden por qué vale la pena vivir.

Puede que para ti haya sido un gran año, puede que haya sido el peor, pero creo que más allá de las noches oscuras que nos asustaron, de los amaneceres que nos maravillaron y de todo el espectro de grises, azules y naranjas que hubo en medio, me encantaría que te llevaras lo siguiente: Sé menos duro contigo mismo, exígete pero siempre sé consciente de tu gran esfuerzo, valora, agradece, absorbe todo lo bueno que puedas de ese trabajo que te tiene cansado, aprovecha cada momento con esas personas que crees que duraran para siempre. Deshazte de todo y todos los que además de no sumarte, te restan.

Síguete conociendo, aprende a amarte y a compartir todo lo que está en ti con los demás, nunca sabes quién lo puede necesitar. Recuerda que, para florecer, toda semilla requiere tanto de una buena dosis de sol como de una buena de lluvia, así que date el tiempo de disfrutar de todo lo bueno que te pasa y de abrazar las adversidades, pues sólo así, es como crecerás. ¡Felices fiestas!

Twitter: @chinacamarena