La vida es eso que pasa mientras intentamos enflacar
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Opinión

Sin cuentos chinos

La vida es eso que pasa mientras intentamos enflacar

 


Afortunadamente tuve una infancia feliz. Una en la que, aunque me obligaban a comer las clásicas frutas y verduras, jamás me negaron una rebanada de pastel, unas papitas o una doble porción de sopa. Crecí así, sonriendo entre bocado y bocado y sí, con ciertos pliegues sobresaliendo de mi abdomen.

Nunca creí que había nada malo conmigo hasta que me convertí en adolescente y vi que ese cuerpo redondo que con tanto orgullo lucía en bikini cuando era una niña, al parecer no era tan perfecto como yo creía.

Comencé a voltear a mi alrededor y, como nunca antes, me di cuenta que había cuerpos más esbeltos, cachetes menos ‘apachurrables’, y que eso, de algún modo, era sinónimo de perfección, de belleza.

Luego comenzó la etapa en la que descubres al sexo opuesto como algo más que tu amigo para jugar ‘escondidillas’ y ahí reparé en el hecho de que, quizás, eso que decía la mercadotecnia y las revistas era real. Que podía ser cierto que mi peso y la apariencia que éste me daba me hacían, de algún modo, menos atractiva, menos bonita y por exagerado que parezca, menos merecedora de ser feliz.

Ahí fue cuando aprendí que si no tenía un cuerpo de impacto a mis 15 años y aún así quería tener mi historia de cuentos de hadas con príncipe y final feliz, debía ser yo quien incitara a los hombres a conocerme más allá de mis cachetes y mi inocente barriga. Y le llamó inocente porque no crean que era una persona con un sobrepeso mórbido, era una niña y una adolescente con un cuerpo normal que sólo se compró la idea de que era feo y repulsivo porque no era como el de mi amiga por quien todos morían.

Mucho pasó después de eso. Subí aún más de peso, luego lo bajé, luego me obsesioné y estuve cerca de tener un trastorno alimenticio que si no fuera porque me fui a estudiar unos meses al extranjero, hubiera pasado de ser potencial a ser un hecho.

Regresé de ese tiempo fuera con kilos de más, viendo siempre con repugnancia las fotos de esa temporada en la que mi cuerpo y mi cara eran bastante más grandes de lo que sabía que al resto le parecía ‘bonito’ o ‘aceptable’.

Mi autoestima, entonces, comenzó a construirse o destruirse en torno tanto a mi cuerpo y a esos “¡qué guapa te ves, cuánto has enflacado!”, como a esos juicios y desaires que casi nadie se atreve a hacerte de frente pero que notas cuando sales de fiesta o te quieres probar algo.

Nunca pensé que hubiera un concepto para englobar todo por lo que ya había pasado y que, encima sé, viví sentada en una posición de privilegios, y en una situación que en términos de salud física y mental, tuve la suerte de poder contener; pero existe. Existe una manera de denominar ese miedo que la sociedad nos ha inyectado de no tener un cuerpo “perfecto” y a esa discriminación que se hace a las personas que no cumplen con esos estándares. Se le llama gordofobia, y es un cáncer que ha estado presente desde hace muchos años y que sí, ha cobrado muchísimas vidas.

La psicóloga y especialista en gordofobia y aceptación corporal, Ana Paula Molina, lo explicó en entrevista para esta columna. “En salud mental, la gordofobia afecta muchísimo porque, como en cualquier otro tipo de discriminación u opresión, aísla a las personas que la experimentan. Es un tema que nos hace sentir que somos inadecuados y que no podemos experimentar la vida al 100%”.

Según Molina es algo que aunque puede afectar tanto a hombres como a mujeres, el impacto a mujeres es mayor porque se combina con la violencia estética , es decir con la presión de encajar en un estereotipo en el que la delgadez, es una de las principales consignas.

Uno de los argumentos más comunes contra las personas que, como Ana Pau, se dedican a luchar esta batalla en contra de la gordofobia es que “están promoviendo la obesidad y que está comprobado que ser gordo no es sano” una creencia que la psicóloga y sus colegas consideran ilógica; “es como decir que ser negro es igual a ser criminal” dice la profesional de 26 años.

Asimismo, Ana Paula coronó su argumento con una de las frases que más me marcaron y que hoy quiero que quien lea esto, tatúe en su mente también: “No podemos juzgar un cuerpo por solo mirarlo. No sabemos qué historia hay detrás de un cuerpo, no sabemos por qué ha pasado o qué ha vivido. Asumir que porque un cuerpo es gordo nunca ha hecho dieta o nunca ha intentado, es reduccionista” explica, pues es una realidad que la mayoría de las personas gordas han estado a dieta toda su vida, por lo que, el hecho de que alguien llegue y les diga ‘haz algo por tu cuerpo’, es calificado por Ana Paula -y por todos los que lo hemos vivido algo así- como desesperante.

Que esta opresión y discriminación termine, es un trabajo de una sociedad articulada que, en todas sus esferas, luche por normalizar los cuerpos y, al mismo tiempo, por dejar de hablar de ellos y hacer que el valor de las personas, resida en éstos. Yo fui una niña feliz, sí, pero una adolescente que sí se enfrentó a unos monstruos terroríficos que siempre le recordaban lo fea que era y lo poco que valía. Fui una universitaria al borde de caer en problemas alimenticios y que, aún estando más consciente de todo, juzgaba su cuerpo y el de los demás.

Hoy quiero invitarte a ti, persona que está leyendo esto, a cuestionar, reflexionar y recordar que la vida es demasiado corta y efímera para dejar de comer esa rebanada de pizza y culparte de la vida por ello.

Tw. @chinaCamarena