El pecado de enviudar en un país corrupto
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Sin cuentos chinos

El pecado de enviudar en un país corrupto

 


María Esther tenía 18 años el día que se casó con Juan. Juan tenía 25 cuando se casó con María Esther. Fue un invierno hace más de 60 años que unieron sus vidas y juraron estar juntos para siempre. Los años pasaron y esa promesa, se hizo realidad. Las arrugas aparecieron, el pelo emblanqueció y los nietos nacieron. 

En sus tiempos de oro, Juan fue cirujano dentista en el ejército y catedrático en la UNAM, por lo que aunque nunca se caracterizaron por ser una familia acaudalada, nunca les faltó nada. María Esther dedicó su vida al cuidado del hogar y de sus hijos, pero vivía tranquila sabiendo que si algún día Juan faltaba, podría contar con la pensión que como viuda, le correspondería tanto por parte del ejército como de la universidad. 

Hace casi un año, el cinco de noviembre de 2020, el cuerpo de Juan ya no pudo más y abandonó este mundo. Dos días después de su fallecimiento, su hija menor llevó a María Esther al Ejército a tramitar dicha pensión como viuda. No obstante, en entrevista para esta columna la hija de María Esther narró que al llegar y hacer esta solicitud, les dijeron de manera cordial que aunque esta pensión en efecto le correspondía, podría liberarse hasta dentro de siete meses. 

Esto no fue ninguna buen noticia sabiendo que ese dinero era el único ingreso que, además  de unos cuantos ahorros, María Esther tenía para mantenerse ante la inesperada partida de Juan. Sabiendo que no había tiempo que perder, María Esther y su hija comenzaron el trámite y atendieron puntualmente a las distintas citas que les pidieron acudir. 

Ellas sabían que dentro de todo eran afortunadas, pues tenían la posibilidad de llegar allá en coche y desplazar a María Esther en una silla de ruedas, pero era claro que no todos tenían ese privilegio. Según la hija de María Esther, había un importante número de personas de escasos recursos que a duras penas caminaban con bastones desgastados. “La verdad abusan de estas personas, los obligan a ir mil veces como si ellos estuvieran en condiciones de trasladarse tanto. Algunos tienen parientes que pueden llevarlos, pero otros no, y a veces los hacen ir hasta por la razón más tonta” afirma la hija de María Esther. 

Los meses pasaron y aunque ellas habían cumplido con todo lo solicitado desde el inicio, no tenían noticias de su proceso, o siquiera alguna señal que les indicara si la pensión llegaría. Cuando buscaban respuestas, María Esther y su hija solo recibían largas o lo que era más común, no recibían contestación alguna. A medida que los días del calendario se tachaban y los ahorros se iban agotando, la angustia que inundaba a María Esther, quien tenía más de 80 años de edad, aumentaba.

En mayo de este año, María Esther recibió una carta del Ejército diciendo que le iban a dar un “adelanto de la pensión” correspondiente a los meses anteriores que no le habían pagado y que por derecho, sí debió recibir. Pocas líneas después la carta excusaba que cuando pasaran los siete meses, la pensión que ella recibiría sería de un 40% menos de lo que recibía cuando Juan vivía. Adicional a esto, le condicionaron el depósito del dinero a que tuviera una cuenta en Banjercito, pues según afirmaron los uniformados, la cuenta de banco comercial con la que ella contaba, no servía para este fin. 

María Esther, cada vez más preocupada, fue nuevamente con su hija menor a sacar la cuenta al banco solicitado con la esperanza de que, aún con esta reducción del 40%, ya pronto pudiera tener ese dinero. Llegó junio, el plazo de siete meses se cumplió y María Esther seguía sin ver ni su adelanto, ni su pensión con la reducción que le habían comunicado, ni nada. El día 16 de dicho mes, el alma de María Esther decidió hacerle compañía a quien fuese el amor de su vida. Falleció. Y sí, se fue sin ver un sólo peso del fruto del trabajo de su esposo.

Ante esta penosa situación, su hija menor decidió no notificar al Ejército que su madre había fallecido sólo para ver hasta dónde estarían dispuestos a estirar la liga. Hoy, a casi diez meses del deceso de Juan, todo lo que su hija menor sabe de la supuesta pensión que si su madre viviera, seguiría esperando, es que recibirá una notificación para acudir a Banjercito a cobrar apenas el adelanto que le habían prometido hace meses. “En alguna de tantas veces que fui, alguien me dijo que este proceso llega a tardar hasta año y medio, imagínate” expuso la hija menor de la pareja. 

Desafortunadamente esta no es una situación exclusiva del Ejército, es algo que ocurre para cualquier viuda o viudo que busca cobrar su pensión en el IMSS o en el ISSSTE. La historia con la pensión de la UNAM, por ejemplo, tampoco fue diferente. Pretextos, movimientos leoninos y demás barreras para cobrar el dinero que también le pertenecía por la trayectoria de Juan en dicha institución. “¿Pero sabes por qué lo hacen?” -replicó la hija de María Esther y Juan- “para dar tiempo a que los viejitos viudos se mueran y no vean ni un peso”.

En un país cuyo sistema político constantemente nos demuestra que su motor no es el bienestar de su población, sino el poder como medio de codicia y corrupción, no es sorpresa que les sea más redituable aplazar este proceso para ahorrarse unos cuantos (muchos) pesos. ¿Y eso qué implica? Dejar desamparados a miles de viudas y viudos que ya no tienen cómo generar ingresos y que sólo buscan vivir sus últimos años con tranquilidad y dignidad. 

María Esther, en cambio, pasó sus últimos siete meses de vida peleando un derecho que ya era suyo, esperando que al hacerlo valer no tuviera que depender de sus hijos y pudiera vivir una vejez decente, sin complicaciones, pero lamentablemente se quedó a la mitad de una batalla que sin saberlo, siempre tuvo perdida. 

María Esther no es una desconocida, era mi tía, y lo que más duele no es ver una injusticia de este calibre tan de cerca, es ver al gobierno burlarse y jugar con la vida de tantas personas sin saber si ese dinero que no están dispuestos a darles, es su única y última posibilidad de subsistir.// Tw. @chinacamarena