Entre incertidumbre y escombros: testimonio de un sobreviviente
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Sin cuentos chinos

Entre incertidumbre y escombros: testimonio de un sobreviviente

 


Entrevistar a Jens fue un reto. El inglés no era la lengua materna de ninguno y la señal era pobre, pero aun así, nos las arreglamos para charlar sobe uno de los episodios más difíciles de su vida: pasar cinco días sepultado, luego de que el 12 de enero de 2010 un feroz terremoto sacudiera a Haití. 

Jens Kristensen, danés de 48 años de edad, se había instalado en el país caribeño cinco años atrás para ejercer el cargo de Senior Humanitarian Officer en la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas. Según me explicó en una entrevista hace algunos meses, ese día salió temprano de su apartamento, llegó a trabajar, subió tres pisos y accedió a su oficina sin saber que era el inicio de lo que sería, el día más largo de su vida.

Kristensen revisaba unos papeles cuando sintió un movimiento abrupto de magnitud 7.3 en escala de Richter. “Sabía que tenía poco tiempo. Pensaba a dónde podía correr o ir, pero ninguna opción parecía correcta”. Finalmente, el danés se replegó debajo de su escritorio y decidió aguardar ahí hasta que el movimiento telúrico cesara. Nunca pensó que el edificio colapsaría antes. 

Cuando Jens abrió los ojos, todo estaba oscuro. Ni un sonido, ni un rayo de luz. Nada. “Sentía que estaba en un ataúd. No sentía nada, sólo sabía que estaba atrapado” recordó el funcionario, quien se encontraba acostado sobre su espalda, completamente inmóvil y solo a cuatro centímetros de que el concreto acariciara su cara.

El violento movimiento tectónico cobró la vida de 36 compañeros de Jens, y él estaba seguro que sería el 37, pues no sabía cómo saldría de ahí o peor aun, si saldría de ahí. Mientras me narraba su experiencia, recuerdo que me llamó la atención su entereza, la manera diluida con la que expulsaba las palabras e hilaba los hechos; parecía que el tiempo había hecho lo suyo. 

“La naturaleza parece ensañarse especialmente con Haití” dice el periodista Jon Lee Anderson en su crónica sobre este desastre, y tiene razón. Si bien no es común que Haití se encuentre dentro de la agenda internacional de nuestro o de ningún país, a menos de que ocurran este tipo de catástrofes, la historia de esta nación con 11 millones de habitantes ha sido golpeada por crueles dictaduras e incesante sufrimiento provocado por tormentas, huracanes y mucha, mucha corrupción. Ahora, Jens estaba viviendo en carne propia una de estas bofetadas. 

“Y ahora, ¿qué?” se preguntaba al tiempo que se concentraba en mantener la calma. Catorce horas pasaron, y de pronto, una luz brilló cerca de él, era su celular. Jens hizo lo que pudo para alcanzarlo, pero el teléfono no tenía recepción. “Bueno, al menos ya puedo saber qué hora es” se consolaba, sin saber que esa distracción solo le duraría dos días.

Los días pasaban y el funcionario dormía y despertaba para descubrir que seguía ahí, atrapado. “No sabía cuántos kilos de concreto había sobre mí, no sabía si era de día o de noche, había ocasiones en las que ni siquiera sabía si seguía vivo”. Consciente de que la asfixia era una posible causa de deceso, Kristensen se concentraba en respirar, aunque eso implicara que las moscas hicieran de su nariz, un hogar. 

“Mi cuerpo se debilitaba cada vez más. Tenía hambre y me era inevitable pensar que el ser humano no puede vivir más de tres días sin agua… ¿ya llevaba tres? ¿llevaba más?” se preguntaba. Hasta el momento, Jens había sido capaz de controlar sus pensamientos y emociones, pero a medida que la oscuridad se convertía en su único paisaje y la soledad en su única amiga, la idea de morir comenzaba a hacerse más presente: “¿Dolerá? ¿Tendré que seguir una luz como en las películas?” se cuestionaba.

Pensar en sus padres, sus amigos, las cosas que no había hecho y los lugares que le faltaba conocer, era lo único que mantenía activo su cerebro y le suponía un recordatorio de las razones para seguir luchando.

Un día, el funcionario dejó de escuchar el bullicio de la gente. Sí, las autoridades ya habían cedido a la búsqueda de sobrevivientes en ese lugar y habían girado la orden de deshacerse del cascote de lo que un día, había sido la oficina de las Naciones Unidas en Puerto Príncipe.   

Jens corrió con mucha, muchísima suerte, pues en el momento en que se supone removerían todo, la máquina se descompuso y la persona que lo operaba se dispuso a fumar un cigarrillo cerca de los escombros, mientras esperaba refuerzos. Fue ahí, entre humo y humo, cuando escuchó el endeble golpeteo de auxilio del funcionario.

Después de cinco días atrapado, el domingo 17 de enero de 2010, Jens Kristensen fue rescatado con un rasguño en la mano como único vestigio de este terrorífico suceso. “Cuando salí, la luz me lastimaba, me sentía entumido y fatigado, pero VIVO” enfatizó. 

Hoy se cumplen 11 años de esa segunda oportunidad que tuvo Jensen de vivir, sin duda un aniversario más amargo de lo normal, teniendo una pandemia de por medio. No obstante, es interesante observar que en diez meses, el coronavirus se ha llevado el 0.1% de las vidas que se llevó el terremoto en poco más de un minuto. Sí, de 10 mil 300 contagiados de Covid-19 a la fecha, se han registrado únicamente alrededor de 230 decesos, mientras que el terremoto dejó un saldo de más de 200 mil. 

De esa magnitud fue la tragedia de hace 11 años, de esa magnitud fue el milagro de Jens y de esa magnitud es la importancia de voltear a ver desde hoy y para siempre, a uno de los países más abandonados y necesitados del continente americano.