Mercancía vemos, esclavitud no sabemos
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Opinión

Sin cuentos chinos

Mercancía vemos, esclavitud no sabemos

 


El pasado miércoles 2 de diciembre se conmemoró el Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud. Pensar en esclavitud, suele transportarnos a épocas remotas, como si fuera algo que únicamente se encuentra en las tristes páginas del libro de Historia. Sin embargo, la esclavitud sigue siendo parte de este siglo, de esta década, de este año, de este día.

‘La esclavitud moderna’ como especialistas le llaman, se manifiesta en distintas formas como lo es la explotación sexual o laboral. Hoy, por ejemplo, mientras tu lees esto hay aproximadamente 40.3 millones de personas que están siendo víctimas de esclavitud en alguna de estas modalidades, según cifras de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

Mediáticamente, la esclavitud sexual ha sido mucho más abordada, y por lo tanto, es la que la gente suele tener (un poco) más presente. No obstante, la explotación laboral forzosa es un problema que es imperativo voltear a ver, pues el número de personas que son obligadas y sometidas a trabajar a la fuerza, y en condiciones paupérrimas, ronda los 25 millones en todo el mundo.

 

El trabajo forzoso, de acuerdo con la OIT, comprende “cualquier trabajo o servicio exigido a una persona, y para el cual ésta no se ha prestado voluntariamente”, o bien, para el cual en un inicio se prestó por decisión propia, y que cuando se busca abandonar, se ejerce coerción sobre ésta para evitarlo.

Esta oscura realidad azota a todos los rincones del mundo, pero se agudiza en regiones como Asia del Este y América Latina. Con el fin de profundizar en el tema, hace unos meses hablé con una mujer de Bolivia llamada Olga, quien a raíz de engaños y reprimendas, terminó siendo víctima de trabajo forzoso en Argentina. Motivada por anuncios de “empleos maravilla” , la joven de en ese entonces 22 años, viajó cuatro días para ir desde su natal Sucre, Bolivia, hacia el que sería su nuevo hogar en Buenos Aires, Argentina. “Prometían pagarme en dólares, sonaba a un sueño. Yo solo quería irme a otro país para vivir mejor, ganar dinero, y luego regresar a mi tierra. No sé qué me hizo pensar que lo lograría” me dijo Olga en el teléfono, con un hilo de voz de aquéllos que se forman cuando tocas una herida que nunca terminó de cerrar.

En una jornada que iniciaba a las 7 de la mañana y en ocasiones se extendía hasta más de la media noche, los trabajadores del taller, en su mayoría migrantes, tejían, bordaban y confeccionaban casi ininterrumpidamente. “Los cumpleaños, días festivos, fines de semana, nada de eso existía. Solo existía el taller, un lugar lleno de telas, hilos y música a todo volumen para que no pudiéramos hablar entre nosotros. Nunca sabíamos qué día era” describió Olga. Contrario a lo que se le prometió, solo le eran pagados ‘unos centavos’ o peor aún, no había retribución alguna. “Ya estábamos en otro país, ¿qué podíamos hacer? No te quedaba de otra más que aceptarlo” dijo la boliviana.
Cuando Olga y sus compañeros se quejaban con los dos dueños del taller por las largas jornadas y nula paga, éstos se excusaban diciendo que sus clientes no les habían pagado a ellos, o hacían fiestas en las que incitaban a los trabajadores a beber, para que a la mañana siguiente se pudieran escudar bajo un: “Te pagué ayer, pero como estabas borracho, no te acuerdas”.

Los amagos, intimidaciones, y la condición de indocumentados en la que se encontraban Olga y el resto de empleados, fueron los mejores aliados de los talleristas, quienes constantemente recurrían a éstos para retenerlos y disipar cualquier intención de denunciar. “Se creían nuestros dueños. Decían que ellos nos habían dado trabajo y que por eso podían obligarnos a hacer lo que quisieran”.

A pesar de las diarreas crónicas y otras enfermedades consecuencia de las tres galletas de agua que les daban como desayuno, y los huesos de pollo que les daban de comer, Olga y sus compañeros se compraban el discurso de que las condiciones de vida que ahí tenían, eran las mejores que podrían alcanzar dada su posición, hasta que un día, después de un año de trabajar bajo constantes amenazas, Olga decidió actuar. “De pronto empecé a preguntarme, por qué. ¿Por qué no nos dejan hablar?, ¿por qué no nos dejan salir?’. Ese fue el inicio de la reconstrucción de su libertad.

Olga logró escapar de ahí, pero muchos de sus compañeros, no. Al ser un delito que año con año sigue creciendo, la OIT lo ha considerado prioritario, sin embargo, reconoce que aún tiene grandes retos para hacerle frente a este problema como lo son los veloces avances tecnológicos, la falta de denuncia, la poca información que existe sobre el tema y por supuesto, la poca consciencia que nos caracteriza como consumidores.

Ya que este mes suele ser nuestro preferido para comprar y regalar, propongámonos a hacerlo teniendo más preguntas en la cabeza; detengámonos a pensar si darle click a ‘comprar’ nos hace cómplices de una cadena de esclavitud y privación de derechos. Hagámoslo teniendo presente que en nuestra región hay 2 millones de personas que como Olga, son presas de una realidad indigna que mueve 7 mil 500 de dólares en ganancias ilegales por cada individuo forzado a trabajar. La esclavitud existe, que tú no la veas o vivas, solo te hace afortunado.

Twitter: @chinaCamarena