El abrazo más difícil
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Opinión

Sin cuentos chinos

El abrazo más difícil

 


Hace unos días estaba desempolvando los libros que desde hace muchas lunas ya, aguardaban pacientemente en la repisa de mi cuarto. Así, me encontré con uno de mis favoritos: “Las palabras más bellas del español”. Comencé entonces a hojear a mi viejo amigo, a leer algunas de sus líneas y a disfrutar de la minuciosa selección de palabras que el autor, Rafael Eduardo Orozco Mariño, compiló en este texto. 

De pronto, al llegar a la página 33, fue como si todo a mi alrededor se nublara y sólo pudiera enfocar mi vista en una cosa: la palabra ‘Abrazar’. “Abrazar es una palabra bella porque ese acto de ceñir con los brazos, de estrechar entre ellos a alguien (…) un recuerdo, pensamiento o alguna cosa, es una señal de cariño, y todas las señales de cariño dignifican al ser humano…”. Creo que en mis 25 años de vida, nunca me había detenido a pensar en lo que el ‘simple’ acto de abrazar implica, y al darme cuenta que, en momentos como este, abrazar supone un riesgo igual de letal que apuntar con una pistola, sentí algo de escalofríos sazonados con nostalgia.

Fue en ese preciso instante que me percaté de lo mucho que me había dedicado a observar lo que ocurría en el exterior y lo poco -muy poco- que había dedicado a analizar lo que ocurría en el interior, en mi interior. “(Cuando abrazas) Te sientes más seguro” continúa el autor, “El abrazo es hermoso porque combate el frío y el temor por igual. Cuando abrazas, estás diciendo que amas sin condiciones y sin barreras (…) Nada más humano y más sublime”. Qué osado -y fascinante- es pensar que abrazar, uno de los actos más ordinarios, es también uno de los poderes innatos más increíbles del ser humano. En este punto, simplemente me derrumbé. No hay nada más humano que abrazar, dice Orozco, y es que es verdad que encontramos en ese rodear de brazos, una manera honesta de transmitir cosas para las que las palabras no están hechas. Pero lo que me parece aun más valioso, no es el momento en el que te haces de protector y abrazas a otro, sino cuando te dejas abrazar, pues es ahí cuando te permites sentirte querido pero sobre todo, vulnerable…¡y qué importante es sentirse vulnerable! Es, sin duda, parte fundamental de saberse humano, de saberse vivo. 

Desde que somos pequeños nos enseñan que el mundo es binario. De un lado ponemos todo aquello que nos es etiquetado como ‘malo’ o negativo, y del otro, todo a lo que nos debemos ceñir para asegurarnos una vida próspera, ‘feliz’. Dentro de estas dos grandes divisiones, inmediatamente nos fue, casi exigido, poner el miedo, y la vulnerabilidad que emana de éste, en el lado de lo malo, de lo que se debe evadir. “No tengas miedo” “¿Por qué vas a tener miedo?”. Pero un detalle olvidaron, la ausencia de miedo no implica que somos mejores, sino que estamos dejando de ser reales. Sí, tener miedo nos hace ser reales, y entonces, me percaté que llevaba más de 60 días siendo artificial por ese temor a sentir algo del lado ‘prohibido’. ¿Y si me derrumba? ¿Y si me hace más débil?

Lo que estamos viviendo es algo insólito, algo de lo que ni en nuestras noches más locas de cine de ciencia ficción, pensamos que seríamos testigos. Leer noticias, escuchar las conferencias del Subsecretario de Salud, ver que el número de contagios aumenta a la par de las defunciones, darse cuenta de lo frágiles que somos, de que esto es algo que trasciende fronteras y que de pronto, el mundo que un día presumimos de hogar, se convierte en nuestra -gran- cárcel. Esa ironía que supone vivir en un planeta que siempre nos quedó grande y que ahora no tiene ni un rincón en el que nos podamos sentir a salvo. Todo eso abruma, atemoriza. 

Nuestra realidad cambió, eso es un hecho. Pero lo que yo, por miedo a tener miedo, no había sido capaz de aceptar, era que no se trataba de una pausa para luego reanudar y seguir viendo la película. Se trataba de un cambio total de película, y de consola, y de todo. Y sí,  eso me aterra. Me da miedo pensar que nada volverá a ser como antes. Que la manera de relacionarnos, de trabajar, de divertirnos, y de vivir en general, será distinta. Me da miedo que el calendario siga avanzando y no me alcance la vida para abrazar lo suficiente a mis abuelos, tíos, primos y amigos; y peor aun, que pasen los días y olvide la sensación de cariño incondicional y protección, que inundaban mi cuerpo al hacerlo.

Nadie pidió esto. Nadie pidió perder a un ser querido en cuestión de días, nadie pidió quedarse sin trabajo, ver que el dinero no alcanza, o sentir que un trayecto en metro puede costarle la vida y que aun así, no puede darse el lujo de quedarse en casa. No, nadie pidió sentir miedo de vivir, de dar un paso en vano. Nadie buscó estar aquí, pero es en donde nos tocó estar. 

Y entonces entendí que está bien romperse de vez en cuando. Está bien sentir miedo cuando vemos que afuera, todo lo que conocíamos se está cayendo a pedazos. Pero de nada vale quebrarse si no se está dispuesto a verlo como una oportunidad de repararse, de mirar hacia atrás y apreciar las huellas, los baches, y la distancia que hemos recorrido en lo individual y colectivo. 

La buena noticia es que este derrumbe nos deja un terreno vacío; listo para volver a edificarse. Y sí probablemente habrá muchos motivos para quedarse lamentando lo que un día fue, pero también habrá muchos para comenzar a trabajar por lo que puede llegar a ser. Tendremos la posibilidad de tomar los escombros para erigir, de nueva cuenta, eso que quizás ni nosotros sabíamos que éramos capaces de construir.

Entre todas las incertidumbres que existen, tenemos una certeza: no podemos abrazar a los nuestros, y quizá no lo podremos hacer por un largo tiempo, lo único que hoy podemos -y debemos- abrazar, es nuestra nueva realidad. No será sencillo, de hecho será el abrazo más difícil que daremos en nuestra vida, pero definitivamente será necesario. Quizás no somos a prueba de balas, pero es la oportunidad perfecta para demostrarnos que sí podemos poner las balas a prueba. 

Es verdad que eso que veremos y viviremos al salir, ya sea en un mes, en tres o en seis, será una realidad totalmente nueva y distinta a la que algún día fue. Pero abrazarla, hacerla nuestra, está en nosotros. Será nuestro reto y nuestra tarea de cada día. “El abrazo es esa fuerza que rodea a los espíritus para decirle al mundo que no están solos (…) Trata de abrazar a alguien todos los días” explica Orozco; y sí, tendremos que esforzarnos cada día para que el miedo que hoy sentimos, sea catalizador de acciones y motivos para pavimentar el sendero que nos devolverá ese súper poder que un día tuvimos y que poco supimos apreciar, el simple -y bello acto- de abrazar. 

QUEBRANTAMIENTO: Es una palabra bella porque conlleva compasión, conmiseración y piedad, producto de la aflicción el dolor o una pena muy grande (…) Tienes que lograr no sólo conocer el poder de esta palabra, sino nunca avergonzarte cuando sobrevenga, para sanidad interior, el quebrantamiento de tu corazón. Debes cuidar esta palabra como el gran tesoro que es. 

VIDA: “Es una palabra bella porque omiten la fuerza o actividad interna sustancial, mediante la que obra el ser que la posee. Es la unión del alma y del cuerpo. El espacio de tiempo que transcurre desde el nacimiento hasta su muerte (…) es la duración de las cosas. Tienes que lograr no sólo conocer esta palabra, sino adquirir la convicción de que la vida es algo sagrado. Debes cuidar esta palabra como el gran tesoro que es ” dice el autor español. 

CONOCER: Es una palabra bella porque contiene entendimiento, inteligencia, y razón natural. Con ella, entendemos, advertimos, sabemos. Percibimos el objeto como distinto de todo lo que no es él. Tienes que lograr no sólo conocer el poder de esta palabra, sino entender su significado, para que adquieras prudencia y discernimiento (…) debes cuidar esta palabra como el gran tesoro que es. 

ABRAZAR: Es una palabra bella porque ese acto de ceñir con los brazos, de estrechar entre ellos a alguien, a un animal, a un recuerdo, pensamiento o alguna cosa, es una señal de cariño, y todas las señale de cariño dignifican al ser humano. Incluso cuando abrazar a un enemigo, lo salvas (…)  Huyes de la soledad en el abrazo. Te sientes más seguro. El abrazo es hermoso porque combate el frío y el temor por igual. Hay un por sobrenatural y providencial en este verbo. Cuando abrazas, estás diciendo que amas sin condiciones y sin barreras. La gente se abraza cuando está feliz, cuando se despide (…) cuando están tristes y necesitan consuelo. Nada más humano y más sublime. Te abrazas también cuando ves que alguien viene a hacerte daño o a destruirte. El abrazo es esa fuerza que rodea a los espíritus para decirle al mundo que no están solos. Tienes que lograr no sólo conocer esta palabra, sino ponerla en práctica permanentemente. Trata de abrazar a alguien todos los días. Debes cuidar esta palabra como el gran tesoro que es.