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Réquiem a la justicia mexicana

En el vasto salón de mármol donde alguna vez la justicia tuvo su hogar, hoy sólo quedan susurros y sombras. Las paredes, antaño decoradas con principios de equidad y derecho, han sido mancilladas por el óxido de la impunidad. Un réquiem se alza en el aire, no entonado por voces solemnes, sino por el crujir de la estructura misma del poder. La justicia mexicana, otrora robusta y prometedora, yace deshecha por la vanidad y el capricho. Un capricho que brota del ego de un dictador que, con mano férrea y mirada fulminante, ha decidido que no habrá espacio para la crítica, el diálogo o el disenso.

En este escenario trágico, la justicia se convierte en un espectro que merodea entre los escombros de lo que pudo haber sido. No es la ceguera de la dama con la balanza lo que ahora preside, sino la venda impuesta sobre los ojos de un pueblo que, en su sumisión, ha dejado de ver y de exigir. La balanza, otrora símbolo de equilibrio, yace rota en un rincón, sus platillos inclinados, cargados del peso de decisiones arbitrarias y sentencias compradas. Los tribunales han dejado de ser templos del derecho para convertirse en teatros del absurdo, donde las leyes son guiones manipulados al antojo del poder.

El dictador, en su afán de consolidar su dominio, no tolera los contrapesos. Los considera obstáculos, no garantías de democracia. Ha transformado la justicia en una marioneta que danza al son de sus deseos, despojándola de toda dignidad. Ha anulado los mecanismos de supervisión, acallado las voces disidentes y convertido las críticas en delitos de alta traición. El país, antes diverso en opiniones y plural en ideas, se va asfixiando en el monólogo del poder absoluto, donde sólo hay lugar para una verdad, la suya.

El réquiem de la justicia mexicana es, pues, un canto fúnebre que resuena en cada rincón del país. No es un lamento por un ideal abstracto, sino por el derecho mismo de un pueblo a ser escuchado, a ser defendido, a ser libre. Es un recordatorio de que sin justicia no hay democracia, y que, mientras el capricho y la soberbia se sienten en el trono, la nación se encamina hacia un oscuro horizonte de sumisión y olvido. Y así, en esta tierra de héroes y traidores, la justicia reposa en su tumba, esperando el día en que un nuevo amanecer la redima de su larga noche de opresión. Es cuánto.

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