Del Capitolio a Palacio Nacional
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Del Capitolio a Palacio Nacional

 


El pasado 6 de enero sucedió algo sin precedentes en el Capitolio de los Estados Unidos de América. Mientras la Cámara de Representantes y el Senado estadounidenses se disponían a certificar los votos del Colegio Electoral y con ello la victoria de Joe Biden y Kamala Harris para llegar a la Casa Blanca, Trump instaba a sus seguidores a “caminar sobre la Avenida Pensilvania hasta llegar al Capitolio para darle a los republicanos débiles la audacia necesaria para revertir la elección”.

Días antes, se dio a conocer que Trump habría presionado a su vicepresidente, Mike Pence, para que unilateralmente validara la elección y desestimara los votos electorales de algunos estados en donde los resultados favorecieron a los demócratas, como Georgia, Nevada y Pensilvania. No obstante, Pence manifestó públicamente que él respondería a su mandato constitucional y no a la petición presidencial, lo que irritó todavía más a Trump.

Así, alentados por el todavía presidente estadounidense, sus seguidores -miembros de la ultraderecha más recalcitrante- irrumpieron violentamente en el Capitolio, tomando la tribuna y agrediendo a policías. La realidad superó toda ficción.

¿Las consecuencias? Por lo menos 5 muertos, el rechazo internacional a Trump -exceptuando el de ya sabemos quién- y el bloqueo de sus cuentas de redes sociales por parte de Twitter y Facebook por promover e incitar la violencia.

Y es que sí, el único responsable de lo sucedido el 6 de enero fue Donald Trump. Y no solo porque ese día llamó públicamente a sus seguidores a “darles audacia a los republicanos débiles”, sino porque desde su campaña y durante todo su mandato recrudeció la división que impera en la sociedad norteamericana.

El 6 de enero fue la consecuencia natural de un gobierno autoritario y un mandatario megalómano, como los que hoy gobiernan Estados Unidos y México. Trump vivió y gobernó por y para el encono. Como todos los de su calaña lo hacen.

Por eso lo sucedido en el Capitolio nos hizo pensar a muchos en ya saben quién.

Y es que, aunque no les guste, Trump y López Obrador son muy parecidos y comparables, así como lo son sus seguidores incondicionales. Mientras los primeros se creen líderes mesiánicos, los segundos realmente los toman como tal, dejando de lado sus principios e incluso todo juicio y/o raciocinio.

Pero hay que precisar. De ninguna manera comparo a México con Estados Unidos, ni a sus sociedades o gobiernos ni mucho menos a sus democracias. No comparo a los países, sino a sus actuales presidentes pues con sus propias particularidades -mas no cualidades- son megalómanos, sociópatas, autoritarios, populistas, demagogos, mentirosos e irresponsables, por decir lo menos.

López Obrador, al igual que Trump, vive y gobierna por y para el encono.

En ese tenor, en noviembre de 2020, después de las elecciones en Estados Unidos, en este espacio hice una reflexión sobre cómo López Obrador representa en México lo mismo que Trump en el vecino del norte y por qué la derrota del republicano enojó tanto a la 4T. Porque tienen miedo de que sea el principio del fin de los gobiernos de su calaña, como el de ya saben quien. Ahora lo sostengo y lo reitero.

Hay quienes se burlan de quienes los comparamos, pero si lo hago es porque son exponentes de la misma corriente de mandatarios que llegan al poder de forma democrática, pero que una vez en él se comportan de muchas maneras, menos democrática. Y porque me da miedo que lo que se vivió en el capitolio el 6 de enero se pueda repetir en México, en Palacio Nacional o en San Lázaro, en 2024.

Ser electo democráticamente no garantiza que un gobierno sea democrático. Y quien desconoce los resultados electorales que no le favorecen y además llama a la desobediencia civil e incita a la violencia por ello, no es democrático. Como Trump y como AMLO, los principales enemigos de la democracia en América del Norte.

*Licenciado en Derecho por la IBERO Ciudad de México y Maestrando en Administración Pública por la Anáhuac Oaxaca.

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