La verdad
Oaxaca
La Capital Los Municipios
El Imparcial del Istmo El Imparcial de la Costa El Imparcial de la Cuenca
Nacional Internacional Súper Deportivo Especiales Economía Estilo Arte y Cultura En Escena Salud Ecología Ciencia Tecnología Viral Policiaca Opinión

Opinión

Pegatinas Reivindicativas

La verdad

 


El titular del Poder Ejecutivo ha añadido una nueva dinámica en su estrategia de comunicación que ha puesto en alerta no solo al gremio periodístico sino también a activistas y organizaciones de derechos humanos.
Con la llegada del dichoso “Quién es quién en las mentiras de la semana” a las mañaneras, los señalamientos desde la silla presidencial contra integrantes de la prensa se han agudizado. Con el pretexto de “hacer uso de su derecho de réplica”, ahora se apunta con nombre, apellido y medio, a las personas quienes -de acuerdo con las y los servidores públicos del Poder Ejecutivo- han publicado información carente de sustento solo en busca atentar contra el gobierno federal (https://bit.ly/3AmTeuH).
Como era de esperarse, periodistas de diversos medios se pronunciaron en contra del ejercicio, señalando que se trata en un despropósito que paradójicamente se encuentra plagado de imprecisiones y dichos falsos (https://bit.ly/3qJJBSm; https://bit.ly/3hufJVJ).
Incluso, el Relator Especial de Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos externó su preocupación sobre el uso del primer podio del Estado para singularizar a los críticos de su gestión (https://bit.ly/2UjvQhc).
En defensa de su nuevo esquema, el presidente declaró: “nada más quieren tener ellos el monopolio de la verdad y que nadie puede replicar, eso es lo más antidemocrático que puede haber” (https://bit.ly/2UjTaLN).
Pareciera que se está buscando construir una retórica en la que se ha emprendido una batalla por la verdad.
Sin embargo, el concepto de verdad es uno que se ha mantenido en estudio desde hace milenios y aún continúa como una de las preguntas fundamentales de la filosofía sin una definición o concepción unánime (https://stanford.io/3wl3pwI).
En la época en que los conceptos fake news, bulos o noticias falseadas fueron moldeados, podríamos considerar que la proliferación de información inexacta, falsa o errónea es un mal de nuestros tiempos. No es el caso.
Hasta hace relativamente poco, el control los medios de comunicación masivos se encontraban centralizados en manos de imperios, reinos, dictaduras, gobiernos comunitarios y estados democráticos, así como de un puñado de personas con recursos suficientes para costear los altos precios de producción que implicaban la difusión de ideas de manera intensiva.
No es que la información anteriormente fuese “más verdadera”, sino que anteriormente no contábamos con tantas fuentes ni modos de difusión instantánea. Mucho menos estas vías tenían escala global que ahora conocemos (https://bit.ly/2SJffTo).
Pocas fuentes, pocos elementos de contraste para determinar la confiabilidad de la información dada, la que era enfocada a públicos mucho más reducidos.
Hoy, es posible contar en la palma de la mano con una plataforma de exposición global sin grandes costos asociados -económicos o morales-, lo que implica tanto una maldición como una bendición.
Detentamos herramientas como nunca antes para hacernos de información de diversas calidades, muchas elaboradas al vapor y otras tantas acuciosas investigaciones. Un mar de letras y datos que podrían perdernos en laberintos. Pero justamente, tal condición, la misma que nos obliga a enfrentar el desafío que imponen las fake news, es la que nos brinda una oportunidad de evadir la ficticia batalla por la verdad que se trata de crear discursivamente y nos acerca un poco más a los hechos.
Nadie posee la verdad absoluta. Ni los medios ni los poderes del Estado. Nadie. Lo más que podemos pedir es evidencia (https://bit.ly/3AsHsz4). La presidencia no requiere de teatrales presentaciones para refutar acusaciones, como sí precisa de evidencia, pruebas y datos; de la misma forma como las y los periodistas y articulistas requerimos brindarla para soportar nuestras afirmaciones. Igualmente, la ciudadanía no requiere de un filtro que le señale unívocamente una respuesta incuestionable, sino de información y capacidades para discernir y hacerse de su propia opinión.
En lugar de aceptar artificiales guerras “por la verdad”, debemos emprender una cruzada para que todas las personas podamos hacernos de información confiable a través de la alfabetización mediática, informacional y digital (https://bit.ly/3hftkBG; https://bit.ly/2UmRQYx).
Nadie posee la verdad, pero todas y todos sí poseemos el derecho a contar con multiplicidad de fuentes de información que sean independientes, libres, confiables y transparentes. Y eso aplica tanto para los poderes públicos como para los medios de comunicación privados. No se trata de la verdad. Se trata de información, democracia y derechos.

@GalateaSwanson