El tema es obligado. La violencia en México alcanzó la categoría de terrorismo. (Forma violenta de lucha política, mediante la cual se persigue la destrucción del orden establecido o la creación de un clima de terror e inseguridad susceptible de intimidar a los adversarios o a la población en general). Así lo reconoce Enrique Peña Nieto, y su séquito.
Ante ese terrorismo que algunos medios informativos tratan de minimizar para no afectar sus propios intereses empresariales, EPN y sus mandos militares lucen derrotados y sin proponer alternativas confiables para que la sociedad vea el final de este horrendo drama.
Para medio entender ese panorama nacional, es necesario echar un vistazo a sus causas que lo originaron y también a las causas del fracaso de EPN que nos cobra como presidente, así como de la ineptitud de los militares que irresponsablemente lo animaron a meterse en esa aventura, vil y nada inteligente.
Para cualquier individuo con un dedo de frente y una razonable dosis de sentido común, es muy fácil entender el principio básico de la conducta humana que dice: lo que mal empieza, mal se desarrolla y por consecuencia, mal termina. Es el caso del mandato “presidencial” de EPN, mal empezó y está terminando peor.
Recordemos que el mandato de EPN, empezó mal porque es ilegítimo desde el punto de vista electoral. Oficialmente, no logró superar a su adversario, Andrés Manuel López Obrador en la elección del 2012, ni siquiera con un punto porcentual. La oligarquía lo apoyó con todo en ese fraude y las consecuencias ahora las padecemos todos, incluyendo a los oligarcas que ahora se arrepienten de haberlo sostenido en esa farsa comicial.
Consciente pero no arrepentido de esa farsa electoral, Enrique Peña Nieto y sus patrocinadores, entre ellos el Departamento de Estado de los Estados Unidos, concibieron el plan perverso de mandar al ejército a las calles para legitimarse, creyendo tontamente que ganarían una guerra contra carteles de alcances internacionales. Para desgracia de miles de mexicanos, el desarrollo de ese plan militar es inútil.
Peña Nieto y sus asesores mal intencionados hablan de un Estado de derecho. Bien harían la mayoría de legisladores que lo apoyan en tomar un cursito básico sobre teoría del Estado. Aprenderían que el Estado tiene cuatro pilares fundamentales: un territorio, una población, una Constitución vigente y un Gobierno legítimamente constituido de acuerdo a la legislación constitucional. Esto cualquier estudiante de derecho lo sabe, pero no muchos de nuestros legisladores.
Es en la falta de acatamiento al rigor constitucional e institucional de “Gobierno legítimamente constituido” donde el mandato de EPN queda en el aire y sin fundamento legal alguno. En otras palabras, el mandato de EPN desde el arranque empezó mal, y como resultado se ha desarrollado mal y con toda seguridad terminará mucho peor, por no decir, más mal, que suena tan de poco gusto, como decir más mejor.
Vistas las cosas con el rigor que la propia Constitución vigente impone para todos, el mandato (no el gobierno) de EPN, no representa al Estado Mexicano, ni el mandatario puede invocar a un Estado de derecho para los gobernados. Tenemos entonces un estado fallido porque el mandato fraudulento no se apega a la definición constitucional de Estado. Por lo tanto, EPN no es Jefe de Estado. Su estado mayor, tampoco lo es.
Pero más allá de lo ilegítimo del mandato de EPN, la madre de todas las cusas de las desgracias de los mexicanos es la impunidad institucionalizada. Con un Gobierno ilegítimo como el que sufrimos en México, la impunidad seguirá campante para el beneplácito de los criminales.
El ejército es el gran perdedor en este escenario de violencia. Además, el ejército no tiene sustento constitucional para seguir haciendo el ridículo, Sin soporte constitucional los militares se ubican automáticamente en el teatro de los malos, aunque su jefe supremo diga que son víctimas. EPN, muchos legisladores y los militares, ignoran que: sin Estado, no hay derecho y sin derecho no hay Estado. Sólo queda un estado fallido.
Esto es importante. Y ¡Hay que decirlo!
Es mi opinión. Y nada más…
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