Claudia Sheinbaum Pardo asume hoy como la primera mujer presidenta de México, con el reto de atender y resolver diversos problemas. Deberá dar resultados en pendientes de la administración de Andrés Manuel López Obrador, entre ellos, la crisis de violencia, las carencias del sistema de salud, y mantener las finanzas públicas sanas.
Enfrentará los niveles de violencia y crimen organizado que son un problema grave que requiere una combinación de estrategias técnicas y un liderazgo político que mantenga la cohesión social a través de una narrativa que compagine con las soluciones propuestas a un problema de gran relevancia para la vida pública de México.
Su liderazgo está enmarcado en un contexto en el que la sociedad mexicana ha mostrado una clara demanda por el cambio, pero también por estabilidad. El equilibrio que deberá lograr entre las soluciones técnicas y la narrativa emocional no es una trampa, sino una oportunidad para consolidar un liderazgo propio, uno que trascienda el carisma de su predecesor y que permita una transición hacia un México más moderno y justo.
Su éxito dependerá de su capacidad para equilibrar estos dos mundos: el de la eficacia técnica y el de la conexión emocional con la ciudadanía, una combinación que será esencial para consolidar su lugar en la historia de México. Debe encontrar un equilibrio entre mantener una economía dinámica y elevar el bienestar de la población. Para ello, deberá atraer inversión y generar empleos de calidad, todo ello en un contexto global y nacional incierto.
Por la parte global encontramos factores como la desaceleración económica de Estados Unidos -nuestro principal socio comercial-, la revisión del T-MEC en 2026, junto con las oportunidades que ofrece la relocalización de empresas (nearshoring) en el territorio mexicano. Al interior, la violencia y presencia del crimen organizado, tanto en el Norte, Occidente como en el Sureste del país, afectan la calidad de vida de las personas, dañan directamente el patrimonio y los ingresos de las familias y merman la economía local.
Frenar suicidios
La prevención del suicidio está considerada como una prioridad de salud pública y una de las condiciones prioritarias del Programa de acción para superar la brecha en salud mental. Para hablar del suicidio, más que dar una definición precisa, se puede establecer una gradación de comportamientos que de menor a mayor intensidad, conforman la conducta suicida.
La aparición de esos comportamientos determinará, pues, el perfil de gravedad y peligrosidad del comportamiento del individuo y permitirá, en su caso, asentar los modelos teóricos y de intervención a partir de una estructura conceptual que facilite la comprensión de la situación. La cuestión del suicidio sigue asociado al estigma y se estima que las cifras están por debajo de la realidad, puesto que muchas muertes no se registran como suicidios. Eso sin hablar de las secuelas de muchos intentos de suicidio que no acaban en la muerte, de los que no hay registros ni los habrá.
Las muertes por esta causa pueden ocurrir a cualquier edad. Sin embargo, la tasa más alta de suicidios reportada en el país es en jóvenes de entre 18 y 29 años. El suicidio es una conducta y no un trastorno mental en sí; desde la perspectiva del comportamiento, se le ubica como una solución para regular emocionalmente algo que una persona está sintiendo y también para resolver problemas, se vuelve un escape o huida ante una cantidad importante de dolor psicológico, intolerable e intenso que ya no puede sobrellevar y que sobrepasa la tolerancia del individuo en un momento en particular.
Por cada suicidio consumado existen muchas tentativas que ubican a esta conducta en un riesgo particular, por lo que es de importancia detectarla e identificarla. Los intentos suicidas son hasta 20 veces más frecuentes que el suicidio.