La poesía en la historia de México
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La poesía en la historia de México

 


“Si vivir es sólo soñar, hagamos el bien soñado”
Amado Nervo

Cuando decimos México, de los labios nos surge un lenguaje que, a la vez, es propio y es ajeno: hablamos en español, sin duda, pero un español tramado por la supervivencia de pueblos originarios, sobre todo del maya y del azteca. Y resbalado, más tarde, por los refinamientos melódicos del francés, y por el actual pragmatismo silvestre, lúcido, apabullante, del inglés. Pero sobre todo, cuando decimos México, estamos frente a algo fincado en la antigüedad de la flor en el canto: la poesía. Una poesía, desde luego, hecha al modo nuestro, a la mexicana.
Para poder situar el lugar de la poesía en la historia de nuestro país, debemos empezar nuestro camino de letras antes de la llegada del español (lengua y hombre) a nuestra tierra, recordando al rey Netzahualcóyotl, un poeta de vuelo alto, y su amor por el cenzontle, el jade y las flores pero mayor por su hermano el hombre.
Cien años más tarde, habíamos superado la adaptación al español, el idioma de los conquistadores. La imposición había sido tal, que para entonces muchos mexicanos estaban a la altura de los más destacados autores de la corte. Primera y principal figura en la poesía de esos tiempos es Sor Juana Inés de la Cruz, quien además gusta porque pone la voz femenina en una altura mayor, a pesar del contexto machista que distingue desde siglos a la cultura nacional. Sus sonetos están llenos de perfección poética, musicalidad, concepto, visión y desarrollo.
En el siglo XIX la poesía se vive a la par de la independencia, los poetas cambian de bando según su conveniencia brincando de liberales a conservadores y viceversa, siendo el ejemplo más claro José Joaquín Pesado, que de ferviente liberal pasó a febril conservador. Durante este periodo y hasta nuestros días, el lado liberal siempre tuvo la mayor parte de poetas a su lado, como lo fueron: Guillermo Prieto, Vicente Riva Palacio y Juan de Dios Peza. Sin olvidar a Ignacio Ramírez y su soneto “Al amor”.
A la muerte de Juárez, en 1872, y sobre todo cuando Porfirio Díaz llegó al poder en 1876, algo se atoró en la historia patria y surgió un intento unificador de las contradicciones, que nos dio como país el deseo de ser franceses en cultura y yanquis en maquinaria. Inmediatamente previo a ese contexto es que Manuel Acuña, había escrito su famoso “Nocturno a Rosario”, un poema incestuoso en el que su pretendida Rosario sustituiría a su madre.
A finales de la revolución, el Ateneo de la Juventud que reunía a jóvenes entusiastas que buscaban la salvación del país en la educación, trató de construir un México contemporáneo y moderno. Entre los jóvenes vanguardistas figuró Manuel Gutiérrez Nájera, conocido por su pseudónimo “El Duque Job” quien coincidía con el genial Rubén Darío, y perseguía rimas extrañas logradas hasta con idiomas como el inglés o el francés, con referencias a las novelas románticas y a personajes bíblicos o literarios.
En una etapa más adelantada del Modernismo se abrieron tres vertientes para la expresión poética, así como la oposición renovadora hecha por Enrique González Martínez. De estas tres vertientes, una es la que impuso Alfonso Reyes, el principal intelectual mexicano en el orbe de la Revolución y hasta la mitad del siglo xx. La segunda de las líneas señaladas en las que se abre el Modernismo la representa Amado Nervo, quien gozó de una popularidad inmensa en los países hispanoamericanos. Su sinceridad espiritual la extendió hacia búsquedas místicas, amorosas, morales y políticas. La tercera de las rutas del Modernismo en el contexto de la Revolución la ejerce José Juan Tablada, que es reconocido por la introducción del exotismo japonés en la nueva poesía mexicana de su momento, así como por su exquisito cosmopolitismo. En ese estilo, gusta de los poemas breves de contenido emocional ante la naturaleza, y poemas más extensos con aguda observación de las sutilezas de la cultura. Es de los primeros en quebrar la forma rígida del verso en la distribución de la página, que luego será distintiva de Octavio Paz, aunque en otra dirección de significados.