Capricho catalán
Oaxaca
La Capital Los Municipios
El Imparcial del Istmo El Imparcial de la Costa El Imparcial de la Cuenca
Nacional Internacional Súper Deportivo Especiales Economía Estilo Arte y Cultura En Escena Salud Ecología Ciencia Tecnología Viral Policiaca Opinión

Opinión

Hoja por hoja

Capricho catalán

 


Algunos melómanos ligarán el título de este artículo con una de las más famosas obras de NikolaiAndreyevichRimski-Korsakov, Capriccioespagnol, Op. 34, bellísima suite orquestal en cinco movimientos que nos hace remembrar cadencias de tradiciones y costumbres hispanas. Pero no.

Una de las realidades españolas (y de todo el mundo) es la diferenciación lingüística, condición que produce regionalismos, nacionalismos, rechazo a quien no es nativo, hasta extremos de xenofobia y el surgimiento de resentimientos sobre hechos inventados o magnificados. No puede soslayarse que la Península Ibérica, que incluye Portugal, ha sido asiento de muchos reinos después de la unidad política que le dio Roma.

La Hispania de los césares era una gran provincia donde florecieron las artes y la filosofía; por todo el territorio quedan vestigios de las colosales construcciones romanas y la toponimia testifica el paso de una grande civilización: Augusta Emérita (Mérida), Césaraugusta (Zaragoza), Bética (Andalucía), Lusitania (Portugal), Tarraco (Tarragona), Gades (Cádiz), Luco Augusta (Lugo), Híspalis (Sevilla), Corduba (Córdoba), Cartago Novo (Cartagena), son denominaciones de poblaciones y territorios que heredaron la cultura latina y de donde se derivaron del latín las lenguas romances que prevalecen en España: castellano, catalán, gallego, valenciano, aragonés, aranés; siendo el euskera o vascuence, cuya raíz es aún desconocida, la única lengua no indoeuropea que se habla en ese país.

La irrupción árabe en 711 de nuestra era, inició una larga etapa de 781 años, que no trastocó la fe cristiana del pueblo español. Por el contrario, fue el catolicismo factor de unidad con los soberanos de Castilla y Aragón, Isabel y Fernando, que en 1492 lograron la Reconquista y unificación completa, afectada ocasionalmente por disputas dinásticas y por reivindicaciones de lengua, como ha trascendido hasta el siglo XXI: Cataluña, uno de los orgullos hispánicos intenta reivindicar una soberanía que no se le ha negado, sino que se le ha permitido ser parte desde Carlos I, de lo que fuera alguna vez el imperio colonial más grande del mundo.

Pero el capricho catalán no es exclusivo de España. El mundo padece de lo mismo: toda la Unión Soviética se desmembró, como también Yugoslavia, Checoslovaquia, Pakistán, Vietnam, Corea y hasta en México hemos tenido movimientos soberanistas de los estados “libres”, como ocurrió en Oaxaca, que en 1915 reasumió su soberanía, llegando a deslindarse de las pugnas revolucionarias, principalmente del carrancismo. Ese movimiento soberano propició guerra, muertes, persecuciones y un gran conflicto político. Eso sí, Oaxaca emitió su propio papel moneda y acuño monedas (hoy de altísimo valor para coleccionistas), hasta que por la fuerza se restableció el orden federal en 1920.

El capricho catalán conlleva altos costos para Cataluña y para España. Los radicalismos de ArturMas, Oriol Junqueras y Carles Puigdemont, están colapsando la unidad española y el desquiciamiento del estado de derecho. Han promovido una “independencia” sin sustento político y sin previsiones económicas. No cuentan con el respaldo de ningún país o grupo de integración como la Unión Europea y sólo han despertado el entusiasmo de un sector joven de la población que desconoce los alcances dañinos de ese capricho, al cual han contribuido escritores como Ildefonso Falcones, que en su novela La catedral del mar describe a los españoles (castellanos) como entes llenos de perversidad y a los catalanes como espíritus llenos de pureza angelical, generando enconos.

Esperamos una solución apegada a la Constitución que todas la regiones autonómicas suscribieron democráticamente en 1978.
APARTE. Regresamos hoy al horario real, que es el ajustado a nuestro meridiano. Siete meses de “horario de verano” desquician a la sociedad y no puede demostrar la CFE fehacientemente el “ahorro” que dice obtener con esa absurda copia de países septentrionales.