2022, un viejo prematuro
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2022, un viejo prematuro

 


Es común pintar, imaginar o dibujar al año nuevo como un bebé, arribando a un mundo lleno de promesas y propósitos que nadie cumple, ni siquiera se inician. Lo cierto es que este 2022, como cada inicio del calendario, nace en México como un anciano lleno de achaques y de rémoras. Son cargas que venimos arrastrando desde diciembre de 2018, por la irresponsabilidad política, por el desperdicio del erario, por la ignorancia en asuntos del Estado y de gobierno, por el desinterés y desdén para el alcance del bien común.

El 2022 es el tercer año de la destrucción institucional, no hay nada que festinar ni presumir. Por el contrario, de continuar el torrente de cambios en reversa, el Estado mexicano se verá más débil, desarticulado y manipulado por el error político, cuyas decisiones distan del acierto requerido en lo jurídico y en lo económico. La desmesura en atacar a los organismos autónomos, a las universidades, a los historiadores e intelectuales, a los medios y, de manera relevante, la despiadada ofensiva contra el órgano electoral, es la vía segura para la fractura de la democracia. Este año trae aparejado el resentimiento social, el encono, la venganza; la persecución y construcción de adversarios, inventados unos y otros sin motivo.

La inseguridad pública es tema grande, añejo, imparable e insuperable: cada vez es mayor y sólo hay una respuesta, vergonzosa evasiva: “es culpa del período neoliberal”, cantaleta aplicable a todos los fracasos de una administración que sólo exhibe incapacidad, ignorancia e irresponsabilidad, lo cual es una variante elevada de la corrupción (quinto lugar mundial). El número de asesinatos y feminicidios superan en periodos equivalentes de los dos anteriores sexenios. Sin duda, la delincuencia organizada y el narcotráfico reciben con beneplácito los abrazos que les prodiga el presidente.

Uno de los eslóganes del gobierno actual es “primero los pobres”, que parece estarse cumpliendo a gusto y cabalidad del poder:  de 2018 a 2021 el número de pobres ha crecido. Desde luego, para el régimen eso es conveniente: mayor audiencia y más votos, esa meta de perversa ambición que se espera para este año y para 2024. Para gusto presidencial, la clase media, ese segmento odiado por él, pero emprendedor, productivo y pagador de impuestos, disminuye paulatinamente.

La economía nacional no avanza y se estanca. Desde el podio palaciego se ataca a los empresarios, abarcando a los pequeños negocios. Se sataniza a empresas extranjeras que invierten en México. Se destruyen planes y proyectos de gran viabilidad financiera y el presupuesto nacional se destina a obras faraónicas de dudosa rentabilidad: un aeropuerto sin conexiones, una refinería desbocada (y comprando otra en Estados Unidos); un tren que no beneficia a población necesitada y que no tendrá mercado turístico. Un ideario anticuado de economía cerrada: “debemos producir sólo para el consumo interno, nada de exportaciones”, algo que ni en los peores tiempos se imaginaron los ingenuos. Un gobierno que desconoce la economía internacional, las ventajas comparativas y el mundo globalizado. Se está condenado a México a vivir en una economía de parcela de subsistencia: una gallina, un puerco, un chivo una milpita, un metate para la sufrida mujer, unos cuantos frijoles y tal vez un trapiche del pueblo, como en el siglo XIX. En fin, un ideario, retrógrado, obsoleto y miserable para la que fue la economía número 13 en el mundo.

El 2022 nació avejentado, con enfermedades sociales y económicas. No es una criatura sana ni con buenas esperanzas. En salud, ni se diga: 600 mil muertos de Covid por el pésimo manejo e indicaciones erróneas. Falsa salida es la auto exoneración y ver al pasado como culpable. Hay tiempo y espacio para detener un desastre anunciado.