¿Democracia patibularia?
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¿Democracia patibularia?

 


Pareciera una contradicción, porque en las idealizaciones teóricas de la democracia, ésta representa el refugio y puerta grande de las libertades. Aunque no lo acepten los tiranos, la democracia se va construyendo en el liberalismo económico y se vale de éste para ascender, justamente con procesos democrático, a un poder al que aspiran no soltarlo nunca. Los casos más conspicuos en nuestra América Latina han sido en años recientes, Venezuela y Nicaragua, países en los cuales los regímenes políticos llegaron por procedimientos democráticos, pero que se valieron de ellos para irse eternizando en el poder y cerrar de manera violenta los accesos a la postulación de candidatos, a quienes se les considera enemigos personales y de sus proyectos “revolucionarios”, de sus gobiernos y hasta del pueblo mismo. En ambos casos los opositores que pretender competir en elecciones, son perseguidos y arrestados.
El modelo de la llamada “revolución bolivariana” es quizás el más patético, puesto que Venezuela, que fue en algunos años el país más rico de América del Sur, con una de las reservas petroleras más grandes del mundo, es ahora el país con mayor pobreza del Cono Sur. Años hubo en que Venezuela no tomaba préstamos del Banco Interamericano de Desarrollo porque ya estaba “graduada” gracias a sus elevados ingresos. Hasta se daba el lujo de tener un fideicomiso, el “Fondo Venezolano”, para otorgar créditos blandos a los países más pobres de la región.
Hablar de Hugo Chávez o de su sucesor Nicolás Maduro, son ya lugares comunes y gracias al Foro de Sao Paulo que inició el brasileño Luis Inacio “Lula” da Silva, hasta parece que los países de la región se han resignado a observar cómo se empobrece Venezuela y cómo sus habitantes tratan de emigrar, generando ya serios problemas sociales en Colombia. La escasez, el hambre, la espiral inflacionaria, la falta de medicamentos y la represión política son parte de las características de una nación que no ha podido deshacerse de un gobierno tiránico.
Cuba llegó a la pobreza como resultado de la revolución castrista, que dañó a la tercera economía de América Latina. En 1958 sólo estaba por atrás de Venezuela y Argentina y era un país floreciente y con enorme potencial. Cierto, había sectores marginados, pero la parte productiva y de riqueza fue destruida por la furia socialista e intolerante de Fidel Castro. Irónicamente, Venezuela alcanzó la pobreza por el camino electoral, del voto popular, de un proceso democrático que ocurrió en la prehistoria de su presente jurásico.
El actual gobierno de Nicaragua, encabezado por Daniel Ortega y su esposa vicepresidenta, se ha distinguido por la brutal persecución política: seis aspirantes a la presidencia han sido encarcelados, bloqueadas sus cuentas bancarias y en algunos casos confiscados sus bienes. Lo mismo se ha hecho con empresarios y partidarios de la oposición. Ortega encabezó la revolución sandinista y ésta triunfó con el apoyo del gobierno de México, en los años locos de José López Portillo. Hubo fintas democráticas y se permitió la alternancia. Pero regresó Ortega y traicionó a sus viejos compañeros y colegas de lucha que hoy están en la mira de sus rencores.
En días recientes hemos escuchado al presidente de México decir que “odia a los tiranos”, pero cuando en la OEA se precisó señalar las inconsecuencias de Nicaragua, el gobierno mexicano, en acto vergonzoso alegó el “principio de la no intervención”. Pero cuando se trató de la farsa escénica de traer a Evo Morales por un inexistente “golpe de Estado”, no invocó esa oprobiosa neutralidad, sino que se adhirió a un régimen antidemocrático.
Desde el Palacio de los Virreyes el encono social se acentúa y se inventa una lucha de clases. Se accedió por vía democrática, pero se cierran espacios a la libre expresión y a la diferencia de opiniones. Se vislumbra un “aspiracionismo” a prolongar mandato y a la imitación de dictaduras. El patíbulo parece destino de los opositores.