Viaje a Perfectilandia
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Viaje a Perfectilandia

 


Paseaba yo por la milenaria Plaza Zocodover, en Toledo, como algún día lo hiciera Cervantes, donde encontró el famoso texto de Cide Hamete Benengeli. Ofrecí a un marchante de papeles viejos, un texto mío escrito en secreto, para ver si ocurría lo que al Héroe de Lepanto o a la fantástica historieta de Umberto Eco, al toparse con su famoso libro. Pienso que algún buscalibros lo comprará y le pondrá su nombre como autor.

Me llamo Samuel Gulliver y soy descendiente de Lemuel Gulliver, luego de 10 generaciones (de 36 años cada una, como la regla dice). Las malas lenguas atribuyen los viajes de mi ancestro a un tal Jonathan Swift, capellán por más señas y nacido en Dublín, lo cual le da sello de grandeza literaria, como a muchos irlandeses.

Mi tatarachozno viajó por países sorprendentes: Liliput y Blefusco, donde había enanos; Lorbrulgud, donde había gigantes; Laputa, donde había científicos cornudos; Balnibarbi, Guubbdbbdrib, Luggagg, de salvajes; aprendiendo todos los idiomas y observando las conductas de reyes y gobernantes, futileza o fortaleza de instituciones. Pero tal vez el país más notable que visitó don Lemuel, fue el de los Houyhnhms, que eran caballos de refinadas costumbres, de honorabilidad, donde no se sabía lo que era corrupción ni mentiras y que Swifft en su plagio hace contrastar la conducta humana llena de complicaciones, con la de la nobleza caballuna, añorada tanto al regresar Lemuel a su británica patria y toparse con una monarquía absoluta, tiránica, inquisidora, intolerante, corrupta y otros defectos propios de gobiernos no democráticos.

Pues bien. En los papeles que dejé en Toledo, cuento mi propia historia de viajes. El más notable fue el que realicé por vía aéreo-imaginaria, a Perfectilandia, un país tomatero y aguacatero (lo llamó así porque a sus vecinos del sur los llaman “países bananeros”). Perfectland (como se llama en inglés), es una nación donde se predica la democracia, donde gobierna una sola persona sin oír a sus ministros y a toda una cauda burocrática que suele reverenciarlo por las mañanas y el resto del día, de la semana, del año y siempre.

A pesar de que el mundo está padeciendo la pandemia de coronavirus, en Perfectilandia un viceministro poderoso, consentido del Premier, logró no solo “aplanar la curva” de contagios y muertes, sino que la abatió completamente. Hoy la población es la más feliz del mundo, según las encuestas que encarga el gobierno y es “ejemplo para el mundo”, al grado que están a punto de lograr la vacuna para salvar a la humanidad. En los hospitales sobran camas y nadie usa—por disposición oficial— ridículos cubrebocas, ejemplo de polarización: una ley en ese país.

En Perfectilandia no se conoce la corrupción. Eso es cosa del pasado y hasta se usan frases del escocés Adam Smith para explicar y justificar que no hay crisis económica, que sobra empleo, que no bajó la ocupación. Su primer mandatario ofreció su promesa de crear dos millones de empleo para mediados de 2020 y ¿Qué creen? ¡Lo logró!, todo mundo tiene trabajo, los restaurantes llenos, las aerolíneas repletas de pasajeros, las fábricas producen inventarios de sobra y los comercios están abiertos vendiendo como en Jauja.

En Perfectilandia, la corrupción es cosa del pasado. Ya se abatió al mil por ciento. Claro, hay funcionarios y parientes que la practican, pero como el régimen es de transformación absoluta, diferente a todo lo anterior, la corrupción actual no se ve ni se siente. No hay sobornos, hay “aportaciones”.

Los organismos internacionales, las calificadoras de inversión, su propio Banco Central y hasta su Ministro de Hacienda, dicen que en Perfectilandia hay una tremenda crisis económica y financiera, que ni en 20 años se repondrá. Pero su primer ministro dice tener “otros datos” y que todo marcha a la perfección. (Al fin que los emigrantes, expulsados por la falta de empleo, nutren con remesas a las familias de tan perfecto país). Ahí se subsidia la holganza.

¿Ustedes creen que esto es cuento? ¡No, es la pura verdad! Ni Swift, ni Huxley, ni Orwell, ni Tomás Moro, ni Owen…bueno, ¡Ni Marx imaginó tanta belleza! (Pueden verificar todo esto diariamente a partir de las siete de la mañana y hasta que se fatiguen). Cualquier parecido NO es pura coincidencia.