El día (y los días) del presidente
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El día (y los días) del presidente

 


Si bien los rituales corresponden a ceremonias de corte religioso, debido a que los ritos son considerados sagrados por las distintas creencias, en la política de México y de todos los países se suceden “ritos políticos”, algunos de corte laico como aquí mismo, otros con fondo bíblico (la toma de posesión cada cuatro años de los presidentes en Estados Unidos de América). En nuestro país, la sustitución cada seis años del presidente de la República ha sido un ritual en el cual la banda tricolor que se transfiere, de quien deja el poder a quien lo asume, está considerada casi como un emblema purificador. Si bien en cada administración se suele cambiar la disposición de los colores verde, blanco y colorado a gusto de cada nuevo gobernante.

Desde nuestra vida constitucional independiente, el “Informe Presidencial”, que por disposición constitucional (Artículo 69), el titular del Ejecutivo Federal debe presentar el día de la apertura del periodo ordinario de sesiones del Congreso de la Unión, “un informe por escrito en el que manifieste el estado general que guarda la administración pública del país”, conforme a la versión actual, misma que probablemente sufra modificaciones próximamente.

Como se recuerda, durante más de una centuria, el presidente acudía al Congreso y no sólo entregaba el informe por escrito, sino que además leía un extenso resumen y un mensaje político. Por todos los medios se difundía el Informe: en cadena nacional, radio y televisión, periódicos y en las plazas públicas se colocaban altavoces para que el pueblo escuchara sin atender, aquellas largas peroratas en las que se daba cuenta de logros materiales por la obra benéfica del presidente. Eran monólogos que duraban de tres a cuatro horas, con un fondo político indiscutible y que eran interrumpidas, repetidamente, por aplausos y puestas de pie por legisladores del partido único o dominante en su momento. Terminada la exposición, el presidente se dirigía, en automóvil descapotable, hacia Palacio Nacional, en medio de vítores, confeti, serpentinas y una valla de cadetes del H. Colegio Militar; ya en el Salón de Recepciones ocurría el famoso “besamanos”: toda la clase política saludaba y felicitaba al mandatario por la brillantez y elocuencia de su mensaje.

Bien visto, los seis informes presidenciales de entonces, no rebasaban las 18 horas de verborrea en todo el sexenio. Eso ya es historia. En años recientes, los medios llamaron a ese evento “El Día del presidente”, algo que oficialmente no existía en el calendario cívico mexicano, como sí existe en Estados Unidos el tercer lunes de febrero, y es día de asueto. Era una ostentosa ceremonia y toda la familia política estaba de plácemes. Al otro día el presidente compartía una gran comida con las fuerzas armadas en el Campo Marte. Hoy tenemos “Los días del presidente”: todos los días de la semana.

Pero esos criticables tiempos ya pasaron. Ya no hay informe oral. Ahora quien ocupe la Secretaría de Gobernación acude sombríamente a entregar voluminosos anexos del Informe que, según la regla, los diputados hacen una “glosa”, compareciendo cada secretario de despacho a explicar lo que dicen que dice el texto oficial.

Hoy en día ya no se escucha cada año al presidente. Hoy se le oye a diario, por todos los medios y en los canales oficiales de televisión y muchas estaciones radiofónicas. En 21 meses de ocupar el cargo, el titular del Poder Ejecutivo ha impartido casi 600 conferencias “mañaneras”, caracterizadas por soliloquios a veces de más de 120 minutos de duración, lo que viene promediando en esta gestión gubernamental alrededor de mil 200 horas de mensaje presidencial, superando en más de seis mil porciento al viejo esquema de discurso presidencial; no es necesario el primer día de septiembre para escuchar al presidente, ahí está, cada mañana explicando al país su visión política: curva de Covid-19 aplanada; cachitos de lotería para un súper aeroplano no rifable ni vendible; convocatoria a consultas populares para que “el pueblo decida”; “adversarios-neoliberales-fifís-conservadores”; el señor Lozoya; los videos; el Tren Maya; Dos Bocas y la adaptación de un aeródromo militar para usos civiles.