México, sin rumbo
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México, sin rumbo

 


(III último)

Lamentable ironía: discrimina al CONAPRED

Está quedando muy claro que el país está bajo disposiciones de gobierno poco atinadas en la conducción de las finanzas, la economía, la seguridad, el comercio exterior, el empleo, que, de continuar, sólo harán que se incremente la pobreza y el número de pobres, que la clase emprendedora y contribuyente decaiga y, con ello, la Hacienda pública padecerá mermas irreparables. División y permanencia, parece la divisa.

En las entregas anteriores se reseñaron sucintamente, los rasgos de las doctrinas económicas que han marcado el comportamiento de las naciones, atendiendo a regímenes gubernamentales, modos de producción, formas de propiedad, acumulación de capital y, en general, el balance de los factores productivos según las etapas a partir de los clásicos. Adam Smith señalaba las causas de la riqueza de las naciones y David Ricardo fijaba la teoría de las ventajas comparativas; Marx reivindicaba el trabajo obrero, hasta llegar a Keynes y el pleno empleo, luego la ‘Escuela Austriaca’, síntesis que desemboca en la economía de libre mercado. Queda claro también que el gobierno federal, con atribuciones legales en materia económica y financiera, no se ajusta a postulados de pensadores y escuelas de la ciencia económica. Veamos porqué.

No es fisiócrata ni mercantilista porque repudia el principio de “Laissez faire-Laissez passer” (dejar hacer, dejar pasar) y que los agentes de la agricultura, la industria, el comercio y los servicios tengan libertad para invertir y principalmente generar empleos. Parece ignorar que tenemos un acuerdo trilateral vinculatorio: el TMEC, con Canadá y Estados Unidos, destinado al aprovechamiento de nuestro potencial económico.

Desecha las ventajas comparativas en el comercio internacional, al pretender, como en el caso del petróleo, que México ya no importe gasolina, aunque cueste más caro producirla aquí; o en agricultura, que todo el maíz que se requiere para alimentación humana o animal sea producido totalmente en México, a sabiendas que no nos daríamos abasto para ello. Lo que se pretende es llegar a la autarquía o autosuficiencia, rechazando las ventajas del libre cambio y la cooperación internacional. El país no da para esto y, en el caso del petróleo, la política es francamente regresiva y contaminante, agravando el asunto al rechazar el uso de energías renovables.

No es marxista porque está abatiendo y acabando con los logros y derechos de la clase obrera y trabajadora, como la intervención en las Afores o la reducción de sueldos y aguinaldos a la burocracia. Al combatir la inversión privada ha generado despidos y desempleo. Repartir en programas sociales no es de ninguna manera crear empleos; sembrar árboles sin plan forestal o botánico, es tirar dinero en algo que no redituará para el desarrollo o el medio ambiente.

No es keynesiano porque no busca el pleno empleo, ni entiende que la inversión pública activa la inversión empresarial; y que el interés es un recurso de regulación monetaria.

No es liberal, ni en el sentido político ni el económico. Mantiene una tendencia nada republicana, de absorción total de poder en el presidente y está aniquilando y debilitando a los organismos autónomos, con tal de que no haya contrapesos que opaquen los graves errores de las políticas impuestas.

Esta administración debe revertir los graves errores que está cometiendo y, para bien del país, debe hacer exactamente lo contrario y corregir la ruta. Si pretende el bienestar que tanto pregona, debe facilitar y favorece la inversión privada local y extranjera: generar confianza; contratar deuda con los Organismos Financieros Internacionales; suspender o postergar proyectos inviables (tren maya, Santa Lucía, Dos bocas); no combatir ni agredir a empresarios, a periodistas, a los medios. No dividir ni inventar a diario “adversarios”; no ofender a mansalva. Recurrir a la honestidad, a la verdad y a los principios y normas básicas de la Economía, no a imaginaciones utópicas, irrealizables y contrarias al interés general. Única manera de enmendar esa ruta que parece buscar la permanencia.