Políticas del pánico
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Políticas del pánico

 


Desde hace algunos años, en materia de administración pública o gubernamental, se ha introducido el concepto “políticas públicas”, que en su definición académica se sintetiza de esta manera: “son acciones de gobierno con objetivos de interés público, que surgen de decisiones sustentadas en un proceso de diagnóstico y análisis de factibilidad, para la atención efectiva de problemas públicos específicos, en donde participa la ciudadanía en la definición de problemas y soluciones”(https://www.iexe.edu.mx/blog). Así visto y leído suena razonable, por implicar interés del gobierno y de la sociedad en el diagnóstico y solución de los asuntos que implican ejercicio del gasto e inversión gubernamentales.

Pero en la vida real, el gobierno, responsable de las políticas públicas, no actúa conforme a la teoría, ni siquiera en consecuencia con el buen juicio que debe dictar el interés público. Eventualmente los políticos que acceden a cargos importantes en la administración pública, están más interesados en sus planes y proyectos personales o de partido: sus “políticas públicas” tendrán siempre un tinte electorero y de cómo afianzarse en el poder para dictar su voluntad.

Lo que ocurre en países, especialmente en los regidos por la demagogia y el populismo, puede también extrapolarse a pretendidos gobiernos supranacionales, como la Organización de las Naciones Unidas y todas sus agencias, que hipotéticamente pretenden el bien de las poblaciones de sus países miembros, sobre los cuales se “aplican” políticas públicas que deben ser satisfechas en lapsos fijados por esos organismos. En 2003 la ONU estableció la Agenda para el Desarrollo Sostenible, con 17 objetivos en temas como pobreza, hambre, salud, educación, igualdad/genero, agua, energía, trabajo, industria, desigualdad social, ciudades/comunidades, producción/consumo, clima, vida submarina, ecosistemas, paz/justicia y alianzas para el logro de los objetivos que deben tener un cierto avance en 2030.

Pero parece muy difícil que los planes de la ONU y sus agencias se cumplan, en parte porque no cuenta con elementos para lograrlo y en parte porque los gobiernos nacionales prefieren atender los intereses que dicta la mezquindad política local o partidista.

Por ello, la ONU y una de sus agencias, la Organización Mundial de la Salud (OMS) han emprendido una aterradora campaña por la presencia del virus Covid-19 llamado “Coronavirus”. Las alertas que ha emitido la OMS son de tal magnitud, que la población del mundo está entrando en pánico, con terribles presagios de morbilidad y mortalidad nunca vistos desde 1918 (H1N1) o como se anunció en 2009 con el A(H1N1).

Hasta hoy, la cifra que clama como más aterradora la OMS, es la muerte en China de 1,523 personas, que representan sólo el 0.0001% (una diezmilésima de su población total de más de 1,396 millones de habitantes). En México no ha habido una sola muerte por Coronavirus, pero las autoridades de Salud han comprado las señales funestas de la OMS.
Con datos de la misma OMS, en 2016 (últimas cifras oficiales) murieron en el mundo casi 18 millones de personas por enfermedades cardiacas; cerca de 9 millones por cáncer; más de 3 millones por diabetes; (cuando de éste predijeron una pandemia espantosa). Por estos datos curiosamente no hay alarmas. en México, cero personas por virus H1N1 (datos del INEGI).

Junto con el pánico del coronavirus, la campaña sobre el cambio climático ha movilizado a algunos gobiernos y especialmente a Organizaciones No Gubernamentales (ONG’s), que reciben sustanciosos recursos de la ONU. Como es sabido, el cambio climático sigue sin ser un hecho que demuestre el desastre y fin del planeta, al haber surgido ya dictámenes científicos sobre la periodicidad del cambio cada ciertas centurias y milenios, por causas naturales no por la acción del hombre.

Las políticas públicas responden sólo a enunciados de corte político. No hay interés en la mejora social. Se gobierna con encono, con afanes divisionistas, con falseadas rifas. El bien social queda relegado al capricho de los alarmistas de catástrofes, una forma de desviar la atención de los verdaderos problemas.