Oaxaca, el arte olvidado
Oaxaca
La Capital Los Municipios
El Imparcial del Istmo El Imparcial de la Costa El Imparcial de la Cuenca
Nacional Internacional Súper Deportivo Especiales Economía Estilo Arte y Cultura En Escena Salud Ecología Ciencia Tecnología Viral Policiaca Opinión

Opinión

Hoja por hoja

Oaxaca, el arte olvidado

 


Parte uno

Solidaridad con Sergio Aguayo, perseguido de la injusticia y la bajeza política

En cuestiones de arte actual, la ciudad de Oaxaca, la gran Antequera del Virreinato, es reconocida por la fecundidad de sus creadores plásticos, especialmente los pintores. Todo indica que estamos a la vanguardia en el número de artistas y en la emotiva riqueza de sus obras. Pareciera que antes de esta corriente, la suerte pictórica del Virreinato oaxaqueño no existiera o que fue, antaño, solamente objeto de la devoción religiosa.

Al nosotros los oaxaqueños, se nos ha olvidado que en los templos de la ciudad y de todo el estado, tenemos una de las mayores riquezas en las artes plásticas: escultura, pintura, ebanistería, orfebrería y otras expresiones maravillosas que fueron hechas por artistas anónimos, inigualables y sin el reconocimiento que universalmente merecen. No sólo Miguel Cabrera (San Miguel Tlalixtac 1685-1768), el magnífico pintor del esplendoroso barroco mexicano, cuya prolífica obra monumental se encuentra a la vista de todos en iglesias y museos de México y del extranjero. Cabrera es uno de los paladines de la pintura novohispana. El Virreinato es la etapa de mayor creación artística en nuestro país, como afirmó Vasconcelos.

Los pintores de la Nueva España no eran exclusivos de las clases poderosas ni sus obras se encontraban refundidas en colecciones privadas o en exposiciones selectivas. Poco trabajaron en caballete y en cambio dedicaron su genialidad a ornamentar los muros de iglesias, sitios donde se congregaba el pueblo, todo el pueblo. Nobles y plebeyos tuvieron acceso permanente, sin costo ni discriminación, a admirar las soberbias producciones que hasta hoy en día se pueden admirar. Ahí están.

Un recorrido por la Catedral de Oaxaca es suficiente para tener una idea de la magnificencia de los anónimos artistas oaxaqueños que pocos admiran. En la antigua y origina capilla del Señor del Rayo (su efigie fue trasladada al Sagrario), podemos admirar dos portentosos oleos en tela: a la izquierda la Oración de Jesús en Getsemaní, cuando el ángel le muestra el cáliz a un redentor hincado, que parece dar voz a lo que narran los evangelistas Mateo, Lucas y Juan: “aparta de mi este cáliz”. A la diestra, la terrible escena de Cristo fallecido, un cuerpo apolíneo yaciendo en el regazo de María, su madre, con el sudario preparado y, a un lado, la esponja con que según el ritual judío debe ser lavado su cuerpo antes de la sepultura. Pero conmueve la escena de los tres ángeles llorando: el artista optó por dotar a estos seres incorpóreos, con uno de los sentimientos propios del ser humano.

Las capillas de la catedral, además de la citada, son las del Santa Ana, la Cruz de Huatulco, Santa Rosa de Lima, San José, San Marcial (el santo patrón de la ciudad), la Santísima Trinidad, la Inmaculada Concepción, San Felipe de Jesús, San Juan Bautista, San Joaquín, la Virgen de Guadalupe. En todas ella se contiene pinturas luminosas con escenas bíblicas y pasajes de la vida de santos y santas. El bautismo de Jesús es otra de las grandes muestras del rico arte virreinal, como las escenas de la Virgen Niña y otras expresiones que deben visitarse.

Entrando por la puerta principal dos gigantescos oleos murales, a la diestra, el bellísimo cuadro de los Tres Arcángeles: Miguel, Gabriel y Rafael, con los tronos, dominaciones, querubines y la Corte Celestial en pleno. A la izquierda el gigantesco San Cristóbal portando a Jesús Niño y éste con el mundo en sus manos, como símbolos de la carga divina y humana que se echó a cuestas. Todas las pinturas de Catedral son del más refinado arte y de Alta Escuela.

Si en Catedral hay tesoros, a pocas cuadras, en San Agustín, es imprescindible detenerse frente al altar mayor, para admirar el formidable cuadro de la Trinidad. Padre, Hijo y Espíritu Santo, idénticos por la genialidad del artista, en medio de un retablo barroco, original y milagrosamente preservado, como también lo es la maravilla churrigueresca de San Felipe Neri.
Los muros de nuestras iglesias están llenos de belleza. Deben visitarse una y varias veces. No son necesarias explicaciones ni interpretaciones forzadas; no hay figuras inexplicables ni monstruosas. (Continuará). E-mail: [email protected]