¿Disolviendo la democracia?
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¿Disolviendo la democracia?

 


Durante la famosa etapa conocida como “desarrollo estabilizador”, las técnicas de gobernar eran curiosas: se predicaba “somos de izquierda dentro de la Constitución” (López Mateos, julio de 1961), pero la política económica era de apertura a la inversión privada y a la inversión extranjera: con el famoso decreto de la industria automotriz de 1964, México abría las puertas a las grandes manufactureras de automóviles y camiones, que instalaban modernas plantas de fundición, de construcción de motores y de ensamble de autos, que fueron la base de la hoy boyante y próspera industria que compite eficazmente a nivel mundial.
Había elecciones y en todas ganaba el PRI. Documentalmente todo señalaba que México era un país democrático y sin posibilidad de romper su cuadro de estabilidad política, aunque a pesar de la estabilización financiera, persistían enormes segmentos de pobreza rural y urbana. Todo movimiento anti-gubernamental era reprimido por la fuerza. Se proclamaba la libertad de comercio y se censuraba la libertad de expresión.
Fidel Castro y sus guerrillas derrocaban a Fulgencio Batista en Cuba. La CIA y el Departamento de Estado habían jugado a favor del movimiento “26 de julio”, para toparse después con que el “Che” y Fidel se aliaban con la Unión Soviética de Nikita Kruschev, que retaba a las potencias de la OTAN y desafiaba al mundo capitalista. Todo eso entre 1959 y 1961, cuando también falló la invasión a Playa Girón en la Bahía de Cochinos. La juventud de América Latina se convertía al credo castrista.
En esos años, se combatía al comunismo desde Washington, valiéndose de la poderosa propaganda en medios atractivos como Life en español y Selecciones del Reader’sDigest, suscripciones a precio muy bajo y con promociones insuperables en discos y libros; más las sectas protestantes. En 1960 el demócrata John F. Kennedy vencía al republicano Richard Nixon y al tomar posesión, en enero de 1961, se iniciaba una de las etapas más amargas de la “guerra fría”: la crisis de los misiles en Cuba 1962, el derribo de aviones espía U-2, los micrófonos ocultos en oficinas y embajadas de Estados Unidos, instalados por los soviéticos y la confrontación verbal con un armamentismo imparable. En tanto, China Popular padecía la “Revolución Cultural” de Mao, que sembró el terror y la muerte de millones por inanición.
En la Escuela Nacional de Economía (hoy Facultad) en la Universidad Nacional, se daban clases de “Teoría económica y social del Marxismo”, pero también se daban clases de Comercio Internacional y Teoría Monetaria. Se convencía a los futuros profesionales que la mexicana era una “economía mixta”, supuesta confluencia de capitalismo e intervención del Estado. La verdad es que México, sabiamente, se comportaba económicamente conforme a las reglas del capital. El Estado tenía en sus manos sectores clave: ferrocarriles, petróleo y electricidad, pero en realidad al servicio de la pujanza empresarial de esos días.
El Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, nos daban créditos para grandes proyectos nacionales: carreteras, presas, distritos de riego, sector agropecuario, turismo, entre otros, que permitieron un buen despegue, desarrollo y crecimiento sostenido de nuestra economía.
Objetivamente, las medidas eran de liberación económica, francamente neoliberales, pero aplicadas en un país relativamente reducido en población (no llegábamos a 40 millones de habitantes) y protegidos por el manto de la “Alianza para el progreso” que inventó Kennedy para alejarnos del comunismo.
Hoy en día ya no hay proyectos de desarrollo; la inversión privada local y foránea está en retirada, priva la desconfianza, se instituyen medidas legales confiscatorias contra la propiedad; la persecución política regresa a 1968 y la endeble democracia está siendo totalmente conculcada. Si se quisieran revertir los efectos negativos, al Estado mexicano y su gobierno no le queda otra que adoptar el neoliberalismo económico. No es suficiente predicar contra la corrupción e ir destruyendo a las instituciones. Aún hay tiempo de apartarse de una ruta que está disolviendo a una joven democracia.