El mundo entero estuvo a la espera, desde el fallecimiento de Papa Francisco, del nombramiento del nuevo jerarca de la Iglesia católica. Primero, las exequias de Francisco, el luto mundial, luego el pleno cardenalicio con todos los rituales que lo conforman repleto de signos y de tiempos que contrastan con la inmediatez en la que vive el mundo de hoy.
Tan sólo dos días para elegir al Papa número 267; la elección recayó en Robert Francis Prevost Martínez, un cardenal estadounidense que echó raíces en Perú; él liderará a la Iglesia Católica como León XIV. El nombre que cada Papa escoge marca una línea sobre el sentido, la tendencia que buscará para su pontificado.
León XIV tomó su nombre de León XIII, quien fue Papa entre 1878 y 1903. León XIII es más conocido por la encíclica Rerum Novarum, que es la que abre la doctrina social de la Iglesia, adaptando el clero y la doctrina a las necesidades del mundo moderno; esa encíclica sigue guiando el pensamiento social católico hasta la fecha y tuvo un impacto significativo en los movimientos sociales y políticos cristianos a nivel mundial. En consecuencia, León XIII defendió los ideales de justicia social y las condiciones laborales dignas durante su pontificado. Es decir, la elección del nombre nos está presentando los desafíos que podría enfrentar, por elección, en los años venideros.
De esta manera León XIV traza una primera diferencia con su predecesor, el argentino Jorge Bergoglio, quién eligió su nombre para honrar a Francisco de Asis, como un símbolo de humildad, austeridad y defensa de los pobres.
La elección de Robert Prevost como nuevo Pontífice obedece a una búsqueda de consenso entre las distintas corrientes de la Iglesia Católica, pues da señales de continuidad en algunos de los temas más importantes para Francisco, pero también con un perfil menos progresista y mucho más cercano a la tradición católica.
Los especialistas señalan que el de León XIV no será un pontificado de transición dada su edad -69 años-, seguramente será un papado largo, tal vez como lo fue el de Juan Pablo II o el de León XIII, de quien tomó el nombre.
La idea de un Papa norteamericano estuvo por siglos descartada en Roma, ya fuera por la distancia —estaban tan lejos que normalmente llegaban tarde a los cónclaves— o por decisiones geopolíticas. Algunos especialistas coinciden en señalar que tener un Pontífice de Estados Unidos seguramente hacía temer que la Agencia Central de Inteligencia (CIA) pudiera meter sus manos en la Iglesia.
En su primera aparición, el nuevo Papa dio un discurso que se tomó el tiempo de escribir a mano; la línea fundamental de éste fue la paz, lo que alienta a pensar en la muy cercana posibilidad de que su pontificado busque ser un puente hacia ella, en este mundo de hoy que tiene más de cincuenta guerras en curso en estos momentos; seguramente participará -más allá de su representación como cabeza de la Iglesia y como líder espiritual- y lo pretendería hacer como jefe el Estado Vaticano, como ese líder mundial en el que se erige la figura papal con el sello que cada Pontífice otorga a su dirigencia.
En su discurso habló en italiano y en español, no lo hizo en su lengua materna, el inglés; ¿otro significado? Sin duda, en italiano para mostrar su cercanía a la institución eclesial romana que él representa, y en español para mostrar cercanía con América Latina. Veamos, es importante destacar que el nuevo Papa vivió más de cuatro décadas en Perú, donde se nacionalizó. Obtuvo su primer documento de identidad local en 2015, según el registro civil del país sudamericano.
Esa combinación podríamos decir que sitúa a este Papa como una especie de puente entre el norte y el sur —América Latina—, pero también el sur en sentido más más amplio, es decir, con los países pobres y marginados, con menor desarrollo; podríamos entonces esperar que su elección hable del aumento de la relevancia de Latinoamérica en el mundo católico.
Otra diferencia con Francisco, marcada desde su primera aparición en público fue que contrario a su antecesor, León XIV apareció revestido con todo el traje purpúreo de Papa, con ornamentos en oro; todos sabemos que Francisco lo hizo, en su momento con la mayor humildad de la sotana blanca y su inolvidable cruz de plata.
El menos estadounidense de los diez cardenales de esa nacionalidad que asistieron al cónclave fue el elegido. Sin duda el nuevo Papa tendrá un conocimiento y relación con la realidad y el lenguaje de Estados Unidos, pero una base de acción más significativa en el catolicismo latinoamericano.