La ansiedad es uno de los trastornos psicológicos más comunes en niños y adolescentes, con una frecuencia que varía según diferentes estudios entre el 4 al 25%. Sin embargo, su prevalencia puede incluso ser mayor, ya que muchos niños y adolescentes no son identificados, permanecen sin registrarse y sin tratamiento.
Los efectos de los trastornos de la ansiedad en el bienestar de los niños y adolescentes están asociados con dificultades en el funcionamiento social, emocional y académico. Además, predicen la aparición y desarrollo de trastornos en la edad adulta. Así se llega a considerar que hasta un 75% de los trastornos de ansiedad en adultos, tiene su comienzo en la infancia y/o adolescencia. Por otra parte, se ha establecido también que cerca del 20% de los estudiantes sufren altos niveles de ansiedad, frente a los exámenes y ven disminuido notablemente su rendimiento. En forma dramática, la ansiedad es factor determinante para el consumo de drogas y los suicidios.
De acuerdo con la edad en que se encuentren los niños o adolescentes, es posible que haya algunas condiciones específicas que lo hagan sentir con temor e incertidumbre de su reacción (ansiedad); pero que, en ambiente adecuado, colaboración asistida y/o adaptación apropiadas, permiten que el individuo desarrolle su personalidad ganando seguridad y autoestima progresivas. Al contrario, un ambiente adverso, comentarios intimidatorios y deficiencia a superar la dificultad relativa, son factores que influyen al desarrollo de la ansiedad. Esta ansiedad ya patológica, se caracterizará por falta de seguridad o control ante situaciones especiales, o peor aún, cuando esas condiciones no existan en forma física y las genere de forma espontánea en su pensamiento.
Así, por ejemplo, es normal que en alguna etapa de la infancia exista un temor natural a algunos animales o insectos. El trastorno de ansiedad se manifiesta cuando ese temor se incrementa en edades mayores y asocia crisis de pánico o miedo intenso (fobias). Otras manifestaciones de ansiedad incluyen: el trastorno obsesivo compulsivo (tratan de mantener todo en una rutina o acomodo específico), trastornos de comportamiento a eventos traumáticos (golpes, violaciones, hospitalización, etc.) que pueden ser agudos o posteriores, crisis de separación y, por otra parte, el trastorno de ansiedad generalizado.
La forma como se produce este tipo de alteraciones incluye diferentes factores a considerar, como: la vulnerabilidad o las condiciones previas en el individuo para anticipar su respuesta. El mecanismo precipitante y sus factores, que establecen la incertidumbre en el individuo en desarrollo; y finalmente, la forma como se refuerza la respuesta ante el factor precipitante.
La vulnerabilidad del individuo está condicionada más que por los antecedentes familiares, por el comportamiento y personalidad de los padres o familiares que sean el modelo educativo emocional, para el aprendizaje por imitación que desarrolla desde etapas tempranas el niño. Si los padres tienen trastornos de ansiedad, el riesgo para que los desarrolle el niño, es mayor en comparación con niños que tengan padres sin trastornos de ansiedad. Padres inseguros, con baja autoestima, con apego afectivo excesivo, serán los peores modelos de desarrollo de conducta para sus hijos, ya que, desde edades muy tempranas en sus hijos, los inician con tendencias o costumbres de comportamiento, que generan la perpetuidad de la ansiedad en nuestras sociedades costumbristas.
Así en primer término, antes de iniciar una vida reproductiva –de forma ideal- una pareja se debería someter a una evaluación psicológica, para determinar su grado de ansiedad individual, que pueda afectarse o compensarse con la convivencia de su pareja -en su verdadera condición emocional-, a fin de generar la estabilidad emocional individual y matrimonial. Las consecuencias a esta deficiencia de atención psicológica previa, deriva en conflictos durante el matrimonio o como un rotundo fracaso de alguna sociedad, en la disolución de este, señalando así que cada uno o alguno demuestra su incapacidad para poder afrontar situaciones que desarrollan una ansiedad extrema, al no tener capacidad para definir, organizar, plantear y realizar soluciones.
Si la condición emocional deficiente se hace evidente en los primeros años de vida de los niños, los padres deberán de buscar apoyo en etapas tempranas, reconociendo sus fallas y mostrando interés en modificarlas de acuerdo con la orientación profesional. Se tiene que cuidar mucho cada una de nuestras palabras, nuestras reacciones y el modo en que nosotros mismos afrontamos los problemas, para que los niños y adolescentes nos consideren modelos de referencia de respuestas ante situaciones difíciles.
Como parte de la vulnerabilidad que puede tener algún niño o adolescente, conviene mantener desde edades tempranas, diálogos frecuentes para percibir sus preocupaciones primarias tempranas con la familia, escuela y sociedad, para poder orientar de forma adecuada a proponer solución a sus temores y dar sugerencia a la forma de afrontar. En la medida que se obtenga la asertividad, se podrá tener la confianza e incrementar la comunicación constante con ellos para poder apoyar en sus edades futuras. Ayuda mucho, el hablar con ellos durante la comida, el traslado a la casa o en las noches antes de dormir, sobre cómo les ha ido durante el día, en sus diferentes ambientes y conocer situaciones que puedan considerar alguna preocupación para poder dar alguna solución.
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