Origen del turismo en Oaxaca, época del virreinato
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Origen del turismo en Oaxaca, época del virreinato

 


Hablando del turismo en la época del virreinato, Antonio Gay cuenta que: “Favorecía la circulación del animado, aunque naciente comercio de aquel tiempo, una virtud eminentemente social, cultivada con esmero por los oaxaqueños y que no ha desaparecido: la hospitalidad. 

Los mesones y las hospederías son allí de fecha muy reciente. En los caminos había parajes destinados a la remuda de las caballerías que usaban los correos y los viajeros. En las casas comunales de cada pueblo podían éstos hospedarse, siendo en tal caso atendidos gratuitamente o con gastos moderados por los ministros de las respectivas repúblicas. Pero todo pasajero podía estar seguro de ser bien recibido a donde quiera que llegase, de tener por suyas todas las casas oaxaqueñas y de no encontrar tal vez uno solo que no estuviese dispuesto a dividir con él su mesa. 

A esta recomendación reunían los oaxaqueños ingenua sencillez, constante buena fe, lealtad incontrastable y cierta igualdad que aproximaba las clases sociales, haciendo de todas, una sola familia. 

La fama de Oaxaca, atraía la mayor parte de extranjeros que solían dirigirse por cualquier motivo al valle grande de Oaxaca, por lo común no resistían los encantos de una sociedad rica, amable y quieta, fijaban allí su residencia y contribuían al aumento de la población. La regularidad, el orden y la paz eran los elementos en medio de los cuales se desarrollaba la sociedad oaxaqueña: tal vez haya sido aquella su más feliz época.

“Un siglo de trabajos había sido necesario para dar a los pueblos de Oaxaca la nueva organización que tenían y en que casi descansaban. Por una parte, la fuerza de la nación invasora predominaba sobre los derechos de los pueblos vencidos: los indios llevaban con tranquilidad el yugo del déspota gobierno español sin rebelarse, sin quejarse. 

Por otra parte, las persuasiones de los dominicos habían logrado extender por todas partes la religión de los idólatras españoles: quedaban idólatras originarios, pero eran pocos y estaban retirados en lo más áspero de las montañas. 

Las diversas naciones que antes ocupaban el país, distribuidas en innumerables pueblos, vivían pacíficamente, obedeciendo el impulso que les oprimía el gobierno establecido, si no de corazón, por lo menos cuanto era bastante para no perturbar el orden público. 

Realmente las leyes civiles sólo alcanzaron a los mixtecos por el concurso de españoles que vivían entre ellos a causa del activo y ventajoso comercio que se había desarrollado entre ellos; otro tanto aconteció en los pueblos cercanos a la ciudad, por su misma inmediación al centro del gobierno, más los pueblos de la Sierra, salvando las apariencias de la ley y obedeciendo ostensiblemente a las autoridades, se regían, principalmente en su interior economía por sus tradiciones y costumbres, y por el consejo de sus ancianos, respetados y obedecidos por ellos ciegamente hasta hoy.  

“Por otra parte, los mixtecos habían manifestado instintos comerciales que desarrollados con el tiempo produjeron su resultado. Los españoles se establecieron entre ellos; de modo qué si se hace excepción de los pueblos montañeses, en los demás la raza pura indígena desapareció. 

Gran número de indios se dieron a viajar, en términos de quedar sus pueblos despoblados, como ya se notó en Nochixtlán. En México había tanto número de mixtecos, zapotecos y otros de Oaxaca, que fue necesario construir una parroquia especial para ellos. Desde 1610, con beneplácito del arzobispo, se habían reunido en la capilla del Rosario, situada entre la del Señor de la Expiación y de la Tercera Orden de Santo Domingo, bajo la dirección de los religiosos de este hábito.

“La religión había penetrado más hondamente que las leyes en el corazón de los indios. Habían presenciado éstos los inmensos sacrificios de aquellos buenos frailes que abandonaran patria, comodidades y esperanza por enseñarles la divina fe, testigos eran de su virtud extraordinaria, experimentaban la sabiduría de sus consejos y la tierna solicitud que los animaba por su bien, a su lado vivían, los amaban y ni la menor desconfianza abrigaban de su desinteresado afecto paternal. Los más habían abrazado la nueva religión con sinceridad, por convicción, sin ser compelidos por la fuerza, algunos otros habían aparentado cambiar de creencias, manteniéndose en el corazón idólatras, más estos habían muerto, dando lugar a otra generación educada desde la infancia en el catolicismo. Así, pues, vivían sometidos con gusto a la dirección de sus curas, que generalmente merecían la confianza de sus feligreses.” 

 Antonio Gay, 1982, Historia de Oaxaca, pp. 330-332

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