El hombre para el hombre siempre es un lobo
Oaxaca
La Capital Los Municipios
El Imparcial del Istmo El Imparcial de la Costa El Imparcial de la Cuenca
Nacional Internacional Súper Deportivo Especiales Economía Estilo Arte y Cultura En Escena Salud Ecología Ciencia Tecnología Viral Policiaca Opinión

Opinión

Estratega

El hombre para el hombre siempre es un lobo

 


Tema oculto de los perros de guerra de los invasores castellanos que mordían y no soltaban hasta arrancar de cuajo cualquier extremidad.

Ya en Oaxaca (Alvarado), había reunido cinco o seis mil pesos en oro, según se decía, en nombre de dios, aperreando a los señores de la tierra, es decir, azuzando a sus perros feroces para que despedazaran a los indefensos indios, obligándolos, para evitar la muerte, a dar cuanto oro tenían; en Tututepec se valió también de este medio bárbaro para conseguir que el desgraciado cacique le diese el oro suficiente para fabricar una cadena con qué tener sujeto a su caballo. Crecida también la cantidad de perlas y joyas que reunió. Gay 1982, p.141.

Una de las más poderosas armas de los españoles en esta guerra, fueron los lebreles adiestrados para la caza de los indios, a quienes seguían hasta sus cuevas despedazándolos como si fueran fieras. Los perros de Pacheco estaban “tan acostumbrados a velar, dice Herrera en sus Décadas, que no tomaban indio que no lo matasen y se lo comiesen, por estar muy cebados en ellos”. op.cit. p. 158

Pero con este arte no era dominar el grueso del ejercito enemigo lo que se conseguía, sino ejecutar crueles muertes en indios indefensos o que se hubiesen desmandado fuera de las filas.  A uno de éstos, espía del caudillo de los mijes, cogido por los españoles, se le ofreció la vida si declaraba en dónde estaba su cacique. Rehusándose el indio a declarar y no aprovechando promesas ni amenazas, Pacheco mandó soltar los perros que luego hicieron presa de él. Mientras era despedazado y devorado por los perros, el indio los miraba y tranquilamente les decía: “Bravos, comed bien, que así me pintaran en la piel del tigre y se me contará entre los valientes, por no descubrir a mi señor.” op.cit., p.159

Pacheco (Gaspar) ahorcó a muchos y torturó de varios modos a otros de los desgraciados que caían en sus manos, más sin fruto, pues al morir los indios decían serenos: “que aquello era un sueño de que despertarían gozosos en la futura vida”.

Para excusar sus abusos, los unos reclamaban que siendo los señores del país por derecho de conquista, los vencidos les pertenecían y eran legítimamente sus esclavos; otros alegaban que los indios eran infieles, y que por tanto merecían ser tratados como perros, y que si algunos se mostraban dóciles al cristianismo, por su idiotismo eran incapaces de recibir los sacramentos y aún de alcanzar  a ver la luz del Evangelio: otros en fin avanzaron aún más y se atrevieron a decir que los indios no eran hombres racionales. Fue necesario que la voz de la religión se dejase oír para desvanecer conceptos tan injuriosos a los indios y conseguir finalmente su libertad.

Fr. Bartolomé de Las Casas, en un memorial que presentó al emperador sobre la materia, le dice: “Infamáronlos de bestias, por hallarlos tan mansos y tan humildes, osando decir que eran incapaces de la ley ó la fé de Jesucristo: la qual es formada heregía, y Vuestra Majestad puede mandar quemar á cualquiera que con pertinacia osase afirmarlo. Y plugiera á Dios que los hubieran tratado siquiera como á sus bestias, por que no hubieran con inmensa cantidad muerto tantos.” Los obispos de México acudieron al Santo Padre pidiéndole condenara tan funesta creencia, distinguiéndose entre ellos el que lo era de Tlaxcala, Fr. Julián Garcés. Hizo la embajada a Roma en este intento Fr. Gernardino de Minaya, y fue tan bien oído por Su Santidad, que desde luego despachó el famoso breve en que declara no que los indios sean hombres, sino que son libres y dignos de ser solicitados para el cristianismo. op.cit. p.194-195.

En una atrevida teoría propuesta por Pat Shipman, profesor del Departamento de Antropología de la Universidad de Pensilvania, se plantea que la domesticación del lobo por el Homo sapiens hace al menos unos diez mil años obedeció a un interés mutuo.

De esta singular e inédita simbiosis derivó la aparición del perro, cuando Canis lupus originó la rama del Canis familiaris, es decir el perro. Después, a lo largo de milenios, los cruces selectivos realizados ex profeso fueron diversificando la especie y dando lugar a las diferentes razas, potenciando unas cualidades morfológicas sobre otras en función del uso que quisiera darse a los animales; así fueron apareciendo canes especialmente adaptados para, entre otras muchas cosas, la caza, el pastoreo, la mera compañía de sus amos, la vigilancia… Y teniendo en cuenta que una de las actividades favoritas del Hombre es matarse en el campo de batalla, era inevitable que también hubiera perros de guerra.

 

[email protected]