Quetzalcoatl, señor del amanecer
Oaxaca
La Capital Los Municipios
El Imparcial del Istmo El Imparcial de la Costa El Imparcial de la Cuenca
Nacional Internacional Súper Deportivo Especiales Economía Estilo Arte y Cultura En Escena Salud Ecología Ciencia Tecnología Viral Policiaca Opinión

Opinión

Estratega

Quetzalcoatl, señor del amanecer

 


En la reunión semanal de los viernes por la noche con mis amigos, me dieron diez fotocopias en hojas blancas tamaño carta escritas a máquina a un espacio, de un solo lado para que las leyera en voz alta para todos. Era un comunicado para difundir a todos firmado por El Rector de los Colegios Iniciáticos, fechado en Guadalajara, Jal., el seis de junio de 1987. 

Dirigido a “los aguadores que ascienden al manantial y retornan a refrescar con su cántaro a los seres sedientos. Ya está en marcha lo que algunos bien llaman “Convergencia Armónica, o sea, el Reencuentro de las 4 razas convergiendo por las 4 Direcciones hacia el foco central o Quinto Elemento que yo llamo Apertura del Corazón Radiante, está en marcha el proyecto del Festival Internacional de los Lugares Sagrados, la mayor acción simultánea y coordinada de oración, meditación y ceremonial (y yo agregaría: de danza, canto y música). ”

Las Antiguas profecías de Mesoamérica subrayan el retorno de Quetzalcoatl, Señor del Amanecer en un tiempo que corresponde a agosto 16/17, 1987  

Hablaban de una profecía que estaba por cumplirse en el Árbol de El Tule, a 13 kilómetros hacia el Oriente de la ciudad de Oaxaca, México, sobre la carretera Internacional 190 rumbo al Istmo de Tehuantepec.  Era una profecía que en dos días se iba a cumplir en Santa María de El Tule, en Oaxaca México.

A buena hora de la tarde me fui al Tule para estar presente al pié del árbol milenario; en ese momento en la parte oriente tocaba su sombra;  sólo había llegado un viajero al que le pregunté si venía a la ceremonia de la Convergencia Armónica, “Si, vengo desde Alaska especialmente a esta ceremonia”, me contestó en su media lengua; vestía camisa de manga larga y pantalón caqui, botas de monte y sombrero de fieltro de ala angosta café oscuro, estaba sentado en el piso en posición de loto completo, frente a él había algo que llamó poderosamente mi atención: era un candelero de aluminio con pie en el piso, cilíndrico, de treinta centímetros de alto y cinco centímetros de diámetro, con una vela de parafina blanca como de dos centímetros y medio de grueso, en ese momento apagada; todo rematado con un sombrero contra la lluvia del mismo metal; supuse que el cilindro era hueco y que tenía un resorte que empujaba la vela hacía arriba conforme se iba consumiendo; era la primera vez que veía uno y por más que traté de convencerlo de que me lo vendiera no lo logré; a su derecha tenía dos tejos redondos en forma de queso de Etla, que, por el color del metal pensé que debían de ser de plata, de trece centímetros de diámetro y cuatro centímetros de grueso unidos desde el centro de cada uno por un cordón de algodón y a su alrededor su territorio estaba marcado por una línea de piedritas de río blancas y azules con sus cantos rodados. 

Conforme se fue ocultando el sol fueron llegando más asistentes. Nadie de los oaxaqueños oriundos del lugar se dio cuenta que la ceremonia era para el árbol y no para festejar a la virgen de la Asunción.

Del lado derecho del atrio un grupo de ingleses vestidos con batas blancas y largas hasta los tobillos colocaron en círculo bolsas de papel manila para un kilo con una base interior de arena para darle estabilidad y proteger contra el viento a la veladora que colocaron en el centro de la bolsa. Este círculo debía de tener siete metros de diámetro y el grupo lo formaban hombres y mujeres adultos, traían a la altura del corazón un botón con la imagen del árbol del Tule en verde, la fecha y el lugar en semicírculo arriba de la imagen, pausadamente y al mismo tiempo que de balanceaban aplaudían y cantaban. 

A la izquierda del muro del templo un grupo de monjes budistas mendicantes que llegaron de Bangkok, Tailandia, con la cabeza rapada y vestidos con túnicas  anaranjadas con el hombro derecho sin cubrir, cantaban y danzaban lentamente. 

No entendías lo que decían pero todos los asistentes que cantaban o tocaban algún instrumento, transmitían paz y armonía como si se tratara de una sola familia o de un

solo hombre. El viajero llegado de Alaska chocaba sus tejos de plata que sonaban como si fuera una campana gigante y su sonido quedaba vibrando en el aire largo tiempo.

Del lado de los monjes budistas alguien pidió en español que anotaran en un papel    todo los momentos de dolor ocurridos en nuestra vida y con ellos se hizo una fogata, mientras se quemaban se llevaban lo negativo y se borraba de nuestra vida para siempre; fue llegando un vientecillo frío al acabar de ocultarse el sol, mientras los cantos y las danzas continuaron durante la noche.

[email protected]