Durante muchos años nos hicimos a la idea de que nuestro país se encaminaba hacia la consolidación de la democracia. Una forma de gobierno y participación política que implica a todos los ciudadanos del país para actuar en democracia y elegir en libertad y bajo reglas estrictas de respeto y transparencia a quien habrá de gobernar y cómo. “La soberanía reside en el pueblo”.
Y corresponde a instituciones autónomas, pulcras y transparentes organizar las elecciones democráticas. Instituciones, éstas, pagadas con recursos públicos; con dinero que aportamos todos los que vivimos en México, como resultado de nuestro trabajo.
Para conseguir el Sufragio efectivo y la no reelección los mexicanos de principios del siglo XX hicieron una Revolución. Era la propuesta maderista y el clamor de grupos políticos y económicos en toda la República. Y se hicieron elecciones. Ganó el “Mártir de la democracia”, Francisco I. Madero.
Pero nuestra democracia nació fallida. Pronto habría de ser traicionada por quienes pelearon por ella. Obregón comenzó por querer reelegirse en 1928. A su muerte Plutarco Elías Calles asumió la responsabilidad electoral y de gobierno y crea el Partido Nacional Revolucionario en 1929 para dar cabida a todas las organizaciones políticas del país, aglutinadas en una sola expresión política.
Pero se quedó con la mayor tajada y Calles decide quién habrá de presidir al país, bajo su mandato, es el “Maximato”: así Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio, Abelardo Rodríguez y el mismo Lázaro Cárdenas: todos tendrían que rendir obediencia al Jefe Máximo-Calles, hasta que Lázaro Cárdenas se rebela y lo manda al exilio el 10 de abril de 1936.
Pero la democracia cada vez se desdibujaba más. El partido en el poder no lo soltó bajo ninguna circunstancia durante más de setenta años. “Una dictadura perfecta”, dijo Mario Vargas Llosa, hasta que de pronto en 2000 vino la alternancia. Y uno suponía que a pesar del partido electo, estábamos encaminados a consolidar esa democracia tantas veces inexistente o inconclusa.
Pero no. De otro modo, lo mismo. Los resultados de las elecciones durante el siglo XXI han sido a modo de componenda, de acuerdos, de negociaciones políticas. La facilidad con que López Obrador llegó a la presidencia en 2018 le debe mucho a Enrique Peña Nieto, de ahí que a este ex presidente nadie de la 4-T lo toca ni con el pétalo de una declaración política.
En cambio cargan todos los males del presente al ex presidente Calderón. Ciertamente un pésimo presidente pero no tanto como Enrique Peña Nieto, hoy feliz y enriquecido en su exilio madrileño.
La democracia seguía siendo una aspiración porque la llegada del actual gobierno federal fue decisión presidencial y con apoyo en una mayoría cooptada a través de dádivas económicas a grupos vulnerables que temen perder este beneficio y por tanto asumen como suyo a este gobierno.
Por toda esta larga historia de democracia fallida, no es de extrañar que las elecciones del domingo próximo, 1 de junio son antemano fallidas, también. Nacieron del odio, del rencor, de la venganza, del orgullo de poder mal entendido:
Nacieron por aquel 5 de febrero de 2023 cuando la presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Norma Piña, no se puso de pie cuando el entonces presidente López Obrador llegó a Querétaro para la ceremonia del 106 aniversario de la promulgación de la Constitución Mexicana.
El hombre rencoroso y vengativo no perdonó este detalle de autonomía y a partir de ahí comenzó su andanada diaria en contra de la SCJN. Decidió que era injusta, que era abusiva por los salarios de los ministros, que era onerosa en su estructura, que había corrupción entre jueces y magistrados…
Según AMLO, todos los pecados capitales del país estaban resumidos en esta Institución que es uno de los tres poderes de la República.
Ya cooptado por el Ejecutivo, el Legislativo peleó asimismo en contra de la SCJN y en particular en contra de Norma Piña. Y se decidió que este Poder Judicial debería transformarse para ser un Poder en el que predominara el mandato morenista, y en su beneficio futuro.
Envío López Obrador a ministros de su cuerda. Envió a gente a modo de Caballo de Troya que por ambición habría de traicionar a la institución. Y se decidió por votación legislativa que había que llevar a cabo comicios para elegir a los jueces, magistrados, ministros…
Y desde el principio fue evidente cómo se manipularon nombres y formas. Cómo se asestaban tómbolas que más que solución fueron humillación para todos los mexicanos, el elegir al azar quienes habrán de administrar la justicia en nuestro país, sin que los elegidos sean los idóneos por su capacidad, conocimiento, hondura y criterio jurídico para llevar a cabo una tarea de tan alta responsabilidad.
Y en un proceso electoral que es a la vista inducido, malforme y que traiciona el mínimo principio democrático de la transparencia y la limpieza electoral, es como se llevarán a cabo las elecciones de este domingo próximo.
Las cartas están marcadas. Desde el gobierno supremo y el legislativo, como gobernadores y munícipes han manipulado y manoseado el proceso, como ha sido el caso de Oaxaca.
Desde México, capital, se les pide cuotas de votantes y resultados favorables a Morena. Lo que sigue es la misma fiesta de unos cuantos. Una fiesta de la que fue excluida la verdad, la transparencia, la democracia y, en consecuencia, han sido excluidos los mexicanos en su mayoría.
El masivo acarreo morenista estará ahí, votando sin saber cómo, por qué y para qué. Esta es la democracia de nuestros días. Es la democracia de un gobierno que se dice demócrata. Es así. Y como dicen desde allá, desde el gran poder, si no les gusta: “¡Háganle como quieran, pero de que gana Morena, gana!”. Así dicho.