¡Vaya, paradoja!
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Opinión

Editorial

¡Vaya, paradoja!

 


Durante las fiestas de julio, trascendieron en las redes sociales comentarios negativos respecto al retiro de obras escultóricas de artistas oaxaqueños. Por un lado, aunque se desconoce si el montaje fue con el permiso correspondiente, fueron retiradas obras de Fernando Andreacci, las cuales fueron a dar a un depósito de chatarra que tiene el ayuntamiento capitalino. Justo la víspera de la primera Guelaguetza, que no fue precisamente por instrucciones de la Regidora de Espectáculos, Gobierno y Turismo, Adriana Morales Sánchez, al menos treinta esculturas de sandías, que se instalaron en inmediaciones del Centro Cultural de Santo Domingo, en homenaje a las tres décadas del fallecimiento del maestro Rufino Tamayo. La idea, se dice, fue darle espacio a un equipo de un famoso consorcio televisivo nacional para que filmara nuestros festejos tradicionales.

Más allá de las críticas a los artistas, a su posición de querer brincarse las trancas de la autoridad y asumirse como intocables, por un lado, o de pretender adueñarse de los espacios públicos o, como es el caso de Andreacci, poner sus esculturas por aquí y por allá, nada justifica hacer tales actos de discriminación hacia quienes pese a la crítica, hacen su trabajo artístico, sea éste cuestionado o descalificado. Sin embargo, en sentido contrario, el municipio de Oaxaca de Juárez autorizó la instalación de al menos 500 puestos de venta de artesanías, antojitos regionales, comida típica, etc. Es decir, lo que dio mal aspecto a nuestra capital tuvo el permiso oficial, en tanto que las obras de algunos artistas fueron sencillamente retiradas y refundidas en lugares poco decorosos.

Pero ello no fue todo. Desde el 19 de junio, como homenaje a los supuestos “caídos” en Asunción Nochixtlán, en los disturbios de esa fecha pero en 2016, de cuyos actos de “represión” se acusó al ex gobernador Gabino Cué, un grupo de atolondrados activistas de diversas organizaciones trajeron una escultura, supuesto memorial y, sin permiso algunos del gobierno local, lo instalaron frente a la Catedral. Pese a la presión y la exigencia de diversos grupos, cámaras empresariales y organizaciones, el ayuntamiento se ha negado a retirar el citado memorial, al que han calificado como “de la ignominia”. Esto es, como en la frase acuñada al Benemérito de América, don Benito Juárez: “a los amigos, justicia y gracia; a los enemigos, la ley a secas”.

 

Terrazas vs identidad

Muchos amantes de la arquitectura novohispana, que le ha dado renombre a nuestra capital, lo cual contribuyó a que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), tuviera elementos para que en 1987, Oaxaca de Juárez fuera distinguida como “Patrimonio Cultural de la Humanidad”, se extrañan de la grave mutación que ha tenido la capital. Primero, con remodelaciones a todas luces modernistas, que trastocan la originalidad y, posteriormente, con la habilitación de terrazas en edificios de los Siglos XVII al XIX, con fines eminentemente comerciales. En efecto, el Centro Histórico, en donde prevalecen casonas de una sola planta, ha sido desfigurado por la habilitación de adefesios y pegostes que nada tienen que ver con la arquitectura novohispana, de la que tanto nos enorgullecemos.

Lo que sorprende es que los funcionarios de la delegación del Instituto Nacional del Antropología e Historia (INAH), tan estrictos para cualquier mortal, hayan adoptado una conducta condescendiente. Lo mismo pasa con las áreas de licencias y Centro Histórico del municipio capitalino, que hacen como que no ven. Dicha situación se puso en evidencia en las pasadas fiestas de julio, cuando los propietarios rentaron dichos espacios para que locales y foráneos pudieran disfrutan de los convites, incluso con cobros excesivos. Adicionalmente, las citadas terrazas ya son restaurantes y antros, cuyo ruido ha generado protestas de vecinos ante las autoridades competentes. Nada tienen que ver con la originalidad de nuestra ciudad colonial que tanto se empeñan en conservar algunas autoridades como los ya señaladas, INAH y el ayuntamiento capitalino.

Dicha situación va a contrapelo de las viejas casonas que están a punto de venirse abajo por el tiempo y los años, las cuales no pueden ser remodeladas ante la falta de recursos de los propietarios, que ven en ello verdaderos excesos exigidos por las citadas dependencias. Hay razón de que algunos de ellos vean en la destrucción natural de sus inmuebles la alternativa de poder vender los predios para hoteles, hostales u otros negocios, que eso sí, han proliferado por todos lados, a veces sin cumplir con los protocolos que exige el INAH. La proliferación de terrazas ha abundado en toda la ciudad. Lo preocupante es que sea el centro de la ciudad quien más lo haya padecido, dejando mucho qué desear de su originalidad.