Viernes Santo, día de guardar
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Opinión

Editorial

Viernes Santo, día de guardar

 


Como mencionamos ayer, esta Semana Santa al igual que hace un año, las restricciones sanitarias harán que se viva de manera distinta. Desde la semana pasada, el Cabildo de la capital advirtió sobre la suspensión de ceremonias religiosas, procesiones y calendas. El motivo es evitar concentraciones masivas de personas que pudieran contribuir al incremento de contagios por Covid-19 y sus consecuentes decesos. Una vez más, pues, no podremos asistir a ritos religiosos como “El Encuentro”, que se celebra de manera tradicional en las iglesias de Santo Tomás Xochimilco o San Matías Jalatlaco. Se trata de la recreación de un pasaje bíblico, en donde Jesús en su sacrificio, se encuentra con sus padres: José y María. Hay poblaciones de los Valles Centrales y la Sierra Sur, como Santa Cruz Xoxocotlán y Miahuatlán de Porfirio Díaz, que conservan un profundo fervor religioso, respecto a este rito cristiano.

En otras poblaciones, asimismo, se escenifica la crucifixión de Cristo, la cual concluye con la ceremonia de “Las Siete Palabras”, que repiten una por una, las últimas que según las Sagradas Escrituras pronunció Jesús en la cruz. Posteriormente viene El Descendimiento y, más tarde, los fieles católicos acompañan a la Virgen en lo que se llama el Santo Entierro. En la capital oaxaqueña es algo único en el país, la realización de la llamada “Procesión del Silencio”. Miembros de congregaciones religiosas caminan por las calles de nuestra capital ataviados con ropajes morados, dotados de capuchas puntiagudas. Al ritmo de un tambor, con su sonido monótono, muestran en silencio el pésame por el sacrificio del redentor.

En décadas anteriores, digamos los años sesenta y aún los setenta, este día, las católicas se vestían de negro en señal de duelo. Era de profundo rigor religioso no escuchar música o realizar festejos. Las estaciones radiofónicas existentes sólo transmitían música instrumental o clásica. Sólo los destinos de playa eran de diversión y esparcimiento. En la capital y las principales cabeceras de distrito, se trataba de un día de guardar, dedicado exclusivamente a rezar y participar de los oficios religiosos, tal como lo mandaba el catolicismo más ortodoxo. En fin, los tiempos han cambiado de manera radical y más en esta etapa de pandemia, en la que sólo nos basta recordar cómo eran estos días en lo que consideramos la normalidad de antaño. 

Una pésima imagen

Estamos ya en pleno período vacacional de Semana Santa. Sin pesimismo, no se esperan grandes novedades de mejora económica, expectativas de afluencia de visitantes del país y el extranjero o derrama monetaria. La situación sanitaria en el país es grave. Se ha llegado a más de 200 mil muertos. Y según fuentes oficiales, la cifra real rebasaba la semana anterior, los 321 mil decesos. En Oaxaca, hemos superado los 3 mil 200. En esta temporada vacacional han seguido las restricciones. Ni ceremonias religiosas ni procesiones, han pegado de lleno en el espíritu religioso de los oaxaqueños. Aunque no en la proporción de 2019, se observa un ligero incremento en el arribo de turistas. Un destino cultural y privilegiado como es Oaxaca, merece ser disfrutado. No es fortuito que diversas publicaciones sigan calificando a nuestra capital, como uno de los destinos más bellos, no sólo de México sino a nivel internacional. 

Sin embargo, cada temporada vacacional se muestra en toda su bajeza, el estado tan deplorable de nuestro Centro Histórico. El comercio en la vía pública ha invadido no sólo las banquetas, el Zócalo y la Alameda de León, sino calles como Las Casas, 20 de noviembre, Miguel Cabrera y Bustamante, entre otras. Ahí han sentado sus reales organizaciones como “Sol Rojo”, la Unión de Artesanos y Comerciantes Oaxaqueños en Lucha (UACOL) y el Frente “14 de junio”, entre otros. Sus dirigentes, como verdaderos mercachifles, han hecho de los espacios públicos, un boyante negocio. Capítulo aparte merecen los llamados triquis “desplazados”, que desde hace once años se apropiaron de los pasillos del Palacio de Gobierno, los cuales han convertido en cocina, comedor, hotel de paso de sus dirigentes y mercado. Amparados en supuestas medidas cautelares otorgadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, se asumen ya propietarios de dicho espacio público. 

Lo que sorprende es que ni el gobierno estatal ni el municipal, hayan movido un solo dedo para terminar con la farsa de desplazados y devolverle a la ciudadanía de la capital el paso franco por los citados pasillos. Es lamentable que el corazón de la ciudad siga convertido en estercolero, en zahúrda. De aquellos prados que lucían con flores de temporada ni sus luces. Sólo la fauna nociva pasea por las noches, ante una telaraña de mecates, lonas, mesas y diablitos para robar energía eléctrica. Es el triste espectáculo que hoy nuestra capital puede ofrecer a sus visitantes.