“Ponerse con Sansón a las patadas”, frase popular usada cuando algún alfeñique de 44 kilos (como decía el anuncio de Charles Atlas), pretende enfrentarse con quien lo supera en tamaño y fuerza. En generaciones pasadas todos sabíamos quién era ese fortachón que se narra en el bíblico relato del libro de Jueces, capítulos 13 a 16 y que con una quijada de burro mató a mil filisteos, mató a un león y otras hazañas, hasta que se topó con la bella y seductora Dalila, que lo convenció de revelar el secreto de su fuerza y, después de trasquilarlo, sus enemigos le sacaron los ojos y lo utilizaron como animal de tiro. Al final del relato, Sansón recupera su fuerza (se les olvidó cortarle los cabellos ya crecidos) y mata a tres mil filisteos al hacer derrumbar el edificio donde festinaban.
Estados Unidos de América es hasta ahora el país más rico y poderoso del mundo, un Sansón en lo económico, comercial, financiero y militar. Su economía es 17 veces superior a la de México y gran parte de la inversión extranjera en nuestro país procede de USA (el 39 por ciento); hay también gran interdependencia comercial.
En materia política, los Estados Unidos acaban de padecer un serio amago a su famosa democracia: Donald Trump resultó derrotado en sus intentos por reelegirse y, en uno de sus conocidos arranques, hizo llamados a sus simpatizantes para que se impidiera en el Congreso de su país, la ratificación del triunfo electoral de Joseph Biden, del Partido Demócrata. Algunos le hicieron caso y el 6 de enero tomaron por asalto violento el Capitolio, símbolo máximo de la separación de poderes y garante de sus libertades públicas. Pero finalmente, de lo que están orgullosos los americanos, su concepción de la democracia venció y Trump aceptó a regañadientes su derrota, esperando que en 2024 pueda ser nuevamente candidato: alega que 70 millones votaron por él. Pero eso no garantiza, debido a su desprestigio y a que gran parte de esos votos son el grueso del llamado “Grand Old Party” (GOP, iniciales en inglés de Viejo Gran Partido, el Republicano), del cual muchos miembros prominentes se han deslindado de Trump.
Hoy en día, México está en una encrucijada: el presidente de nuestra nación hizo firmes lazos de amistad con el saliente Trump, considerado “de derecha” y el de acá “de izquierda”, en una extraña relación que antes de diciembre de 2018 se presagiaba incómoda, porque el presidente electo en ese año, hizo declaraciones agresivas y hasta retadoras contra Trump. De esa amistad, se derivó uno de los incidentes más fuertes de la relación bilateral: el affaire Cienfuegos; una detención, una acusación terrible por delitos graves, un juicio suspendido, una entrega a México, una exoneración absoluta por la Fiscalía mexicana y ahora una advertencia a México por parte del Departamento de Justicia. Eso se complica por una ley para reglamentar la presencia de agentes extranjeros (en cualquier actividad), una crítica presidencial a la Agencia anti-drogas de Estados Unidos (la DEA) y para colmo, un reclamo a las autoridades mexicanas de gobernación, cancillería y energía por parte de homólogos gringos, por las disposiciones oficiales contra el uso de energías limpias, en las cuales hay comprometidas fuertes inversiones de EU.
Es una cadena de desencuentros, iniciado por una burda interpretación de la llamada “Doctrina Estrada”, al no reconocer el triunfo de Biden en noviembre de 2020, retraso que ha incomodado al equipo que tomará posesión el 20 de este mes y cuando se mandó una carta, ésta contenía expresiones reivindicatorias y descorteses con el nuevo presidente del vecino país. Se agrega que el presidente mexicano ha declarado que puede hacer cambiar el TMEC, tratado comercial en uno de los mercados mayores del mundo, lo que significaría un peligroso rompimiento.
En esas analogías bíblicas, pareciera que estamos retando a Sansón a las patadas. Lamentablemente en la política, en la guerra, en las finanzas y en el comercio, esas historietas sí tienen cabida. Necesario es recomponer los daños y restaurar verdaderos lazos de amistad y respeto, porque está visto: la peor política exterior, es la interior.