En el debate sobre cómo atraer inversión y generar desarrollo, se suele mirar hacia el exterior: tratados comerciales, estabilidad macroeconómica o incentivos fiscales desde el gobierno federal. Pero con frecuencia se olvida que el verdadero terreno donde se juega la competitividad de un país es el ámbito local: las ciudades, sus gobiernos y, sobre todo, sus políticas públicas.
Una ciudad eficiente no es solo aquella con vialidades amplias o parques industriales; es aquella que planifica bien, regula con claridad, reduce los costos de transacción para el ciudadano y crea entornos urbanos que facilitan la productividad. La eficiencia urbana se construye desde lo cotidiano: permisos que se otorgan a tiempo, servicios que funcionan, trámites simplificados, transporte público eficaz, seguridad jurídica para la inversión, gestión del suelo con visión de largo plazo. En este sentido, las políticas públicas municipales son claves para crear ventajas competitivas frente a otras ciudades.
La experiencia internacional es clara: las urbes que atraen inversión no siempre son las más grandes ni las más ricas, sino aquellas donde el ecosistema urbano favorece la productividad. Medellín, por ejemplo, es reconocida por transformar su imagen y su economía gracias a políticas urbanas audaces que mejoraron la movilidad, la inclusión y la seguridad. En México, ciudades como Querétaro o Mérida han destacado, en parte, por su estabilidad institucional y su capacidad de ofrecer entornos urbanos funcionales.
En contraste, muchas ciudades mexicanas padecen un urbanismo desordenado, saturado por intereses de corto plazo. Las malas decisiones en desarrollo urbano generan ineficiencia crónica: tiempos y costos de traslado excesivos, fragmentación territorial, inseguridad, informalidad y servicios públicos deficientes. Esto no solo afecta la calidad de vida de sus habitantes; espanta la inversión, incrementa los costos operativos de las empresas y resta competitividad frente a otras regiones.
Oaxaca, por ejemplo, tiene un enorme potencial cultural, turístico y logístico, pero arrastra déficits estructurales: desorden urbano, conflictos por el uso de suelo, transporte caótico y limitada planeación metropolitana. La falta de continuidad en las políticas municipales y la captura política de muchas decisiones técnicas impiden que la ciudad despegue como polo de inversión sostenible. Sin un gobierno local que funcione, ningún proyecto estratégico federal podrá cambiar eso.
El transporte público es ineficiente, poco seguro y contaminante. No existe una red moderna de transporte colectivo, y los conflictos con grupos impiden reformas profundas. La falta de infraestructura para peatones y ciclistas (a pesar de las ciclo vías) limita la accesibilidad y la calidad de vida de residentes y visitantes. Además de banquetas en mal estado, alcantarillas abiertas y baches en las calles.
El crecimiento urbano desordenado, los conflictos de uso de suelo, la informalidad en la construcción y la falta de actualización en los planes de desarrollo urbano han generado una ciudad fragmentada.
Un visitante que se enfrenta a calles sucias, basura acumulada o drenajes colapsados, difícilmente regresará. La deficiente recolección de residuos, el cierre del relleno sanitario y la falta de una política integral de manejo de residuos sólidos comprometen la imagen de la ciudad.
Mejorar los servicios básicos es una condición mínima para atraer turismo de calidad, y para fomentar inversión nacional e internacional. El abasto suficiente de agua y su tratamiento es un tema fundamental.
Aunque Oaxaca no vive niveles de violencia extrema como otras partes del país, los conflictos sociales constantes, las protestas y la toma de oficinas públicas dan una percepción de inestabilidad. La gobernabilidad es un factor esencial.
La inversión llega donde encuentra certezas, eficiencia y un entorno urbano que facilite la operación y el crecimiento. Las ciudades deben dejar de esperar soluciones desde arriba y empezar a construir ventajas desde lo local. Porque las ciudades que funcionan, avanzan.
Las ciudades más competitivas del mundo no son necesariamente las más grandes o ricas, sino aquellas que saben transformar sus fortalezas en oportunidades económicas reales, sin perder su esencia. Oaxaca tiene todo para lograrlo, pero debe comenzar por ordenarse, modernizarse y gobernarse mejor.
@aguilargvictorm