El laberinto de la sucesión
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El laberinto de la sucesión

 


A partir de mañana lunes inicia formalmente el proceso que nos llevará a la elección presidencial de 2024. Por la importancia del hecho, el tema será obligatorio aún después de concluido el proceso el año entrante.

El presidente López Obrador tiene, en apariencia, el control absoluto de su sucesión, sin embargo, la historia ha demostrado una y otra vez que no basta con creerse el dueño de todas las canicas, siempre hay factores de último momento que alteran la decisión.

La sucesión es tan importante como una bocanada de aire fresco para un moribundo. Lo ideal serían cuatro años, un sexenio es demasiado largo de soportar, sobre todo cuando el presidente en turno se convierte en una pesadilla.

Somos un pueblo muy politizado, pero con muy escasa cultura política, que es ventajosamente aprovechado para prometer, mentir y comprar votos.

El presidente Obrador tiende a compararse con Lázaro Cárdenas y puso como ejemplo la elección del candidato en las elecciones de 1940. En ese entonces, mucha gente creyó que Cárdenas elegiría a Francisco J. Mújica como el candidato oficial. Era más radical que él y, como el mismo Cárdenas lo reconoció años después, era el menos apropiado por la situación tan dividida en que se encontraba el país, una división provocada por el mismo Cárdenas y sus políticas populista-socialistas. Hoy se piensa que Claudia Sheinbaum será la elegida, sin embargo, el nivel de polarización que ha llevado al país el presidente López Obrador hace pensar que podría cambiar de decisión sí lo iluminara un poco de sensatez ante el encono nacional.

La elección de 1940 fue una elección de Estado. El aparato oficial se lanzó en apoyo de Manuel Ávila Camacho ante el avance incontenible y popularidad de Juan Andrew Almazán. Además del fraude electoral hubo una matanza el día de la elección. La historia ha sido muy amable con Lázaro Cárdenas, pero los muertos y el fraude son de él. El resultado le dio al candidato oficial el 93% de los votos, a Almazán apenas el 5%. De ese tamaño la mentira que, penosamente, corremos el riesgo de volver a vivir ante la necedad de imponer su cacareada “transformación”.

En elecciones posteriores también se dieron conflictos, los más graves surgidos siempre de la ruptura del propio equipo gobernante ante la inconformidad contra el candidato elegido por el presidente. Miguel Alemán terminó enfrentado con Ezequiel Padilla, su propio secretario de Relaciones Exteriores y quien creyó sería el candidato oficial. Ya desde entonces se hablaba de la traición, por parte de Alemán, a la Revolución mexicana puesto que la utopía cardenista seguía vigente y Miguel Alemán impulsó las inversiones y capitales privados.

La elección de 1952 no tuvo tantos problemas para el PRI. Adolfo Ruíz Cortines contendió con Efraín González Luna, del PAN, Vicente Lombardo Toledano del Partido Popular y, el rival más fuerte volvió a surgir del mismo oficialismo: Miguel Henríquez Guzmán, a quien también se tiene casi la certeza le hicieron fraude electoral.

Ruíz Cortines tuvo como candidato a Adolfo López Mateos. Fue el primero que, oficialmente, recibió la denominación de “tapado”. Asumió el poder rodeado de una aureola de popularidad. Resultaba atractivo con las mujeres, era conciliador y buen orador. López Mateos eligió como tapado a Gustavo Díaz Ordaz, quien era su secretario de Gobernación y que gobernó desde la sombra desde el gobierno de López Mateos debido a las aventuras de su jefe, sus paseos y sus largos periodos de postración debido a su mala salud. López Mateos fue un hombre apuesto; Díaz Ordaz todo lo contrario, pero ambos autoritarios.

Díaz Ordaz eligió a Luis Echeverría, el primer tecnócrata en acceder a la silla imperial de la presidencia. A diferencia de todos los presidentes anteriores, Echeverría nunca había tenido un puesto de elección popular. Las sucesiones de 1964 y 1970 se definieron por el nivel de servilismo del tapado hacia su jefe, no por su capacidad. Estamos en un momento similar. Todas las corcholatas se pelean todos los días por mostrarse dóciles y serviles hasta la ignominia.

No le será fácil elegir a su candidato. Ya empezó el presidente a reconocer sus fracasos, aceptar que no existen los otros datos, la realidad lo alcanzó, aunque sigue tratando de culpar al pasado. Echeverría culpó a “los emisarios del pasado”, Obrador a la “herencia que le dejaron”. En todo caso, ¿Qué herencia dejará este presidente a su sucesor?

Tal vez su herencia real sea el desmoronamiento de su partido, Morena, una vez que ya no le sirva. Al dejar la presidencia es probable que, así tan rápido como llegó, también se vaya. El partido es él, el camino es él.

Quizá no signifiquen nada para él, pero las marchas masivas en defensa del INE y de la Suprema Corte sean el factor que más peso tengan para tomar su decisión: abonar a la unidad nacional o llevar a México a una guerra civil con alguien más radical que él.

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