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Nuestra ciudad, patrimonio cultural de la humanidad, está enferma. Un organismo que se multiplica todos los días se apropia de su vida y la ahoga, la violenta y la devora impunemente.
Pobre de aquel que dañe una baratija al deambular entre los pestilentes pasillos en que han convertido las banquetas, parques y calles, no tardará en estar en manos de una turba violenta que lo vejará ante la complacencia de la policía, quienes preferirán mantenerse al margen.
Hace muchos años se toleró, por razones políticas, a los primeros ambulantes. Se decía que era una forma de paliar la falta de trabajos formales. Esa razón no es aceptable hoy. El ambulantaje de nuestros tiempos tiene causas muy diferentes, pero también derivadas del manejo electoral de las políticas públicas, estatales y municipales.
Obtener un lugar en una calle céntrica cuesta mucho dinero y, entre otros gastos, hay que cubrir diario el derecho de piso, no al ayuntamiento, sino al dueño de la zona, a su líder mafioso. Además, deberá comprar tanto la estructura metálica del puesto con sus toldos, así como la mercancía que venderán. ¿Quién en el desempleo puede hacer ese gasto?
Por supuesto que existen los verdaderos necesitados deambulando por las calles, sus lánguidas sombras contrastan con los bien cebados y rechonchos cuerpos de los que atienden los puestos.
Yendo más allá de los razonamientos simplistas, el fenómeno actual de los ambulantes que devoran nuestras calles ha evolucionado. Ya no es la falta de empleo, basta ver la cantidad de ofertas laborales en las redes sociales, pero para muchos jóvenes en edad productiva será mejor atender un puesto que tener un trabajo formal.
Hoy, más que la necesidad sea la que los orille a esta forma de vida es, en cambio, la filosofía de vivir rápido, ganar mucho dinero y hacer el menor esfuerzo posible. Más o menos la misma cultura que empuja a muchos jóvenes a involucrarse con el narco. La cultura del esfuerzo, por ser “burguesa”, no se enseña en las escuelas, llenas de profesores que se auto nombran líderes sociales, pero para cubrir sus fechorías.
Así es, las mafias del crimen organizado están hoy detrás de algunas organizaciones de ambulantes a quienes el mercado de abasto ya no les es suficiente. Muchos de esos ambulantes son sus canales de comercialización de drogas y objetos robados.
Este estilo de vida de vivir rápido, ganar mucho y no hacer esfuerzo es una importación cultural que idealiza la TV a través de narco series. No hay oportunidades ni buenas escuelas ni buenos empleos, entonces, para vivir en el hedonismo una de las opciones es tener un puesto en la calle. Por lo menos, de esta forma, no necesitan tener estudios, huyen de la disciplina y evitan cualquier responsabilidad, una característica propia de los tiempos actuales.
El ambulante ha creado su propia cultura. Hay clanes familiares que ocupan, al mismo tiempo, varios lugares en diferentes calles o en diferentes tianguis. Algunas taquerías, puestos de barbacoa, de papas fritas, venta de flores o textiles son auténticas franquicias familiares. Lo que debería haber sido una solución temporal de empleo se convierte en una forma permanente de vida.
No tenemos tampoco, un auténtico Estado de Derecho ni tenemos una clase política que pueda implementarlo porque todos los que están, han estado o buscan estar en el poder, han usado a las mafias mercenarias en beneficio de sus intereses personales, como grupos de choque o como carrusel electoral.
En el caso de nuestra ciudad, la solución deberá incluir a los tres niveles de gobierno y a algunos poderes fácticos que lo promueven, como el magisterio y sindicatos de transportistas, ambos entre los más violentos y corruptos. Una solución meramente policiaca puede dar un respiro, pero necesitamos soluciones a largo plazo.
La economía informal que generan no ayuda en nada. Destruyen calles, parques y avenidas, no pagan impuestos municipales, estatales o federales, pero siempre están exigiendo y victimizándose.
Los ambulantes no son ni víctimas ni explotados, son, de alguna forma, empleados de las mafias a quienes les han comprado el espacio. Y es tan grande el poder de esas mafias que hoy, el gobierno municipal de nuestra capital no tiene capacidad de regularlos o controlarlos.
La actual invasión de ambulantes denota un vacío de autoridad institucional y un exceso de poder de los poderes fácticos. Ni siquiera son habitantes del municipio de Oaxaca de Juárez, la mayoría de los vendedores vienen de otros lugares.
No se trata de que solo dañen la imagen de la ciudad, se trata de rescatar a los jóvenes de manos de las mafias. Los que ya están metidos son caso perdido, ya les gustó, pero lo importante es evitar que las nuevas generaciones se sumen a esta actividad ilegal que, parece, es política pública de este sexenio federal la creación, permanencia y tolerancia del ambulantaje y el crimen organizado.
Twitter @nestoryuri