De la tragedia a la miseria
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Opinión

Carpe Diem

De la tragedia a la miseria

 


Las tragedias no llegan solas. Y la memoria colectiva olvida rápidamente las lecciones que nos enseñan.

La pandemia de Covid es una tragedia y, esta cuesta de enero, febrero y con seguridad varios meses más, nos lo recordará cotidianamente al sentir nuestros bolsillos vacíos. Será toda una hazaña sobrevivir a estos tiempos en que ya hay vacunas, pero no hay; en que estamos requetebién, aunque todo está mal.

La historia nacional tiene registrada infinidad de calamidades sanitarias. Desde antes de los españoles hubo graves epidemias y hambrunas que culminaron en la desaparición de civilizaciones enteras o, por lo menos, en guerras para someter a los pueblos vecinos para explotarlos. El viejo mito de la formidable salud de los antiguos naturales se derrumba ante el registro de pestes, plagas y hambrunas.

Los europeos trajeron consigo mucho más que su religión y lengua, nos trajeron nuevas enfermedades. La viruela se esparció por todas las tierras mesoamericanas. No había vacuna ni cura para la enfermedad. Los indígenas fueron las víctimas. Miles de ellos murieron en esa primera epidemia durante la conquista. Esa epidemia cayó “como anillo al dedo” a los conquistadores para afianzar su dominio; el evangelio y la cruz habían vencido a los dioses indígenas. La superioridad la confirmaba el reducido número de españoles enfermos contra millones de indígenas muertos.

En 1531, diez años después de la primera epidemia hubo otra en la Nueva España, ahora de sarampión. Los españoles, recordando que necesitaban a los indios para no quedarse sin mano de obra, habilitaron hospitales y fue la orden de los franciscanos la que se dedicó a atenderlos. No es que los españoles quisieran tanto a los indios, necesitaban quien levantara las cosechas y trabajara en las minas.

Y de ahí en adelante. Entre 1531 y 1600 hubo entre cinco y seis grandes epidemias, mas o menos una cada 18 años.

En Oaxaca se tienen registros de la epidemia de cólera de 1833. Hubo tal mortandad que los enterradores trabajaron día y noche por varias semanas para arrojar los cuerpos a las fosas. Así, sin nombre o un lugar digno, terminaron miles de personas. Una vez más, la mayoría de los muertos fueron los más pobres, los indígenas.

En 1918 llegó la gripe española y nuestra tierra tuvo, según los inciertos registros de la época, entre 20 y 25 mil muertos. Oaxaca de Juárez y Huajuapan de León fueron las ciudades azotadas con mayor magnitud. La población indígena, nuevamente fue diezmada; la mayor cantidad de víctimas estaban entre los más pobres.

En 1931 hubo el gran terremoto en que la mayoría de los muertos se dio más por la hambruna posterior que por la caída de las construcciones. Para estas fechas se había desarrollado la fotografía y el cine, por lo que tenemos acceso a varios testimonios gráficos. A pesar de la existencia del ferrocarril, hubo una pronunciada hambruna y carestía por el acaparamiento de víveres por los ricos comerciantes de la época.

Poco hemos aprendido de la historia, cuyas tragedias llegan en cascada. A los terremotos de 2017, las sequías, huracanes y desastres naturales le sigue, una vez más, una crisis social, otra vez.

A diferencia de épocas anteriores, hoy tenemos suficiente información para anticipar que una enfermedad, elevada al nivel de pandemia, se convertirá en una tragedia.

Llegó la tragedia y trajo consigo la miseria. Miles de personas sin trabajo, sin ingresos. Miles de pequeños negocios cerrados, fondas, escuelas, papelerías. Miles enfermos y miles de muertos.

Pero la miseria pudo haberse evitado o, por lo menos, hacerla menos dura. El presidente no quiso.

El mundo alternativo en el que vive, la ideología que convirtió en su religión no le permite tener empatía ante el dolor. La causa lo es todo, y “su causa” son sus obras faraónicas y su programas asistenciales. Cree que será el mejor de la historia.

Hay miles de víctimas, entre muertos por la violencia criminal, muertos por falta de medicamentos y atención médica; gente sin empleo, empresas quebradas y miles de mujeres violentadas todos los días. De la miseria económica nos está llevando a la miseria moral.

El filósofo alemán Friedrich Nietzsche decía que la vida es dolorosa en sí misma, que es la forma de ser de la existencia. Muerte y enfermedad se han manifestado de una forma brutal, será muy difícil para quienes han perdido familia y patrimonio saber qué hacer con tanto dolor.

El empobrecimiento generalizado alcanzará a todos, hasta a los fieles seguidores que hoy, al igual que los críticos del régimen, pagan más por la gasolina, el gas y la luz, inflación creciente y su consecuente pérdida de poder adquisitivo.

Había forma de aminorar el golpe, él no quiso. Tiene razón, primero los pobres, porque serán ellos los primeros que padecerán por el estancamiento económico.

 

Twitter @nestoryuri