Mientras el mundo gira cada vez más rápido, saturado de tendencias fugaces, discursos superficiales y causas que se evaporan con el algoritmo, un grupo de ciudadanos en México decidió hacer algo profundamente contracultural: salir a las calles a defender la vida humana desde la concepción. En un entorno donde la indiferencia es moda y el relativismo se disfraza de libertad, la XIV Marcha Nacional por la Vida, celebrada el pasado 3 de mayo en la Ciudad de México, con el lema “Cada vida es un triunfo”, fue un acto de auténtica rebeldía.
Porque hoy, defender la vida no es lo “políticamente correcto”. Es ir contra la corriente de un sistema que ha convertido lo desechable en norma, que promueve soluciones rápidas a problemas complejos y que le teme al compromiso. Apostar por la vida, por la más frágil, la que aún no tiene voz, la que no puede votar ni protestar, es un gesto radical. Es decirle al mundo que no todo puede negociarse, que hay principios que no caducan y que hay dignidades que no dependen de su utilidad social.
Marchar por la vida no es un acto ingenuo. Es mirar de frente al dolor de una mujer embarazada en situación de abandono y decirle: “no estás sola”. Es señalar que un Estado verdaderamente humano debe ofrecer alternativas, no atajos. Es denunciar que muchas veces el aborto no es una elección, sino una imposición disfrazada. Y es exigir políticas que acompañen, eduquen, apoyen y restauren, no que invisibilicen la vida de uno para facilitar la de otro.
La despenalización total del aborto no es una forma de proteger a la mujer; es una forma de declarar que la vida del niño por nacer no merece ninguna protección legal.
El Código Penal no solo castiga, también expresa lo que una sociedad considera inaceptable. ¿Acaso creemos que interrumpir la vida de un ser humano debe ser legal si ocurre dentro del vientre? Si eliminamos toda consecuencia legal, lo que estamos diciendo es: ‘esto está bien, no importa, no tiene valor moral ni jurídico’. Y eso es falso.
Existen alternativas entre la criminalización dura y la impunidad total: regímenes penales que no persiguen a la mujer, pero que mantienen la protección del niño por nacer y permiten el acompañamiento de ambos. No se trata de meter a mujeres presas, sino de decir como Estado: ‘esto es grave, y te vamos a ayudar para que no tengas que pasar por esto’.
Si legalizamos el aborto sin límites, no estamos empoderando a la mujer. La estamos dejando sola, con la falsa libertad de decidir entre su vida o la de su hijo, en una cultura que le ofrece la muerte como única salida.
Por eso, no se trata de castigar, se trata de defender lo que vale: la vida de dos seres humanos, no solo uno.”
A 18 años de la legalización del aborto en la Ciudad de México y subsecuentes procesos en 21 entidades más, el saldo es negativo y desalentador para las mujeres embarazadas, sobre todo las que viven en condiciones de mayor vulnerabilidad, ya que se invisibilizan sus verdaderas necesidades. Ni siquiera en estos Estados existían mujeres presas por este motivo.
Los miles de ciudadanos que se reunieron el 3 de mayo convocados por la organización civil “Pasos por la Vida” -jóvenes con pancartas artesanales, familias enteras, médicos, artistas, comunidades indígenas y activistas- no salieron a repetir dogmas. Salieron a recordarle al país que, sin una cultura de la vida, ninguna otra causa tiene sentido. Porque la vida es la base de todo derecho. Es el primer terreno que hay que defender si de verdad queremos hablar de justicia, equidad y futuro.
Hoy en día, resulta más “transgresor” hablar de amor incondicional, de entrega, de maternidad y paternidad responsables, que repetir los eslóganes de siempre. El discurso provida no es conservador: es revolucionario. Es un llamado a reconstruir lo humano, a desmercantilizar el cuerpo, a proteger la vulnerabilidad sin vergüenza. Es entender que cada ser humano es un fin en sí mismo, no un proyecto que debe ser validado por otros para merecer existir.
Mientras algunos llaman progreso a desechar vidas humanas, quienes marcharon este mayo apuestan por un progreso con alma. Por un México donde lo difícil no se evite, sino se abrace con solidaridad. Donde lo humano no se mida en función de su perfección, sino de su dignidad intrínseca.
En tiempos donde se premia el cinismo, y se ridiculiza la compasión, defender la vida es el último acto de esperanza. Y en ese acto, México está despertando.
@aguilargvictorm