Ha pasado por mi mente más de una vez. Me subo al avión, camino por el pasillo en busca de mi asiento. Con sorpresa, observo al pasajero que está en el asiento a mi lado, en la ventanilla. Cabeza gris, mirada perdida y atenta a la labor de los estibadores de equipaje. Vuelvo a revisar que estoy en el asiento correcto, junto a quien puedo confirmar, es Andrés Manuel López Obrador.
Esta escena suele rondar en mi cabeza desde que su gestión comenzó y no como un sueño o un ideal, sino como un hipotético para el que siempre he querido estar preparada. Esta semana, cuando pensé lo que ocurriría si me encontrara codo a codo con el presidente en su travesía de Washington a la capital mexicana, las ideas tomaron forma.
Primero, quiero felicitarlo por un par de cosas- comenzaría. Felicidades porque desde que inició su mandato, solo ha viajado en vuelos comerciales, como prometió, sabiendo que en muchas ocasiones le puede tocar alguien tan molesto como yo. Pero no se preocupe, no quiero incomodarlo, solo cuestionarlo. Si las preguntas le resultan incómodas, eso ya está en su cancha.
Segundo, lo congratulo por cumplir -al fin- con una de las obligaciones que la banda presidencial le exige: la diplomacia. Y por supuesto, por apegarse a los protocolos sanitarios que la situación demanda, aunque sea 34 mil muertes después.
Hasta aquí llegaron mis observaciones positivas. Sé que son pocos los halagos en comparación a la lista de mimos que usted dio al presidente Trump. Esto no significa que quiero ‘atacarlo’, recuerde que esto nunca es personal, es siempre colectivo. Esto, no se trata de usted Andrés Manuel, padre de familia, amante del béisbol. Se trata de usted Andrés Manuel, presidente de los Estados Unidos Mexicanos.
Celebro que haya realizado un viaje para fortalecer lazos con nuestro principal socio comercial. Después de todo, nuestra economía viene en caída libre desde hace dos años, pero ¿era indispensable hacerlo en este momento, cuando hay tantas personas pidiendo sus oídos y liderazgo? ¿cuando hay personal médico suplicando apoyo para hacer su trabajo, y niños pidiendo sus tratamientos para el cáncer?. De verdad, Sr. Obrador, ¿era absolutamente necesario acudir a los brazos de quien, con tal de ganar adeptos, ha hecho posicionamientos que usted mismo llegó a condenar?
Por más análisis que leo y debates que escucho, no encuentro una lógica que justifique el haber ido a hacerle segunda al discurso electoral que el Sr. Trump lleva maquinando desde hace meses. Comprendo que a pesar de los insultos que nos ha propinado, y las amenazas arancelarias y migratorias con las que ya ha amagado, nuestra dependencia económica es tal, que nos impide hablar en la misma tónica. Pero eso no nos obligaba a acudir y decir cada ‘sound bite’ que el presidente Trump necesitaba para sus spots de campaña ¿o sí? Y mucho menos para dejar de lado temas de vital importancia como el tráfico de armas, el muro fronterizo y el crimen organizado.
No me malentienda, me da gusto que haya logrado proyectar certidumbre económica al exterior, pero, ¿y al interior? Desde que tomó posesión rogamos que esa misma certidumbre nos sea dada a los propios mexicanos, pero lamentablemente, más allá de clientelismos, sigue siendo un tema pendiente.
¿Le digo algo? (rogando que no se haya quedado dormido aún) sé que las condiciones en las que recibió el país no eran óptimas. Que la gente se haya desquitado en las urnas, no fue fortuito, fue producto de las heridas abiertas que aunadas a la bandera de oposición que por tantos años usted se logró colgar, dio como resultado la apuesta por su antídoto que sabíamos, calmaría el malestar. Y por un momento, así fue.
La esperanza que vendió fue la misma a la que nos adherimos quienes no votamos por usted, pensando que canalizaría su pasión y conocimiento por las necesidades del país, en favor de todos los mexicanos, no de su rédito político. Le aseguro que todos compartimos el fondo de su lucha, finalmente es nuestra lucha, pero definitivamente, no todos compartimos sus formas.
Ese discurso campañero que acribilla todo a su paso y difunde que la desigualdad es un juego de buenos y malos, le queda mucho a deber a México. Una transformación digna no busca destruir para reconstruir con su sello de arrogancia, por el contrario, acepta con humildad que hay cosas que aunque no abonan a su retórica, sí lo hacen al país.
Me encantaría que esa congruencia que emplea con algunas de sus promesas de campaña, la ponga en práctica no como modo de manipulación sino como verdadero eje de acción para cesar la violencia sistemática en el país y, principalmente, para saldar la deuda histórica con las mexicanas, a la que usted se comprometió cuando se autonombró ‘el presidente de las mujeres’.
Ambos sabemos que esas soluciones simplonas de escudos religiosos y abrazos, no son más que cortinas de humo. Sus datos pueden ser otros, pero sus ojos ahí están, y yo sé que cada día que se asoma por su ventana, ven que el cielo llora rojo, y que el suelo, cada día, alberga a más gente debajo que encima.
Y bueno, eso es todo Sr. Obra…- volteo y descubro, que se quedó dormido.
Ni hablar, aún resta mucho tiempo de vuelo. Solo queda esperar que en algún momento, y por el bien de nuestro México, el presidente decida despertar.
Tw: @chinaCamarena