¡Las noticias, señor!
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Opinión

¡Las noticias, señor!

 


 

 

A lo mejor se dirá que ya se acabó aquel tiempo romántico en el que el periodismo se hacía a golpe de talacha, de carreras de un lado a otro, de esfuerzos intrépidos, de búsqueda de la información, de la nota más notable, de la novedad más novedosa… De las redacciones pobladas de seres extraterrestres –hombres y mujeres– que caminaban como poseídos y descoloridos en los pasillos de los periódicos o medios electrónicos, mientras mascullaban su nota, su reportaje, su crónica, su entrevista en busca de conseguir la primera plana: “La de ocho”, que era el summum del éxito. Llevar esa “De ocho” era un triunfo, una victoria, un reconocimiento al esfuerzo, al talento, a la calidad profesional y a la vocación periodística. Así era… Y de alguna manera aún lo es, aunque de otro modo… Porque por más que se diga que las cosas han cambiado en los medios de comunicación, la esencia sigue ahí, el hecho humano sigue su tránsito ineluctable a lo largo de la vida de una sociedad o de cada uno de nosotros; la política sigue siendo el ojo del huracán, los fenómenos sociales están ahí cada día dispuestos, en canal, para su disección, comprensión e información… Lo bueno y lo malo de ser y estar vivitos y coleando… Y están ahí los nuevos inventos, las nuevas tecnologías, junto a los retos del hombre por entenderse como humano en momentos de polarización social, como es el caso de México. El mundo sigue-sigue-sigue y los seres humanos en ese mundo, como hormiguitas sin quietud ni descanso.

Ahí está la materia prima para informar, para diseccionar y trasladar al público, como estuvo hace años y siglos y estará ahí, aunque hoy las nuevas tecnologías, los nuevos inventos, las nuevas formas digitales, redes sociales, inteligencia artificial y todo eso que el hombre ha inventado para lucir su supremacía parezcan desdeñar lo que el hombre es.

Ya lo comentamos aquí. Aquello de la llegada del fax a las redacciones fue una hecatombe; como fue la llegada de las computadoras que habrían de sustituir a las máquinas de escribir Remington, Olivetti, Olympia y que cada tarde producían la inmensa-inolvidable-mejor sinfonía del mundo: las teclas de todos al mismo tiempo en una melodía de la información indescriptible y profunda.

Pero de pronto, aún más. Los periodistas comenzaron a utilizar los instrumentos que la ciencia y la tecnología iban aportando, al mismo tiempo que, como sin proponérnoslo, nos íbamos transformando. ¿Nos transformábamos nosotros o la ciencia y la tecnología nos transformaban?

Ya se ha dicho: ‘Si bien es cierto que la humanidad la ha creado, la tecnología está redefiniendo la propia sociedad e incluso lo que significa ser “humano”. Las tecnologías digitales afectan a valores humanos esenciales como la autonomía, el control, la seguridad, la privacidad, la dignidad, la justicia y las estructuras de poder’.

‘El desarrollo tecnológico es una especie de proceso evolutivo en el que los humanos y la tecnología evolucionamos de manera simbiótica y creamos tanto nuevas oportunidades como nuevos riesgos. Creamos la tecnología, pero luego la tecnología nos recrea’.

Y nunca como ahora mismo, la humanidad se ha volcado a ese mundo digital que hace apenas unos años era desconocido; un mundo que al mismo tiempo que facilita la intercomunicación, aísla al ser humano… Somos aprendices de brujo, en un mundo que parece ajeno y con inmensos poderes que, de no controlarlos podríamos ser avasallados y transformados en sus súbditos.

¿Estamos creando a nuestro propio enemigo? La inteligencia artificial podría ser un presagio de ello.

Pero mientras son peras o perones, en el periodismo nos vamos acostumbrando a utilizar los avances científicos, tecnológicos, digitales y tanto, para llevar a cabo una tarea con mayor grado de inmediatez y sin tantas complicaciones como era hasta hace unas cuatro décadas.

Para empezar, son millones en todo el mundo, los que están atentos a la información que por Internet fluye como río caudaloso hacia un mar desconocido. Son miles-millones de datos, de información, de imágenes, de infografía las que están ahí, a la mano, con un solo apretar de tecla y con un solo mirar de un lado a otro para escoger lo que nos importa y nos interesa…

El periodismo hoy parece dejar atrás el ideal de llevar a las páginas las notas, las crónicas, los reportajes, las entrevistas, los artículos de opinión, los editoriales… y que ahora se diseña para lo digital a modo de periódico esa misma información, con la facilidad de que se puede leer lo que se quiere o rechazar, y escribir bajo el mismo texto nuestra opinión que puede ser de complemento, de aceptación o rechazo.

El periodismo digital parece predominar hoy a través del uso de los modelos digitales: el teléfono celular, la computadora, los sistemas editoriales interconectados, el modelo de presentación editorial en el que hay que ofrecer cambios frecuentes para no permanecer estático en un mundo que no es estático…

Y los reporteros salen a buscar su información y pueden transmitirla a sus redacciones en el mismo momento en el que ocurre, en vivo y a todo color; lo que se facilita por el uso de teléfonos celulares inteligentes que lo mismo registran la imagen como la voz y el entorno. Tan sólo el reportero habrá de redactar y dar contexto a lo que se presenta a fin de que el público sepa lo que pasa y lo que ocurre. Y pasa así a través de los filtros editoriales para garantizar la calidad de la información y su veracidad… Esto es así en los periódicos digitales serios y rigurosos.

Y, aun así: El logro de la trascendencia está en el papel; el homenaje a paso del hombre por un periodo de vida está ahí, en el papel; nada podrá borrarlo nunca, no podrá desaparecer en tanto se registre para el hoy, como también para el futuro.

Se dice que lo digital tiende a hacer desaparecer el periódico papel. No será así. Este es un lapso de locura infinita. Pero el hombre necesita verse. Palparse, sentir que trasciende y deja huella. Reconocerse en sus hechos. Buscarse y tocarse a través de esos inventos indestructibles como son el papel y la tinta.

Pero mientras son peras o perones, hoy como ayer, el reportero sale a buscar su información con su teléfono dispuesto, su grabadora si fuera necesario, su teléfono-cámara –que es el mismo–, su block y su pluma. Todo listo para encontrar la información, escribirla y transmitirla a su redacción.

La diferencia es la inmediatez. Ya no es necesario que acuda a la redacción para escribir su nota, ni las copias interminables y ni siquiera la convivencia que hacía que una redacción se convirtiera en una gran familia.

Ahora el reportero, el escritor, el cronista, el entrevistador lo puede hacer desde el lugar en el que se encuentren, simple y sencillamente, si cuenta con red internet–Wi-Fi– y algunos conocimientos de lo que es lo digital para su uso inmediato y fácil.  

El dilema para el público común es que recibe información que no siempre es verdad, que no está probada, que no ha pasado por los filtros del periodismo profesional, que no utiliza las herramientas de ese periodismo que tiene responsabilidades de calidad, de veracidad y de ética…

Y con muchísima frecuencia esa información ‘fake’ cala y hace daño. Ese es el gran dilema: creer o no creer lo que se publica en internet. Creer o no creer todo lo que está escrito ahí, dicho ahí, sugerido o espetado desde ahí… Porque eso es también lo digital: un espacio de desahogos, de venganzas, de rencores, de odios, de extorsiones, de inseguridad y de peligro. Corresponde al lector la enorme-gran responsabilidad de discernir qué es verdad o mentira de lo que tiene a la vista, al portador… También es cierto que cada vez más hay periódicos digitales de altísima calidad en los que el lector tiene a la mano periodismo de altísima gama, de gran intensidad y con una enorme carga de datos y elementos de juicio.

El periodismo sigue siendo el mismo, aunque con otras herramientas para su transmisión y otras vías de información; la lucha cotidiana por obtener la mejor noticia está ahí, en el elemento humano y a través de seres humanos-periodistas que cada día acuden al llamado de la información y la verdad.

Mientras tanto, como un eco en la memoria, se escucha en sordina, por aquí, o por allá, aquel pequeño voceador que corría por las calles, entre vehículos o en la esquina, lloviese o tronase, con un ejemplar de su periódico a la vista: “Las noticias, señor”.