El dogma democrático
Oaxaca
La Capital Los Municipios
El Imparcial del Istmo El Imparcial de la Costa El Imparcial de la Cuenca
Nacional Internacional Súper Deportivo Especiales Economía Estilo Arte y Cultura En Escena Salud Ecología Ciencia Tecnología Viral Policiaca Opinión

Opinión

El dogma democrático

 


 

En verdad, necesitamos de la práctica de la democracia sin dogmas, por ejemplo, decir que la democracia es el gobierno del pueblo, con el pueblo y para el pueblo, es tremendamente dogmático, porque este tipo de gobierno democrático es imposible, hasta de imaginarlo, pero es muy útil para populistas y demagogos. En realidad, la historia de los gobiernos nos indica que siempre ha existido un grupo reducido que manda y una gran mayoría que obedece.

Este concepto de democracia se convierte en una empresa de inducción de conductas políticas mediante la ausencia de razones. El dogma democrático es de suma utilidad, pues nadie, en la práctica es antidemocrático, todo cabe en este dogma, su oscuridad conceptual y práctica no es conveniente aclararlo para su utilización acrítica y emotiva (Cortina, Adela: 1997).

Desde tiempos antiguos, se ha tenido la necesidad de tener personas que resuelvan los asuntos que resultan del hecho de vivir en comunidad, en sociedad y en comunidad política, las formas de asociación humana más importantes que hemos tenido en la historia de la humanidad.

En una primera etapa, las personas que vivían y viven aún en comunidad se reunían en asamblea y mediante la deliberación, escogían los comisionados adecuados para la atención de los asuntos públicos, entendiendo por asuntos públicos aquellos que nacían por el hecho de vivir juntos. La posibilidad de la reunión en asamblea de las personas se constituía en vigilancia y control de las personas designadas, tal como sucede en los pueblos y comunidades indígenas actualmente.

Con el surgimiento de las sociedades, la práctica de las asambleas deliberativas se vio imposibilitada, por lo que surgió la forma de la elección de los representantes por la vía del voto en urnas y en forma individualizada. Desde luego, existe un largo tiempo en que sacerdotes y guerreros se apropiaron del manejo de los asuntos públicos mediante diversos procedimientos de legitimación.

En esta época surge la idea del poder político que se hizo bajar de las ideas divinas y sagradas, corresponde a los poderosos y a las normas jurídicas que los propios gobernantes establecieron. Son de esta Era los gobernantes extraordinarios como Pericles (495-429 A.C), Julio César (100-44 A.C), Gengis Khan (1162-1227), Moctezuma (1440-1469), Nezahualcóyotl (1402-1472), Napoleón (1769-1821), Mao Zedong (1893-1976), por mencionar algunos.

En esta época nace la necesidad de la justificación militar, ideológica, religiosa, política, jurídica, social, económica, cultural y administrativa del manejo de la cosa pública por estos gobernantes. Nació la necesidad de atribuirles los atributos especiales, formarlos para gobernar. Nacieron los Espejos de Príncipes, surgió la Ciencia Política propiamente dicha. Esta idea del gobernante legitimado por una ideología, por los proyectos que personifica, justificado por la historia, goza de una enorme autonomía de acción, se le reconoce por su capacidad y liderazgo, es el tipo de gobernante vigente en los regímenes políticos actuales.

Estamos en tiempos entregados a gobernantes por lo que rogamos a los cielos que resulten adecuados para la sociedad. La verdad sea dicha, esto no resulta nada democrático, resulta solo en el ámbito de la democracia entendida como práctica emotivista y búsqueda de conductas sin ofrecer razones.

Resulta simple argüir que como fueron electos por decisión mayoritaria de los ciudadanos, es suficiente la razón para sus existencias. La mayor fuerza de la argumentación de esta corriente de pensamiento es que son sustituibles por los ciudadanos en tiempo en tiempo. Se nos introduce en largas discusiones sobre la bondad de poder elegir a este tipo de personajes y de la posibilidad de poder elegir alternativas y con eso nos llenamos de gozo y de felicidad.

Esta idea de elección de nuestros representantes para que actúen para el bien común, es bastante cuestionable. En primer lugar, el grupo de los competidores no los eligen los ciudadanos sino los partidos políticos, quienes tergiversan la voluntad ciudadana para favorecerse a sí mismos de acuerdo a lo que entienden por bien común. 

En segundo lugar, los representantes actúan y deciden por los intereses partidistas; en tercer lugar, hay divergencia profunda por lo que se entiende bien común. ¿En dónde quedó la idea de la democracia como el gobierno del pueblo, para el pueblo y con el pueblo? Sólo el presidente de México y sus seguidores creen en ello.