Acabar con la lactancia de closet
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Opinión

Acabar con la lactancia de closet

 


Esta afirmación no es de algún científico del siglo XIX. La he visto repetida en las redes sociales con motivo de la Semana Mundial de la Lactancia Materna que justo este domingo 7 finalizó su conmemoración y cuyo lema este año ha sido “Impulsemos la lactancia materna apoyando y educando”.

“Apoyar y educar”. Sin duda, dos verbos en infinitivo que parecen neutrales, pero que en el fondo no lo son, en un contexto donde alimentar a una criatura humana se estigmatiza, cuestiona, critica, discrimina, aunque, por otro lado, minoritariamente, se ensalza, se encomia y hasta se glorifica.

Dado que vivimos en un orden social heteropatriarcal, y un sistema donde los cuerpos femeninos son objeto de hipererotización desde temprana edad, lo más común hoy en día es ver, escuchar y leer más opiniones y comentarios acerca del valor estético de los senos femeninos, que de su función como fuente de alimento. Incluso, no me dejarán mentir, se ha normalizado incluso entre niñas púberes el uso de escotes, con sostenes con relleno o moldeados para dar impresión de mayor volumen en senos, que encuentras incluso en tiendas que venden “ropa de niña”, o la colocación quirúrgica de implantes mamarios en adolescentes o mujeres que aún no han dado a luz y que podría afectar su capacidad de amamantar. En cambio, persiste un cierto “desagrado” y estigma al ver en público tan solo un pedazo de seno de una madre alimentando a su hijo o hija.

Por supuesto que, desde un enfoque de derechos, ninguna madre o persona lactante debe esconderse, o avergonzarse o sentir culpa por amamantar en un lugar público; todo lo contrario: por su importancia estratégica en el desarrollo físico y psicosocial de bebés, la lactancia materna debe promoverse con exclusividad los primeros seis meses de vida, y combinada con alimentos hasta el destete natural de la criatura, haciendo los cambios legales de políticas públicas de salud y laborales para lograr este cometido social. El Estado, las empresas y la sociedad en general, deben atender el llamado de diversos y cada vez más grupos de madres que se movilizan y manifiestan su demanda de “normalizar lo normal”, de acabar con las lactancias de closet. Ello conlleva también el reto de romper con el estigma de que amamantar en público pudiera ser un acto obsceno o insinuante. Aquí cobra importancia el infinitivo de “educar”. O más bien reeducar a una sociedad “mal educada” y mal informada en este tema, en virtud del discurso cientificista que, desde Occidente y desde mediados del siglo XX ha ofrecido la fórmula láctea en polvo como una panacea para madres y bebés, cuando lo que hay detrás son inocultables intereses económicos a los que les conviene que las mamás lactantes encuentren sumamente difícil y retador amamantar en su vida cotidiana, o prolongarla, sobre todo si son madres trabajadoras que tienen que regresar a laborar a las pocas semanas de nacidas sus criaturas, en espacios públicos y con horarios que no priorizan esta importante actividad.

Entonces, ¿cómo “apoyar” a las familias en una sociedad que constantemente pone obstáculos a la lactancia materna? Pues insistiendo en que tenemos que erradicar prejuicios sociales y sanitarios, aprendidos en una sociedad machista que cosifica los pechos femeninos y los hace ver como herramienta de consumo y placer masculino.

Lactar es una parte de la crianza con apego, pero hacerlo en una sociedad desapegada y materialista resulta tremendamente agotador y desolador para quienes lo intentan. Las y los bebés quieren y disfrutan ser cargados y se han comprobado con creces los beneficios del apego que promueve la lactancia. La lactancia materna exclusiva/prolongada, el dormir juntos/as, son prácticas intuitivas y ancestrales que han mantenido viva a la especie a lo largo de la historia.

Hoy en día se materna en soledad y aislamiento; pocas madres tienen el privilegio de estar acompañadas y cuidadas en casa, asistiéndoles en las tareas diarias del hogar, las tías, hermanas y abuelas, primas y vecinas que antes apoyaban en esos primeros meses. Cada vez es más común ver cómo las madres recién paridas se tienen que volver multifuncionales en su soledad, con una mano en la cocina, moviendo la olla, la otra meciendo al o la bebé, jugando con el hermanito/a que le sigue, contestando el teléfono, atender el desorden, lavar ropa; todo un mundo de cargas relacionadas con el cuidado, la crianza y las tareas domésticas que el orden social heteropatriarcal ha mandato que son la norma para las mujeres.

Cada madre vive su lactancia de manera diferente. No hay reglas ni fórmulas mágicas. Por ello es importante hacer redes, ser empáticas, entender la maternidad y la lactancia como procesos biopsicosociales heterogéneos, que derivan en experiencias y sentimientos varios en las madres. Es necesario pues, hablar más de maternidades y lactancias, en plural, para reflejar la multiplicidad de situaciones, porque de no hacerlo se caerá en la idealización o en la creación de un modelo único de ser madre.

La maternidad y la lactancia deben ser procesos de toma de decisión libre y elección autónoma de la madre, previa información adecuada. Pero sin duda, insisto, conllevan una responsabilidad social y colectiva, son temas que deben estar en la agenda pública y legislativa para mejorar el apoyo social a las madres desde todos los ámbitos.

Como sociedad no perdamos de vista que la lactancia materna es ante todo un derecho humano de las y los bebés, no solo de las madres; mucho hay que hacer aun para robustecer el marco legal para realmente “educar y apoyar” la lactancia materna en todos los ámbitos, la casa, el trabajo y los espacios públicos, para las madres y familias de todas las condiciones y tipos.