Pornografía, educación sexual y pantallas
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Opinión

Pornografía, educación sexual y pantallas

 


En sociedades patriarcales, cada vez más sexualizadas y con mayores niveles de conectividad, es un desafío casi imposible evitar que la población adolescente e infantil tenga acceso a la pornografía. Y menos cuando niñas y niños a edades más tempranas tienen ya un celular propio o acceso no vigilado a internet.

Datos del Estudio “Estado de la Ciberseguridad y la Convivencia escolar 2020”, realizado por Gaptain, que encuestó en colegios españoles que implementaron el Programa Integral de Prevención y Competencia Digital Segureskola, muestran que 40% del alumnado de 5º de primaria reconoce que al navegar en la web se ha encontrado alguna vez contenido sexual y sólo el 12% dijo que le han hablado alguna vez sobre sexo en casa o en la escuela.

En secundaria, casi la totalidad ha consumido pornografía alguna vez, y el 46% ha recibido educación sexual de familia o profesorado. El 20% reconoce un consumo habitual. Además, la mayoría vieron por primera vez pornografía el año en que recibieron su primer celular.

Es indispensable reflexionar sobre el tema, en especial, esa relación intrínseca pornografía-violencia de género-insatisfacción en la vida sexual adulta-prostitución. El riesgo no es sólo que criaturas consuman voluntaria o involuntariamente contenidos porno, sino que al hacerlo no tienen previa educación sexual y los estereotipos sexistas, racistas, clasistas y la violencia simbólica de la producción pornográfica se normalizan y convierten en parámetro: eso es el sexo y el amor, aparentemente.

Sabemos que el porno es una de las más rentables industrias y la tecnología ha favorecido su crecimiento exponencial. Se dice que la pornografía es la parte teórica y la prostitución la parte práctica: dos caras de la misma moneda de un orden social patriarcal, androcéntrico  —que pone al hombre y su placer en el centro— y falocrático  —hace del falo el centro de la masculinidad hegemónica—. La pornografía y prostitución se caracterizan por la explotación, maltrato e incluso glorificación de la violencia sexual a las mujeres, naturalizándola en un modelo económico capitalista donde se utiliza la hipersexualización del cuerpo femenino como elemento de consumo, en la publicidad para vender cualquier producto.

Es innegable que la pornografía es machista, pues la actividad del pene es la cumbre de las secuencias, enseñando una sexualidad femenina como dependiente, sumisa, mostrando los cuerpos de las mujeres e incluso también de algunos hombres, quienes son “penetrados”, conquistados, vencidos simbólicamente. Así, refuerza roles de la subordinación física y del propio placer de la mujer a la que cosifica; fomenta y mantiene valores y roles sexistas. Y ni que decir de todo lo que hay detrás de la prostitución: historias de abuso y explotación sexual infantil, trata de personas, complicidad de autoridades, todo un sistema, del que hablaré en otro texto.

¿Cuáles son los impactos negativos de la pornografía en las infancias, adolescencias y juventudes? Al reproducir diversos mitos y falacias sexuales, y al ser su primera y quizá única referencia educativa de sexualidad, se dificulta la construcción de una vida sexual saludable y positiva, creando expectativas falsas del ejercicio de la sexualidad, frustración e insatisfacción sexual durante sus primeras experiencias amorosas y sexuales reales.

Además, los casos de adicción a la pornografía, muchas veces deriva en conductas de agresiones sexuales y otras formas de violencia de género, pues muchas “fantasías eróticas” pasan justamente por suprimir la libertad y el consentimiento libre.

Las niñas, niños y adolescentes deben saber que las imágenes de los materiales porno son una producción, una fabricación cuyo objetivo es objetualizar el cuerpo femenino para vender, y que muchas veces las “actrices” no tienen alternativas o se encuentran en situación de trata.

Siempre prevenir será mejor que cualquier otra cosa, y ¿cómo prevenimos a niñas, niños y adolescentes de la pornografía? Hablando abiertamente sobre el tema y sus riesgos, lo que implica preparación, información y consultar a personal especializado.

Juventudes y adolescencias deben saber, rodeadas de confianza mutua y empatía, que el afecto, el deseo, la ternura, el respeto y el consentimiento son parte de relaciones sexuales sanas entre las personas y que, en el porno, tales valores no existen. Tenemos que combatir la pornografía y la prostitución forzada, pero también la falta de educación afectivo-sexual y la exposición temprana a celulares de nuestras infancias. Se ha estudiado que antes de los 12 años no deberían tener acceso irrestricto al mundo digital, pero es común ver a criaturas menores de esa edad, incluso bebés de dos años, embebidos en las pantallas que sus propios progenitores les proporcionan, como una forma de “distraerlos” y deshacerse del “problema” de qué hacer con sus criaturas mientras se encuentran trabajando o bien también viendo memes y videos en sus propios celulares. Mucho que pensar y hacer ante la falta de autocrítica y agencia en el rol educativo de madres y padres en un sistema que ha construido algoritmos sofisticados para incidir en nuestros impulsos, gustos y deseos con sólo mirar una pantalla.