El diálogo y la utopía
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Opinión

El diálogo y la utopía

 


El pasado sábado 21 de mayo tuvo lugar en las instalaciones de un conocido hotel de la ciudad de Oaxaca un nutrido cónclave de economistas, empresarios, representantes de la sociedad civil y uno que otro curioso. El motivo fue el “foro de desarrollo económico” que, en el marco de una serie de reuniones de trabajo convocadas bajo el ambicioso título de “Foros por el Futuro de Oaxaca”, agrupó los diferentes puntos de vista alrededor de cinco ejes temáticos: economía social, eficiencia administrativa, oportunidades de inversión, polos de desarrollo y aporte de las mujeres a la economía.

Desconozco las minucias de la organización y los motivos detrás de este evento. Asistí en calidad de economista y de ciudadano interesado, un poco menos como “experto” que como curioso y escéptico de este tipo de ejercicios, sin saber qué esperar o la relevancia de lo que allí ocurriría.

Mi primera impresión fue la de agradable sorpresa ante la capacidad de convocatoria del evento y la ausencia de una demarcación entre los asistentes: por ningún lado se podía ver señal alguna de discriminación que separara a académicos de empresarios, o a estos de los representantes de organizaciones civiles. La buena anarquía funcionó en la ancha sala del hotel.

Café, una copa de fruta –bastante propio del recinto– y seis conferencias inaugurales que sentaron un piso mínimo para las mesas de trabajo. No todo en estas primeras intervenciones fue relevante y en algún punto llegó a ser superfluo. Destaco, sin embargo, la heterogeneidad de puntos de vista que cruzaron desde los “datos duros” de la economía del estado hasta la crítica comunitaria y feminista, pasando por las utopías tecnológicas que de alguna manera se colaron a la sala desde una geografía no muy lejana –Aguascalientes, para ser exactos.

Más significativas, al menos para mí, fueron las mesas de trabajo, y a partir de este punto me limito a la temática de la que fui partícipe: la economía social y solidaria. No tengo espacio ni memoria suficiente para desarrollar todo lo que por cerca de dos horas se comentó en este espacio acotado. Me limito a algunas generalidades que, creo, merecen la atención.

En primer lugar, nuevamente, la heterogeneidad del grupo –académicos, funcionarios públicos, activistas sociales, pequeños empresarios del mezcal, etc.– que derivó en esta definición de la economía social y solidaria: un modelo de producción y consumo basado en lo local, no regido por criterios de ganancia del “gran mercado” global, ni mucho menos por la rentabilidad bursátil, que tiene en la cooperativa su principal modelo operativo.

En segundo lugar, la magnitud de los retos –fiscales, financieros, operativos, etc.– que se enfrentan al plantear la posibilidad de fomentar este tipo de organizaciones como un alternativa a las cadenas de consumo globales. En otras palabras, se cuestionó la posibilidad, o incluso la deseabilidad, de que el gobierno fomente la creación de cooperativas como las que han emergido de forma “natural” en diferentes regiones del estado, y si es un proyecto viable dada la competencia global que impera en los mercados. Pero es justamente en un momento en el que las cadenas globales de valor se han fragmentado, por la guerra y por la pandemia, cuando se abre una oportunidad para un experimento económico de este talante.

En tercer lugar, se llegó a un consenso, mínimo pero ineludible, sobre la importancia de la educación como condición de posibilidad para un proyecto que va en contra del “sentido común del mercado”, en el que la ganancia inmediata se impone sobre otros criterios “más sociales”. Específicamente, se habló sobre la necesidad de no crear cooperativas de forma paternalista –fórmula que, como es bien sabido en México, suele conducir a rotundos fracasos– sino de construir una “mentalidad cooperativa” entre los oaxaqueños, de manera que el elemento de lo local, de lo orgánico, de lo responsable, de lo identitario… pueda competir contra la mera baratura de las grandes cadenas comerciales –baratura que, valga señalarlo, hemos pagado al precio de una salud precaria y una fractura del tejido social.

No se trata de fomentar un “chovinismo oaxaqueño” de rancio cuño, sino de contraponer una lógica de lo social y lo cooperativo a la lógica de lo puramente económico. Valorar la identidad frente a la ganancia. Revivir lo local en un contexto hiperglobalizado. ¿Utopías oaxaqueñas? Solo en el sentido de aquellos que llaman utópico a todo lo que contraviene el status quo, los que prefieren el estancamiento cómodo antes que el arriesgado reino de lo posible. ¿Y qué es el futuro sino la perpetua utopía?

De la trascendencia de estos foros no puedo decir nada, si llegarán a las manos de quienes tomarán decisiones el próximo sexenio o si se archivarán en la memoria de las buenas intenciones. Espero sinceramente que no sea así, pues creo en el valor del encuentro de las ideas y del diálogo no limitado por títulos de autoridad, sean estos académicos o de propiedad.

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