El Negocio de la Guerra
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Opinión

El Negocio de la Guerra

 


Toda guerra es despreciable. Es difícil, o al menos debería serlo, pensar en los mecanismos económicos detrás de la muerte cuando la muerte avanza en convoys kilométricos hacia ciudades sitiadas. Por esta ocasión, la economía no está al principio de una improbable cadena de causas y efectos. No es que los factores económicos no importen, sólo que no son en este caso lo más importante. En contra de una postura rígida que pretende ver en todo proceso histórico el reflejo de una “base económica” de la cual la política y la ideología son una mera “superestructura”, la política y la ideología reclaman en la situación actual el papel preponderante.

Hay que empezar, pues, por reconocer que una idea habita en el trasfondo de la desgracia que acosa a Ucrania: una ideología nacionalista y temerosa que se niega a morir. No se trata de un fantasma anacrónico de un tiempo perdido, sino el vivo recuerdo de un pasado que todavía permea el imaginario político de occidente: la Unión Soviética. Lo que ocurre en Ucrania no es sólo consecuencia de la necedad de uno o varios políticos cínicos, sino la confirmación de que la caída del muro de Berlín no implicó la caída de los muros mentales sobre los que se erigió el duro hormigón. Ni siquiera la privatización desmedida de las empresas estatales rusas y la consecuente producción de una feroz oligarquía capitalista han eliminado la sombra de amenaza que se proyecta desde y hacia la URSS. Perdón, desde y hacia Rusia.

Por lo demás, si fuera Rusia o cualquier otra nación la que moviera armas en suelo mexicano, ¿cuál sería la reacción de los Estados Unidos? No hay que ser un experto en geopolítica para conocer la respuesta: la invasión inminente. Tampoco seamos cínicos, el nacionalismo militante es una enfermedad latente en nuestro queridísimo himno nacional, tonada marcial que con orgullo se canta en los patios de escuelas supuestamente creadas para difundir la cultura, pero que en su lugar celebran a una patria cuyo Dios un soldado en cada hijo le dio. La orfandad es preferible al sacrificio ritual.

Las fronteras amuralladas y los ejércitos son rémoras que constatan lo limitadas que han resultado las pretensiones de la llamada “Ilustración”; un proceso que, se supone, inauguró hace casi tres siglos “la edad adulta de la humanidad”. Pero el siglo XX y los primeros 22 años del siglo en curso han dejado más muestras de barbarie que de civilización. Incluso la tecnología, supuesta materialización de la racionalidad humana, es indisociable de la capacidad humana para la destrucción. El botón nuclear, el terror remoto, es el resultado de las derivas que la razón ha sufrido en su “edad madura”, más cercana al fanatismo nacionalista y la guerra que al diálogo y la cultura.

Hoy la economía cede el papel preponderante en la dinámica bélica, pasando de ser fundamento a ser instrumento: armas de destrucción económica se disparan desde occidente hacia Moscú. Ante la incapacidad diplomática para responder el plomo con plomo, sanciones económicas, desconexiones digitales, cancelación de gaseoductos y contratos millonarios, cuentas congeladas y fortunas desterradas son el arsenal con el que se repelen las agresiones de Kremlin; disuasores potentes que, sin embargo, son un vano consuelo para los miles que hoy sufren el terror y la muerte.

¿Bastará con el cerco económico para someter a un mandatario conocido por su inquebrantabilidad? ¿Soportarán los mandatarios económicos, apátridas por excelencia, la clausura del extremo oriental de Europa? Hay en todo este lío una ironía que resulta alarmante: la única salida sensata al terror que se ha pronunciado viene desde Rusia: la desmilitarización. Lamentablemente, en el Kremlin sólo se piensa en la desmilitarización de Ucrania como medida para proteger sus intereses nacionales, cuando la petición de una comunidad verdaderamente racional debería ser la desmilitarización del mundo.

Fantasía romántica e ingenuidad pacifista, denunciaran los analistas de la realpolitik. Pero ¿dónde si no en la fantasía y en el arte hay que buscar las alternativas para reorientar a una razón sometida por la instrumentalidad? En la economía definitivamente no, pues en el fondo la guerra es también un negocio millonario. Cada muerte en Kiev, en Michoacán o en la Franja de Gaza, lleva impresa la ganancia de un empresario-mercenario. Oportunismo más que conspiración, pero siempre una desgracia que se monetiza. ¿Hasta cuándo?

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