Planes para navidad
Oaxaca
La Capital Los Municipios
El Imparcial del Istmo El Imparcial de la Costa El Imparcial de la Cuenca
Nacional Internacional Súper Deportivo Especiales Economía Estilo Arte y Cultura En Escena Salud Ecología Ciencia Tecnología Viral Policiaca Opinión

Opinión

Planes para navidad

 


“He decidido que no me puedo casar con un escritor. Veo lo peligroso que sería el conflicto de egos”, éstas fueron las palabras de Sylvia Plath (Boston, 1932- Londres, 1963) antes de conocer al joven poeta Ted Hughes (Yorkshire, 1930-Londres, 1998) y casarse apenas tres meses después en 1956. A lo largo de su matrimonio, el conflicto permanece vedado y solo en su diario es capaz de confrontarlo: el terrible odio a los hombres por sus privilegios, pero Ted, Ted era un genio y ella era su mujer.

En la lectura de sus diarios somos espectadores de la inclemencia de sus pasiones, de las confrontaciones ideológicas de su tiempo, de la crudeza de sus emociones, del fracaso y el rechazo, la amargura y el sacrificio. Esas tremendas contradicciones que fueron incendiando su genio creativo pero que terminaron por destruir su voluntad. Peligrosamente inteligente y ambiciosa, quizá demasiado soberbia y escarmentada por su altivez, se mantuvo en una encrucijada respecto a su vida y a su trabajo intelectual. “¿Cuál es el propósito de mi vida y qué voy a hacer con ella? No lo sé y me asusta. Nunca consigo leer todos los libros que desearía, ni ser toda la gente que querría, ni vivir todas las vidas que me gustaría. Jamás tendré todas las destrezas que querría tener.”

Su único pecado fue la perturbadora obsesión de convertirse en escritora y ser la poeta que conmocionara al mundo.  Y de algún modo lo hizo al meter su cabeza al horno en una mañana de febrero, en un espantoso invierno en Londres, para no despertar jamás, mientras sus dos pequeños hijos, Frieda y Nicholas, tomaban el almuerzo.

En días como éstos, en donde el caos permanece, (¿cuándo se ha hablado de la vida sin sus bellos ojos vorágines y de su desconcierto bélico? …Es verdad que nadie recuerda el paraíso) he mantenido un gusto por la prosa abismal, descabellada y patética de Sylvia Plath, convirtiéndome también en una sentimentaloide a la que le afloran sus terrores y los protege, como talismán contra las malas compañías (esas a las que el optimismo y el alborozo de fin de año los posesiona). Son de ellos de los que huyo y en su lugar encuentro a una suicida, a una maniática de las descripciones rigurosas, al conteo enfermo de las palabras.

Sylvia Plath logra al final de su vida un estilo propio, brutal. La sinceridad feroz, la libertad del pensamiento. Ella albergaba en su interior la violencia, el fatal encuentro con la muerte, de la que se salvó en su primer intento de suicidio con sobredosis de barbitúricos, hecho relatado en su única novela.

La campana de cristal, publicada en 1963, un mes antes de su muerte, narra el retrato de Esther Greenwood, su alter ego, una joven aspirante a escritora y su prometedora llegada a Nueva York por un concurso ganado. En esta novela, la protagonista se debate en los conflictos, la lucha interna y la rabia que siente, en esa jaula llamada sociedad en donde los roles dados a la mujer eran –¿o lo siguen siendo?– determinantes: la soledad creadora o la musa que atiende al hombre genio, la madre sacrificada. Esther Greenwood, Sylvia Plath, se siente atrapada en una campana de vidrio, en una pesadilla, siempre en la mira de los demás.

Sylvia dejó de existir corporalmente, pero sus dolencias convertidas en literatura no nos han dejado, o quizá a mí, en especial me ha heredado una de sus máximas: “Tal vez un día llegaré a rastras a mi casa, abatida, derrotada, pero no mientras mi corazón pueda crear relatos y mi dolor belleza”.

[email protected]