La esclavitud en nombre del amor
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Opinión

La esclavitud en nombre del amor

 


“Yo sí me enamoré y me decía a mí misma ¿Cómo es posible que me haga esto alguien, que me amaba? Todos los días trabajaba, nada de dormir mucho; me golpeaba si no le traía la cuenta completa. Si lloraba me iba peor, con cadenas, palos, puños en la cara; me daba miedo escapar porque le podía hacer daño a mi familia, tengo un hijo que es de él y con eso me amarraba más. Me hizo abortar, al mes me vuelvo a embarazar y ya no permití otro aborto. Seguí trabajando hasta los ocho meses de embarazo, me hicieron cesárea y luego luego, a trabajar… Te sientes muy vacía quieres morirte en ese momento”.

El pasado 2 de diciembre se conmemoró el Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud, para concienciar a la opinión pública sobre el flagelo que supone la “esclavitud moderna”, la trata de personas con diversos fines que atenta contra la voluntad y el bienestar de las personas. La fecha se elige por el Convenio para la Represión de la Trata de Personas y de la Explotación de la Prostitución Ajena, aprobado en 1949.

Pocas veces se habla de las víctimas y con las víctimas, a quienes se les engancha a través de los mitos del amor romántico que, en delitos como la prostitución forzada, funciona como estrategia para someterlas e identificar sus vulnerabilidades, y así volverlas desechables cuando ya no son redituables. 

De acuerdo con la organización internacional A21 Latinoamérica, la pandemia de Covid-19 incrementó las tácticas de los enganchadores para reclutar a víctimas de trata en nuestro país, vía sitios web, mensajería en teléfonos o videojuegos. En México, se registraron en poco más de un año de crisis sanitaria 1,600 casos de denuncia de posible trata.

Como señala la Maestra Tere Ulloa, presidenta de la Coalición contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe, la trata es un fenómeno multifactorial y multicausal cuyo verdadero motor es el mercado de la prostitución, el turismo sexual y la pornografía.

Desmontar ese discurso que afirma que “todas las mujeres están en la prostitución porque quieren” es urgente y necesario, cuando una realidad palpable es esa red que vive de explotarlas: el taxista que le lleva los clientes y que le pide una comisión, el señor del hotel, la señora de los vestidos, la del maquillaje, la que las va a peinar, la que les da de comer: todos “ganan”.

La trata perpetúa estereotipos de la superioridad del hombre y la inferioridad de la mujer. Los hombres tienen la responsabilidad de revisar cómo han construido su forma de ser violentos con el mundo y cómo sus acciones van reproduciendo y perpetrando esa violencia contra las mujeres.

En la prostitución confluyen diferentes formas de violencia que genera ciertas vulnerabilidades aprovechadas por el sistema prostitucional y entonces la violencia estructural termina de configurarse a partir del estigma hacia ellas. La estigmatización pesa incluso en la investigación del delito, pues a decir de personal profesional en abogacía, si una mujer es menor de edad sí se persigue como trata, pero si es mayor de edad hay que probar que la delincuencia organizada estuvo presente. Si es indígena o afro sus posibilidades de conseguir justicia se reducen aún más. Hay un sistema hetero-patriarcal y racista que se expresa también en lo legal.

México es uno de los países con más casos de trata de personas con fines de explotación sexual y mendicidad de menores. Ocupa el tercer lugar a nivel mundial en el delito, sólo después de Tailandia y Camboya. Existen en el mundo 40 millones de personas víctimas de esclavitud. Es el segundo delito más redituable pues genera más de 150 billones de dólares al año, después de del tráfico de drogas y antes del tráfico de armas. En 2019 se identificaron potenciales víctimas de trata de 130 países diferentes. (Latamm A21).