No hay que jugar con fuego
Oaxaca
La Capital Los Municipios
El Imparcial del Istmo El Imparcial de la Costa El Imparcial de la Cuenca
Nacional Internacional Súper Deportivo Especiales Economía Estilo Arte y Cultura En Escena Salud Ecología Ciencia Tecnología Viral Policiaca Opinión

Opinión

No hay que jugar con fuego

 


Por Julio Faesler

Andrés Manuel López Obrador insiste en meterse en líos y estar siempre acaparando las candilejas. Para todos es evidente. Hay, desde luego, prioridades dentro de la estrategia y por ahora está la urgencia de sacar adelante la reforma eléctrica. Esta ha suscitado un mar de controversia.

Quien controla las energías lo controla todo. La reforma eléctrica que afecta los combustibles por ahora principalmente fósiles en nuestro país, es esencial para la instauración de una sociedad que responde a los designios del poder que cree interpretar las aspiraciones y exigencias de las mayorías.

La energía eléctrica es la sangre que sostiene la economía del país: la producción, el empleo, la transformación de los recursos naturales en artículos que abastecen al mercado interno y al externo.

Por eso a López Obrador le es prioritaria la aprobación de su reforma eléctrica. Al admitir hace unos días que el flamante equipo mágico de senadores independientes intervenga en la redacción de la propuesta en estudio, López Obrador insistió que no podrían alterar el propósito fundamental de suprema rectoría estatal y el porcentaje del 54% que el proyecto asigna a la CFE.

Las sesiones en la Cámara de senadores deberán ser intensas para examinar a fondo la gravedad del asunto que reviste una trascendencia histórica. Veremos la posición inflexible de Morena y de sus adláteres legislativos.

Bien entendido lo anterior, es fácil descubrir que López Obrador quiere distraer la atención pública con la repentina y aviesa referencia a la UNAM pintándola en decadencia y pérdida en su vocación popular por haberse retirado de la transformación nacional.

Se equivoca. La defensa que surge de millones de universitarios egresados de planteles públicos o privados, demuestra que de ninguna manera el alma mater de muchos mexicanos da testimonio del compromiso social que la UNAM nos inculcó. Las visiones de José Vasconcelos y de Manuel Gómez Morin están vivas.

En los 17 años que López Obrador pasó como estudiante fosilizado de Ciencias Políticas, entre 1973 y 1987, poco parece haber aprendido del espíritu que anima al principio de libertad de cátedra y el abanderar las causas del pueblo.

La discusión que el Presidente quiere detonar también le sirve de tema para distraer la atención y alejarlo del otro golpe anidado en la Ley de Ingresos de la Federación, consistente en limitar drásticamente el porcentaje autorizado a los causantes físicos para sus donativos a las asociaciones de la sociedad civil.

Este paso reduce el incentivo a los particulares de actuar y contribuir a servicios sociales indispensables para la comunidad nacional. Hoy en día el 85% de los países se valen de asociaciones civiles para ese fin. Se repite el golpe de haber cerrado las guarderías infantiles privadas no lucrativas por el ralo argumento de impedir intermediarios.

El resultado está a la vista: lo que se retiró fue el recurso que antes tenían madres que trabajan de contar con un lugar que atendiera a sus hijos.

La idea de sociedad que tiene López Obrador se estrella con las realidades tercas que todo político tiene que atender y resolver. El director general de la OMS tuvo que responderle enérgicamente al Presidente de México que lo acusó de lentitud en la aprobación de varias vacunas en estudio. “La labor de la OMS es compleja, dijo Tedros Adhanom Ghebreyesus,  y todos aquí estamos empeñando nuestros esfuerzos por realizarla. Si el señor Presidente de México tiene dudas al respecto lo invito a mandarme a sus representes para darse cuenta de ello.”

El país se encuentra cada vez más confuso por el choque entre las contracorrientes que provoca la obsesión de López Obrador por quedar en la historia al parejo de su héroe Juárez que, por cierto, acabó sus días en Palacio Nacional sumergido en su terquedad por haberse hecho reelegir Presidente contra la voluntad de muchos.

Estamos a punto del cuarto año de la 4T y el país se remueve y está inquieto. Ya sabemos que los males vienen de los que estaban antes, luego de los adversarios y ahora de los neoliberales y de la pandemia. Todo sirve para ocultar que la recuperación está secuestrada en una ruta que no convence.

La 4T se sostiene cada vez menos por estar acosada por carencias presupuestales y esperanzada a que lleguen inversiones extranjeras atraídas por el T-MEC.

López Obrador sigue empeñado en jugar con fuego dividiendo a México en bandos contrarios. ¿Podríamos aspirar que en los tres años que aún faltan se remedie la división que el Presidente provoca y que en el último momento reconstruyamos el tiempo perdido?