De profundis, Oaxaca
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De profundis, Oaxaca

 


Por Mariana Aragón Mijangos

En 1897, Oscar Wilde escribió desde la cárcel a su amante Alfred Douglas una de las cartas de desamor más desgarradoras que el mundo haya visto, de una profundidad de sentimientos, culpas, reproches y desazones, sólo comparable a algunos textos de Sor Juana.
Lo traigo a colación porque los últimos días en Oaxaca han sido de decepción, reproche, enojo y profunda tristeza, y es así que encuentro necesario escribir un desahogo. Esta semana la Verde Antequera ha padecido intensos bloqueos derivados del paro de labores de las personas agremiadas al Sindicato 3 de marzo, encargado de realizar el servicio de limpia de la capital. La causa ha sido el incumplimiento de acuerdos y la falta de diálogo por parte del edil capitalino Oswaldo García Jarquín, un déspota disfrazado de morenista quien no atendió el problema a tiempo porque estaba fuera de la ciudad, lo habitual en su trienio.
El saldo: una ciudad patrimonio de la humanidad con basura amontonada por doquier, caos vial y un edil que se ganó a pulso el repudio de la ciudadanía. No entraré en detalles del conflicto, porque me interesa más compartir algunas reflexiones derivadas del clima de ingobernabilidad de los últimos días.
A nadie es ajeno que desde el conflicto social del 2006, plantones, marchas y bloqueos han sido el pan de cada día en Oaxaca, una problemática que asfixia a la ciudadanía, y viola sus garantías individuales. Nosotras/os, los oaxaqueñas/os de a pie estamos cansadas/os, tanto de las organizaciones que han reducido la lucha social al conflicto, a dinámicas rancias de estira y afloja con el poder a cambio de componendas para unos cuantos/as; como de autoridades corruptas que se superan unas a otras, sexenios tras sexenios, trienios tras trienios, sin importar el legado de hambre, desigualdad y violencia que dejan a su paso.
Puebla se ha vuelto una ciudad referente para la gente de Oaxaca, pues en las últimas décadas muchos estudiamos ahí y pudimos atestiguar la transformación de una ciudad modesta a una gran metrópoli, mientras en el mismo periodo de tiempo hemos visto como lentamente el brillo y esplendor de nuestra ciudad se ha ido opacando entre corruptelas, desigualdades e inconformidad social.
Muchas de nuestras hermanas/os decidieron mejor no volver, porque “aquí no ganarían lo que ganan en otros lugares del país o del extranjero”, y cómo culparles, si quienes volvimos o nunca nos fuimos, tenemos márgenes de libertad limitados porque el mayor empleador de la entidad es el gobierno, un gobierno que prefiere gastar en comprar medios que en programas sociales.
Sin embargo, la ciudadanía también tiene su cacho responsabilidad porque hace mucho nos conformamos con esta situación, porque en una inercia muy provinciana hemos preferido respaldar en sus aspiraciones a “los amigos” o a “fulano de tal” ya sea por clasismo o con la esperanza de un trabajo, aunque no sepa ni tenga la menor intención de mejorar las cosas. También hemos preferido la indiferencia de sobrevivir encapsulados, cada quien, remando para nuestro molino, perdiendo de vista que estamos en el mismo barco, uno con cada vez más agujeros.
Necesitamos hacer un cambio de consciencia, deconstruir el problema por partes y buscarle solución, devolver vida a los comités vecinales y renovar el espíritu de colectividad. Ese sería un verdadero “Tequio por Oaxaca”.
Otro futuro es posible si entendamos que la participación ciudadana va más allá de marchas, protagonismos y exigencias. La participación ciudadana tiene elementos tan obvios como olvidados en los últimos años como el civismo, como el seguir las reglas ya sean viales o sanitarias, el buen uso del espacio público, la solidaridad que le tengo a mi vecina, en fin, todos aquellos pequeños pasos que damos para construir comunidad. Ahí radica nuestra responsabilidad, pero también nuestro gran poder para recuperar nuestra ciudad, en los microespacios. Así lo han hecho las ciudades que lo han logrado.
La ingobernabilidad también acentúa la inminencia de transitar a modelos urbanos más sostenibles, poniendo énfasis en el desapego del uso del automóvil, para en la medida de lo posible, no abonar más caos al caos.
Concluyo este De profundis a Oaxaca, no sólo en afán de echar culpas y reproches, sino como un acto de amor necesario a esta ciudad que enamora al turismo nacional e internacional, con la esperanza de despertar consciencias y mover voluntades entre quienes estamos de acuerdo que estamos en un punto de quiebre que nos llama a pasar del hartazgo a la acción, una acción cívica y pacífica, pero firme. No demos más cheques en blanco, no nos desasociemos de la realidad porque no son ellas/os quienes tienen que cambiar primero, somos nosotras/os.